…“¿sabes?, para esa gente nosotros
no somos franceses seguimos siendo árabes”.
Djamel, 17 años, nieto de migrantes, habitante de un suburbio de París.
No podríamos generalizar y afirmar, a partir de la reacción de la población francesa ante la medida de toque de queda, que el rechazo a los migrantes es a partir de los hechos violentos. Es evidente que esta aprobación está gestada en un asunto que plantea desde el otro lado del problema, el asunto de la no-integración y la tolerancia.
Es evidente que las sociedades en su conjunto no están preparadas para una migración desordenada y que plantea retos no sólo al nivel gubernamental (mayor demanda de infraestructura social, que puede compensarse con el impulso que le da a la economía el sumar mano de obra más barata con los consecuentes beneficios fiscales por el crecimiento del mercado), sino al conjunto social se le afecta en distinto grado.
Los trabajadores urbanos y del campo, se sienten agredidos porque sus hermanos de otras latitudes están dispuestos a aceptar salarios más bajos y no pelean prestaciones ni ponen reparos a horarios móviles. Los desempleados vieron cómo las políticas de apoyo al desempleo y la seguridad laboral se colapsaron bajo el argumento de que no se podía dar a todos por el gran peso económico de los migrantes.
Los habitantes de las barriadas obreras se sintieron incómodos al recibir nuevos vecinos, las más de las veces ruidosos y poco afectos a la higiene urbana. El pequeño comercio se siente agredido porque las nuevas oleadas migrantes, al ya no encontrar empleo industrial (que tiene límites) se instalan en las esquinas a ejercer comercio informal o a vender su folclor o mercancías ilegales.
Porque es necesario decir con mucha claridad que la respuesta más positiva a las primeras oleadas migrantes nunca se planteó igualar las condiciones de vida de estos trabajadores con las de los trabajadores franceses (cuestión que se repite en toda Europa). No, la respuesta fue siempre dar menos. Se construyó la doble moral del que recibe a la migración porque la necesita pero, como en la granja de Orwel, la igualdad no es igual para todos.
Y la construcción de una política de autentica segregación se dio paso. Construcción de conjuntos urbanos con menor calidad de servicios y mayor hacinamiento en los suburbios, sólo para migrantes o franceses muy pobres.
Salud y educación “especial” para migrantes. Más de tres décadas con estas políticas, dieron pie a la resurrección de la economía francesa y de la Unión Europea. Pero el costo de esto nunca fue imaginado por quienes se beneficiaron de ello. Es así que cuando los beneficios de esta migración no son vistos claramente por el conjunto social, el rechazo a los otros, a los ajenos, es muy rápido.
Decía Michael Foucault, en el libro Genealogía del racismo, que contiene un curso sobre el poder que impartió hace años en París que…“cuando un grupo determinado detenta el poder e instituye como verdad un discurso dominante y logra imponer sus intereses en las clases subalternas, de manera en que sean reconocidas como propias, estamos en presencia de un Gobierno totalitario que establece un proceso de dominación cultural”.
Aun en el Gobierno de Chirac hay voces que lo reconocen:… “estamos en el momento de la fractura, de la ruptura en el que los atrasos acumulados se nos vienen encima”,... manifiesta Jean Luis Borloo, flamante ministro de Cohesión Social.
Pero la respuesta más allá de lo policiaco, es más de lo mismo. El Gobierno anuncia las siguientes medidas: en 750 zonas urbanas sensibles todos los menores de 25 años recibirán capacitación por tres meses; una prima anual de mil 200 dólares; una ayuda de 180 dólares al mes.
Se constituirán 20 mil puestos de trabajo. Un 25 por ciento de los créditos de la agencia de renovación urbana se canalizaran a estas zonas de riesgo. Se promoverán cinco mil puestos de asistentes pedagógicos para los mil 200 colegios situados en las zonas. Se triplicaran las becas para aprender oficios. Suena bien. Pero para una población donde el 27 por ciento de ella es de otro origen étnico, no europeo, cuya renta media per cápita es de 26 mil dólares al año, las medidas no parecen ser muy impactantes.
Porque es necesario preguntarse que es la igualdad, sino la apertura total de oportunidades para todos. La posibilidad real de acceso al progreso bajo el propio esfuerzo. La expresión de que el esfuerzo productivo sea remunerado al mismo nivel, sin importar condición racial o de género.
Esto cuestiona muy claramente el enfoque de política social que se ha adoptado en las últimas décadas no sólo en Europa sino en todo el mundo. La respuesta paliativa no impacta realmente los problemas sociales que genera la marginación. Francia, como muchos otros países designa un presupuesto a la asistencia social. Asistencia social que tiende a paliar las deformaciones del desarrollo. Su enfoque es focalizado, esto es, se le da el apoyo a individuos (no a familias o comunidades).
Se responsabiliza al individuo pero no a la sociedad, se apuntala a la persona, pero no al entorno. Esta política es costosa para el erario. Pero sus resultados son magros y por ello es criticable a la hora de construir los presupuestos. Es la fantasiosa actitud que se soporta en la manida fase de que no hay que repartir pescado, sino que hay que enseñar a pescar. Lo que nadie dice es quién pone el lago, la barca, la carnada y toda la inversión primaria para que se forje el pescador. Tampoco se dice dónde está el mercado seguro para que pueda vender sus excedentes y así no sólo coma pescado.
Hoy la Europa unida, la vanguardia de la globalización con sentido social, la integradora de la migración aledaña, muestra sus limitaciones. Muestra además la poca civilidad en la que está constituida al promover la xenofobia y la marginación a los no nativos. Muestra muy claramente los límites de la socialdemocracia que no ha resuelto aún taras tan importantes como la erradicación de la pobreza y la construcción de expectativas reales de futuro para todos sus habitantes.