(Primera parte)
VALOR EDUCATIVO DE LAS VIVENCIAS FAMILIARES: SU IMPORTANCIA RELIGIOSA.
La fe y la familia. La inmensa mayoría de los católicos de nuestro continente lo somos por el hecho de haber nacido en una familia cristiana. A nuestra familia le debemos la fe. No porque allí nos la hayan “explicado” (eso sucedió generalmente en la escuela, la parroquia o algún movimiento), sino porque en ella comenzamos a “vivirla” e hicimos nuestras primeras y más profundas experiencias religiosas. Para muchos, la más imborrable de todas ha sido el día de la Primera Comunión. Para otros fue la primera Navidad, el mes de María con sus flores y cantos, alguna imagen ante la cual balbuceamos nuestras primeras oraciones. También hubo personas que quisimos mucho -la mamá, el papá, la abuelita- que fueron como un símbolo vivo del mundo de Dios. Como adultos, nos toca hondo el corazón la Primera Comunión de los hijos. O algunas intervenciones manifiestas de la mano de Dios: salvando a un hijo enfermo, librándonos providencialmente de un accidente o de cualquier otro peligro grave.
Pero la familia nos ayuda también a abrirnos a la fe a través de todas aquellas vivencias de amor humano a que nos referimos en el tema anterior. Éstas preparan para la fe. Porque Dios es amor y toda experiencia noble de amor -de un amor generoso, fiel, vivificador- nos hace ya gustar algo de Él y nos coloca dentro de su campo de atracción. Concretamente, el tipo de amor que vino a enseñarnos Cristo está todo expresado en palabras tomadas del lenguaje familiar: esposo-esposa, padre, hijo, hermano, señor. Si nuestras vivencias familiares no han cargado de contenido vital y positivo tales palabras, nos costará sentir el atractivo de la Buena Nueva de Jesús. Esto vale especialmente para aquellas experiencias a que nos referimos en el tema anterior.
La fe y la experiencia de amor paternal. Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Él vino a la Tierra a anunciarnos que Dios, su Padre, también quiere ser Padre nuestro. Esto es el centro de su “Evangelio”, de su “Buena Nueva”: podemos vivir sin miedo porque Dios es Padre y nos ama infinitamente. Porque está dispuesto a perdonarnos. Porque su Providencia cuida de nosotros en cada instante. Porque Él es capaz de salvarnos incluso de la muerte, después de la cual nos espera en un reino de eterna alegría. La dicha de Jesús es ser Hijo de ese Padre, vivir gozando de su amor, dialogando con Él, y esforzándose por cumplir la misión que le ha dado, para volver a su presencia. Toda esa dicha, Jesús quiere compartirla con nosotros. Quiere convencernos del amor del Padre y enseñarnos a llamarlo como Él: “Abba”, es decir “Papá” (ésa -y no “Padre”- era la palabra que Jesús usaba en su lengua). El cristiano es el que se ha identificado con lo más profundo de Cristo (con su corazón de hijo) y llegado de verdad a sentir a Dios como su “Papá” querido.
Sin embargo muchos cristianos no han entendido que Cristo es el “camino” que nos conduce al Padre, ni que ambos son dos personas distintas. Al rezar el Padre Nuestro, la gran oración de los hijos de Dios, en lugar de sentirse rezándola “junto” a Jesús-Hijo, creen que se la rezan a Él. Otros, tienen claro quién es el Padre. Pero sólo con la cabeza. Pues no tienen una confianza íntima y cálida, capaz de liberar cualquier angustia y de ser una fuerza que llene de alegría y entusiasmo la propia vida. El Padre Dios es una figura lejana. A muchos les deja indiferentes. Otros le tienen miedo. ¿Por qué? -Porque les evoca al propio padre, quien, probablemente, fue lejano e indiferente, o duro, brutal y abusador. Nuestra experiencia de paternidad humana puede condicionar así nuestra capacidad para abrirnos vitalmente y con gozo al anuncio de la paternidad divina, favoreciendo o dificultando la vivencia de este misterio central de la fe. (Será normal, por ejemplo, que la palabra “Padre” no “enternezca” mucho a quien haya sido diariamente golpeado por un padre alcohólico).
La lejanía del Padre Dios debe, entonces, considerarse en relación con la crisis de la paternidad y nuestra cultura. Y es un hecho que contrasta con el amor tan entusiasta de nuestro pueblo cristiano a la Virgen de Guadalupe, lo cual sin duda está unido a una vivencia normalmente mucho más feliz de la propia madre. Sin embargo, si bien estas circunstancias humanas influyen en nuestra fe, no constituyen determinismos fatales. La gracia de Dios es capaz de superar todo condicionamiento humano. La ausencia o las fallas del propio padre, las compensa Dios generalmente de tres maneras. Regalándonos, otras personas (el abuelito, un tío, un sacerdote) capaces de procurarnos experiencias de auténtica paternidad. O haciendo que ese vacío de amor paternal que tenemos, en lugar de “bloqueo”, se convierta en un “hambre” de paternidad, que nos impulsará con mucho más fuerza a Dios, cuando descubramos que Él es el Padre que siempre anhelamos. Finalmente, muchos descubren lo hermoso del corazón del Padre Dios al convertirse ellos mismos en padres y llenarse de ternura por los propios hijos.
Con gusto nos damos cuenta del número creciente de lectores que siguen esta columna, así lo hemos sentido este tiempo, con los grupos con quienes nos reunimos constantemente, y con quienes nos hacen el favor de escribirnos a nuestra dirección electrónica y a este diario.
Coincidimos con la Diócesis de Torreón, en que a través de su Plan Diocesano 2004-2010, quienes podemos hacer algo por nuestra comunidad, por nuestros jóvenes y por nuestros matrimonios en crisis, (que cada vez son más frecuentes) somos los laicos comprometidos, pues a quien debe interesar más la problemática que vivimos hoy día, que a nosotros mismos, como padres o como hijos, o como personas cercas a quienes viven esta problemática.
Vaya un reconocimiento a todas aquellas personas y grupos que trabajan constantemente y comprometidos por nuestra realidad. Un reconocimiento particularmente al “Buen Pastor”, quienes como padres comprometidos trabajan muy de cerca con sus propios hijos. Y a todos aquellos grupos que hoy están haciendo ya algo por el prójimo.
El próximo tema a tratar será Valor Educativo de las Vivencias Familiares: Su Importancia Religiosa (Segunda Parte). Esperamos seguir contando con sus comentarios sobre los temas aquí expuestos, enviamos en esta ocasión un saludo a quienes nos han contactado de Parras de la Fuente, Matamoros, Francisco I. Madero, Viesca y San Pedro de las Colonias, Coah. y sobre todo a ustedes señoras y ustedes los grupos de matrimonios en Torreón, con quienes nos hemos reunido y escuchando sus comentarios valiosos, compartiendo sus propias experiencias, por ello muchas gracias, esperamos seguir recibiéndolos en su columna Familia Sirviendo a la Vida, así como sus comentarios siempre bienvenidos en la dirección electrónica pmger@hotmail.com y pmgerxxi@yahoo.com. Quienes desean consultar temas pasados los pueden encontrar en la página electrónica www.elsiglodetorreon.com.mx, Sección Nosotros. Gracias por su atención.
“Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.