A raíz de dos artículos publicados en estas mismas páginas en semanas precedentes, recibí una serie de comentarios personales, correos electrónicos e incluso cartas, algunas de las cuales fueron de felicitación, pero otras de crítica o acusación de mantener posiciones de extremado moralismo en un tema, como es el de la fidelidad conyugal de los hombres y las mujeres que se dedican a la función pública.
Los comentarios que hiciera yo en los referidos artículos fueron considerados por algunos de esos lectores que se tomaron la molestia de escribir, como una intromisión en la vida privada de personajes públicos y de los que debiera interesarnos solamente su desenvolvimiento político en la función pública que desempeñan y no tanto de los problemas conyugales que pudieran tener.
Por supuesto que nunca ha sido mi intención cambiar el género de estas colaboraciones a página editorial para convertirlas en una reseña propia de las revistas de corazón, pero ello no obsta para considerar que ciertas acciones que un funcionario público, hace públicas, dejan de pertenecer con ello al ámbito de su vida privada y en muchos casos pasan a ser de interés general en el momento en que pudieran suponer un riesgo para el bien común.
Al leer alguna de esas cartas me vino inmediatamente a la memoria el recuerdo de mi abuelo materno: don Jesús Rivero Quijano, industrial exitoso en el campo de los textiles y personaje muy influyente en el mundo empresarial de su época, llegando a ser presidente de la Concamin, del Centro Nacional de Productividad y de la Sociedad de Beneficencia Española, entre otras instituciones.
El ingeniero Rivero Quijano era extremadamente respetuoso con la vida privada de todos aquellos que colaboraban en alguna de las diversas empresas que dirigió tanto en Oaxaca, como en Puebla, en Hermosillo, en la Ciudad de México o en España (de donde era originario), sin embargo en el momento en que se hacía pública una deslealtad en el ámbito familiar de alguno de esos colaboradores más cercanos y por ende de los que demandaba una mayor relación de confianza, procedía a su despido, sobre el argumento lógico; no moral, siguiente:
“Si a su querida esposa, a la que le juró amor y fidelidad eterna ante el altar y frente a decenas o centenares de amigos, familiares y conocidos que fungieron de testigos de esa promesa solemne, si a esa su querida esposa ya la engañó, qué no estará haciendo en la empresa en lo que se refiere a deslealtades e infidelidades: Ya le perdí la confianza. Y cuando a un colaborador de confianza se le pierde la confianza ¿Qué queda?”.
Hay asuntos que pertenecen al ámbito de la lógica y del más elemental sentido común y no a especificaciones teóricas de sí el ámbito de la moral privada es aplicable a quienes desarrollan una actividad pública, o de sí la ética pública no puede complicarse con asuntos de alcoba.