Sería mejor para la Presidencia de la República ó el Partido Acción Nacional, quien quiera que sea el organizador de la fiesta recordatoria del dos de julio de 2000, mudar la fecha de la conmemoración. Si de verdad no los impulsa un móvil electoral, como parece obvio, dado que hay comicios en dos entidades al día siguiente, el festejo puede ser el lunes posterior a la jornada electoral, cuatro de julio, o el sábado nueve, si lo que se desea es no entorpecer la brega cotidiana de la gente en la Ciudad de México.
Sí hay razones para la remembranza cívica en torno al dos de julio, como las ha habido para recordar jubilosamente el seis de julio de 1988. En esas fechas se probó el empuje ciudadano contrario a la rigidez esclerótica del partido en el poder. Hace 17 años no fue posible traducir en Gobierno la energía opositora. Ocurrió lo contrario hace cinco. Pero ambas fechas son hitos de la lucha por la democracia plural, por la contienda equilibrada de partidos, por la libertad y eficacia del voto. Más allá de que algunos valoremos el esfuerzo de Cárdenas como más persistente y genuino que el de Fox, ambos dirigentes políticos ocupan un lugar eminente en la historia política mexicana reciente.
En 2001, el dos de julio fue festejado por el presidente con un fasto particular, su boda con la señora Marta Sahagún. Al año siguiente no pareció acordarse de lo ocurrido en el 2000. Tal vez hubiera acometido alguna celebración en 2003 pero por esos días el IFE lo había inducido a frenar una campaña propagandística destinada, se vería que fallidamente, a inducir votos al partido del Gobierno. El año pasado tampoco se le ocurrió a nadie en el Gobierno un festejo como el que, en cambio, fue imaginado en Veracruz al comienzo de junio, cuando faltaba un mes para el cumplimiento de la efeméride.
Es claro, entonces, el oportunismo de convocar esta vez a una celebración. Es también claro el cinismo de los dirigentes panistas, la señora Marta Sahagún incluida, de negar que en la reunión a que están llamando tenga una intención propagandística y que, aun si escondieran el obvio patrocinio panista, constituiría un infracción legal en las entidades donde al día siguiente hay comicios.
Un mitin de esa naturaleza es, al mismo tiempo, una oportunidad y un riesgo para el PAN y la Presidencia de la República. Permitiría un esfuerzo de última hora a sus campañas locales en Nayarit y México. Pero al mismo tiempo expondría a los organizadores no a un desaire, pues tendrán fuerza de convocatoria, pero sí a una comparación con la marcha y mitin del 24 de abril en torno a Andrés Manuel López Obrador y la encarnación en su figura de la lucha por impedir el uso político de la procuración de justicia. El domingo anterior a la fecha indicada está convocada una nueva marcha ciudadana contra la inseguridad, réplica de la del 27 de junio pasado, en su primer aniversario. Si se recuerda la composición de aquella, se hace evidente que las mismas personas difícilmente asistirían a reuniones callejeras multitudinarias en dos fines de semana contiguos, pues se trata de formas de expresión política no enraizadas en su cultura cívica.
El abuso priista, su notorio exceso de gasto generó una situación tan difícil de revertir que parece un hecho consumado la elección de su candidato en el Estado de México. Es un ejemplo temible, porque se inducirá con ello a reproducir el fenómeno en la elección federal de 2006, que se buscará ganar a golpes de dinero y audacia. Esa contundencia de la campaña tricolor a hecho que disminuyan las posibilidades, mayores hace unas semanas, el candidato del PAN a la gubernatura. No le vendría mal, en consecuencia, un acto de propaganda colosal, a pocos kilómetros del territorio mexiquense, justo cuando la veda previa a la jornada electoral daría gran resonancia y quizá eficacia a los mensajes proselitistas que directa o indirectamente surjan del festejo del dos de julio.
Aun a la distancia, en Nayarit surtiría efectos notorios la reunión encabezada por el presidente Fox, pues sería imposible evitar su difusión. En aquella entidad Acción Nacional no tiene posibilidades de victoria, no obstante las condiciones personales de su candidato. Hace seis años ganó la gubernatura Antonio Echavarría, propuesto por una coalición de que formó parte el PAN. A ese partido se afilió después el gobernador, animado por su amistad y confluencia profesional con Fox (es el concesionario local de Coca-Cola). Pero el breve idilio del gobernador y el PAN se interrumpió cuando este partido, en buena hora, rehusó considerar siquiera la candidatura de la esposa de Echavarría. De modo que ahora realiza una campaña a contracorriente, atenaceado por la polarización entre el PRI y el PRD, que sostiene a un candidato priista hasta hace poco.
Festejen el presidente Fox y sus seguidores su victoria de hace cinco años, y atribúyanle el carácter de acontecimiento cívico digno de figurar en la historia. Pero en una muestra de buena voluntad para alejar cualquier sospecha de que su propósito es propagandístico, reúnanse el lunes cuatro o el sábado nueve. No es infrecuente que por diversos motivos aun celebraciones de hechos ya consagrados por el calendario cívico o la tradición se conmemoren días antes o días después de la fecha respectiva. Si en los comicios previos hay algo que festejar, el resultado dará aliento al gran mitin. Y, a la inversa, la sola reunión de una muchedumbre atenuará el dolor de la derrota.