Después de la Cumbre de Monterrey, hace tres años, al presidente Vicente Fox no le va bien dar lecciones de anfitrionía diplomática. Criticó, sin embargo, al presidente Néstor Kirchner, de Argentina por no haber actuado como facilitador de acuerdos en la IV Cumbre de las Américas. A juicio de Fox, Kirchner se dedicó a quedar bien con la opinión pública argentina. Hasta sugirió que la movilización masiva contra la reunión de Mar del Plata y contra la presencia del presidente Bush habría sido inducida por el mandatario argentino. Por lo menos aventuró que la expresión pública contra la Cumbre “tuvo una influencia fuerte sobre el presidente Kirchner, o Kirchner tuvo una influencia fuerte sobre ellos, no sé cuál es la realidad”. Tal falta de tacto fue uno entre varios raspones que Fox dio a Kirchner, aunque fueron mucho menos severos que las descalificaciones asestadas por Fox al presidente Hugo Chávez, de Venezuela, cuyas desavenencias se ahondaron desde el desliz que llevó a México a admitir el golpe de Pedro Carmona contra Chávez y a rectificar el rumbo tan pronto el presidente venezolano fue repuesto en su lugar.
Aunque la ambivalencia de Chávez -participante en la reunión de gobernantes y en la marcha que la criticó- y su sentencia de muerte al área de libre comercio /(ALCA, ALCA, al carajo) fueron ingredientes escandalosos que configuraron el desenlace de la IV Cumbre, en realidad quien propició que la junta se averiara fue el presidente mexicano. La cita en Mar del Plata no tenía el libre comercio como tema central. Puede entenderse que si se habla de empleo y de pobreza, los ejes formales de la reunión, fuera imprescindible la referencia a la integración económica, vista como condición para generar plazas de trabajo que aminoren la miseria. Pero no era un tema en sí. Los países americanos habían convenido tácitamente en aplazar sin fecha o por lo menos esperar un momento propicio para reactivar esa iniciativa continental, frenada en los hechos puesto que estamos en el undécimo mes del año en que debían concretarse los primeros pasos del ALCA y nada había sucedido.
Con inoportunidad, pues, y aun con impertinencia, Fox buscó introducir el tema. Lo hizo inicialmente tan fuera de lugar que el presidente Kirchner tuvo que atajarlo y dar la palabra a otro mandatario. Pero al fin Fox consiguió que el asunto fuera abordado. De haberse presentado en un foro donde se tomaran decisiones por mayoría, su propósito de establecer un cronograma para aquella iniciativa originada en Washington hubiera salido avante, pues como él mismo se encargó de repetir, 29 países propugnan el ALCA y cinco lo rechazan. Pero no se trataba de votar y menos aún respecto de un tema considerado lateral en esta ocasión. Por ello la salida al diferendo consistió en expresarlo, exponiendo la postura de la mayoría y de la minoría, aunque esa inocua fórmula de composición hubiera demorado el final de la Cumbre y la vuelta de los presidentes a sus menesteres cotidianos. Fox hizo que su avión aguardara hasta que agotó el último esfuerzo en pro del ALCA. La espera generó un problema logístico en el aeropuerto (pues no es habitual que un aparato quede estacionado más allá de la hora fijada para su vuelo), diferendo que se agregó a otros evidenciados entre Kirchner y Fox, que no se encontraron en una presumible reunión bilateral, que fue cancelada o nunca se concertó. Tampoco, por cierto, conversaron a solas Fox y Bush, como se esperaba, si no había sido anunciado. El canciller Luis Ernesto Derbez explicó ese desencuentro con un pretexto enteramente inverosímil. Dijo que los presidentes de México y Estados Unidos no tienen ningún problema pendiente, siendo que una relación tan fluida como la de esos dos países hace surgir todos los días una cuestión. Por ejemplo, la amenaza de suspender los auxilios financieros a México por haberse adherido al Tratado de Roma que dio vida a la Corte Penal Internacional, ante la cual no admite Washington que comparezcan sus nacionales. Un periodista argentino preguntó a Fox por ese tema y el mandatario mexicano le reprochó su desinformación, asegurando que México no recibe “ni un dólar” de asistencia estadounidense. A ese periodista así reprendido le hubiera interesado saber que en la lucha antinarcóticos México recibe financiamiento estadounidense y que lo ha recibido por mucho tiempo, lapso durante el cual la acción mexicana contra las drogas era sometida a examen y certificación precisamente porque implicaba el uso de recursos públicos estadounidenses que el Congreso fiscaliza.
Al presidente Fox le parece extraña la resistencia sureña al ALCA, como si fuera un asunto ideológico. De tener presentes reclamos mexicanos hubiera entendido las reticencias de Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela. Los campesinos organizados en México, como los gobiernos de esos países sostienen que sin la supresión de los subsidios a la producción agropecuaria estadounidense todo intento de integración sería lesivo para el trabajo rural. No hay antiyanquisimo panfletario en esa postura, sino simple exigencia de una conducta que el propio Gobierno de Washington plantea. Estados Unidos justifica los subsidios porque los mantiene la Unión Europea.
Se trata, pues, de un asunto de equidad, de equilibrio en las relaciones económicas internacionales. No hay intercambio sano sobre bases de asimetría. Menos mal que en Brasil Lula pudo comunicarlo y quizá hacerlo entender a Bush.