Hace treinta años que, Augusto del Noce, siendo profesor de Filosofía Política de la Universidad de Roma, identificó con el nombre de “eurocomunismo” el éxito de la nueva praxis política marxista aplicada inicialmente en Italia, siguiendo las pautas de Antonio Gramsci.
El célebre autor de los “Cuadernos de la Cárcel” destraba o distingue en la teoría marxista, la infraestructura (fuerzas y relaciones de producción de las condiciones materiales de la existencia y las mecánicas de la toma del poder en el clásico diseño leninista, para lograr la transformación de las formas económicas de producción y, con ello, el cambio de la sociedad desde el poder), de la superestructura: (expresada en la sociedad civil por medio de la cultura, la religión, el derecho, los modos de pensar, de sentir, de situarse ante la vida, en síntesis, del sentido común de una sociedad bien asentada histórica y culturalmente).
Si para Lenin, el primer objetivo era la conquista del poder y, desde ahí, hacer la “transformación” de la sociedad, para Gramsci es exactamente al revés; primero, conquistar a la sociedad “cambiándole” su concepción cultural, su concepción del mundo y luego, consecuentemente, se obtendrá el poder.
Gramsci despreciaba los métodos violentos, en tanto no fueran necesarios. Por cierto, este ha sido el gran tema debatido en el “V Foro Social Mundial de Porto Alegre”, entre los “lulistas” que presumen haber aplicado el método gramsciano y los “chavistas”, que presumen su éxito leninista.
En medio de ellos ha surgido la nueva teoría del escocés Holloway, que habla de un método “intersticial”, propio de los globalifóbico/altermundistas, que han sido identificados con los “piqueteros” en Argentina, los “cocaleros” en Bolivia, los “parakutic” en Ecuador y casi toda la cordillera andina y los “punqueteros/eperristas” en México.
En el modelo gramsciano, el papel más importante del proceso lo juegan los “intelectuales orgánicos” -que pertenecen al partido- y los “intelectuales inorgánicos” -que no pertenecen al partido- que logran eficazmente la revolución al cambiar las claves de la cultura, aunque sea por un método más largo que el violento.
Éstos, al principio, fueron llamados “idiotas útiles”, luego “compañeros de viaje”, más recientemente “progresistas” y hoy son los que manifiestan la opinión “políticamente correcta”. Estos “intelectuales”, en cambio, aplican a sus adversarios calificativos como “fascistas”, “conservadores”, “reaccionarios”, “derechistas” y “ultra derechistas”.
Recientemente, después de la primera guerra del Golfo Pérsico, la nueva oleada de “intelectuales gramscianos” -identificados en Estados Unidos como “liberales” y en la Unión Europea como “políticamente correctos”-, han creado unas nuevas “etiquetas” para aplicarlas a sus adversarios neoconservadores.
Se empezó hablando de la “hegemonía ideológica del conservadurismo integrista” o de la “derecha mundial del neoliberalismo” que preside los destinos de Norteamérica, para derivar después al apócope de los “neocons” o “leocons” (discípulos de las teorías políticas de Leo Strauss y Alan Bloom).
Al autor Irving Kristol, se le ha considerado uno de sus padres fundadores del “neoconservadurismo”, lo ubican por su reacción frente a la debacle del “espíritu norteamericano” con el síndrome de la derrota en Vietnam y la aparición de los antivalores triunfantes del “pacifismo, la droga y la permisividad sexual de los hippies”.
Luego, hacen una compleja mezcla de identificaciones entre predicadores de la “Christian Coalition” -Billy Graham, Pat Robertson y Jerry Vines-, instituciones como la Heritage Foundation, Hudson Institut, Hoover Institut, American Interprice Institut, Cato Foundation y la Rand Corporation, con múltiples publicaciones diarias o semanales como Washington Times, New Republic, Comentary y nombres de políticos e intelectuales diversos como Gary Smith, William Kristol, Norman Podhoretz, David Frum, Paul Wolfowitz, Richard Perle, Rupert Murdoch, Harry Jaffa, Andrew Sullivan, Harvey Mansfield, Richard Cheney, Donald Rumsfeld o Robert Kagan.
Recientemente en Francia y, como consecuencia de los primeros análisis realizados sobre la brutal violencia ejercida recientemente en “les banlieus parisiens”, la “intelectualidad” congregada en “el diplo” (Le Monde Diplomatique) y en el “nouvelobs” (Le Nouvel Observateur), -presumen ejercer una “opinión políticamente correcta”- han identificado y endilgado el apócope de “neoréacs”, “nuevos reaccionarios”, a las más diversas y heterogéneas personalidades como Alain Finkielkraut, Hélene Carrer d’Encausse, Jacques Julliard, Luc Ferry, Pascal Bruckner, Régis Debray, Bernard Accoyer, Michel Houellebecq, André Gluksmann, Maurice G. Dantec, Pierre-Andre Taguieff, Jean-Claude Milner y, por supuesto, al político Nicolás Sarkozy.
Se les trata de identificar con la articulación de cuatro principios denunciados indistintamente: 1.- Ha comenzado una guerra declarada por el Islam el 11 de septiembre. 2.- Hay una alianza táctica entre la extrema izquierda con el islamismo y los llamados “altermundistas”. 3.- Los “idiotas útiles” actuales son defensores de falsos “derechos humanos”. 4.- Con los excesos de libertad otorgados en las democracias occidentales se corroen las instituciones y se instala la anarquía.
Sus detractores los consideran “el espejo del moralismo exacerbado de la administración norteamericana”. “Neocons” y “neoréacs” muy pronto tendrán sus análogos latinoamericanos. Pero se entiende que sólo se trata de la “fabricación de nuevas etiquetas de los gramscianos”, quienes así evidencian estar topando con quienes no están dispuestos a hacerles el juego.