“No hay nada que cueste tanto como ser pobre”.
Paul Brulat
Termina 2005 con la sensación de que han quedado demasiadas tareas sin acabar. No se hizo ninguna de las reformas de fondo que harían a nuestra economía más competitiva. No parece haber en el medio político una visión clara del país que debemos construir. La pobreza sigue siendo el gran pendiente de nuestra nación, a pesar que ha habido avances importantes en esta materia en los últimos años.
Parte del problema es que seguimos tratando de combatir la pobreza con programas asistenciales. El Gobierno Federal ha tenido un éxito importante, hay que reconocerlo, con el programa Oportunidades, mientras que la Administración del Distrito Federal ha conseguido también logros significativos con sus apoyos a los ancianos y a las madres solteras.
Pero, por muy loables que estos programas puedan ser, no dejan de ser asistenciales. Reparten pescados pero no enseñan a pescar. Ayudan a quienes están en condiciones precarias, pero no crean las condiciones para que la gente pueda salir por sí misma de la pobreza y forjarse un mejor futuro. Esto sólo podrá ocurrir si tenemos una economía más productiva. Pero no estamos tomando ninguna medida para lograrlo.
Latinoamérica está viviendo un retorno al populismo. El reciente triunfo de Evo Morales en las elecciones presidenciales de Bolivia es un ejemplo. A éste hay que añadir las victorias de Néstor Kirchner en Argentina y la de Lula en Brasil, así como la consolidación del Gobierno de Hugo Chávez en Venezuela. Quizá este retorno al populismo sea explicable e inevitable. Los políticos han logrado difundir la idea de que la pobreza es producto de la aplicación de políticas “neoliberales” y no de la falta de competitividad de las economías.
Lo curioso del caso es que los ejemplos de que se puede combatir con éxito la pobreza, y que para eso se requieren más y no menos reformas de mercado, están ahí presentes. Chile, la economía más exitosa de la región, debería ser un modelo para toda América Latina; pero quizá porque el país está encabezado por un gobernante sensato y discreto, Ricardo Lagos, nadie parece prestarle atención a su éxito notable. España tiene ya muchos años de que logró su transición hacia una economía próspera; pero muchos latinoamericanos están convencidos que la actual prosperidad española es producto de los subsidios de la Unión Europea, ya que no saben que éstos han sido relativamente pequeños, y no entienden en cambio que el impulso fundamental ha venido de la realización de reformas de mercado y de la aplicación de políticas económicas que muchos políticos latinoamericanos consideran “neoliberales”.
La tendencia al populismo se siente también en nuestro país. La popularidad de Andrés Manuel López Obrador, se explica en buena medida por este fenómeno. Si bien Roberto Madrazo es camaleónico, y tiende a adaptarse a los requerimientos de cada uno de sus públicos, ha hecho también del rechazo al “neoliberalismo” uno de los elementos fundamentales de su discurso político. Tanto uno como el otro, de llegar a la Presidencia, implicarían el fortalecimiento de un sistema corporativista que no ha dejado de existir en el sexenio de Vicente Fox. Felipe Calderón está ofreciendo posiciones que tienden al fortalecimiento de la economía de mercado, pero habrá que ver si el pueblo mexicano está preparado en verdad para aceptar a un gobernante liberal. Recordemos que, en la campaña de 2000, el discurso de Fox, a pesar de ser panista, era más populista que el de Francisco Labastida.
México sigue teniendo a un 47 por ciento de su población viviendo en situación de pobreza. La miseria afecta al 17 por ciento de los mexicanos. Son cifras inaceptables para un país que durante casi un siglo ha tenido gobiernos que han intervenido directamente en la economía con el pretexto de que de esta manera podrían acabar con la pobreza y mejorar la distribución del ingreso. Ya nos deberíamos haber dado cuenta que algo hemos hecho mal, no en un sexenio sino en casi un siglo, para enfrentar el problema fundamental de nuestro país.
Termina este 2005 con la sensación de que una vez más hemos fracasado. Casi todos los problemas de nuestro país son producto de la pobreza. El ambiente lo podríamos cuidar mejor si tuviéramos los recursos para hacerlo, y nuestro sistema de seguridad y de justicia funcionaría con mayor eficacia si pudiéramos pagar mejores policías y mejores tribunales.
Pero la pobreza no la podremos acabar con programas asistenciales como los que tenemos. Necesitamos generar más inversión que promueva una mayor actividad económica y una mayor creación de empleos. No tiene caso inventar el hilo negro. Pero mientras sigamos pensando que la pobreza la combatiremos con soluciones mágicas, como las que prometen Evo Morales y Hugo Chávez, y no con medidas que nos hagan más competitivos, como las que se han aplicado en Chile y España, seguiremos arrastrando esa mal ancestral que tanto daño nos ha hecho a los mexicanos.
LAS CIFRAS
En el año 2000, el 53.7 por ciento de los mexicanos eran pobres y el 24.2 por ciento vivían en la miseria. Para 2004 estas cifras se habían reducido a 47 y 17.3 por ciento. El logro es incuestionable, pero se basa en subsidios gubernamentales y en las remesas de los mexicanos que viven en el exterior, no en la generación de actividad económica e ingresos.
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