La devoción plenamente arraigada en México y buena parte del continente Americano, incluido Estados Unidos hacia la Santísima Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, rebasa en muchos sentidos el ámbito religioso en el que fundamentalmente se inscribe, para tener implicaciones sociológicas y por supuesto históricas.
Una frase muy reiterada hace décadas: “la Virgen que forjó una patria”, no sólo es una metáfora poética o simbólica de su composición sino que se convierte en auténtica explicación del surgimiento de una nacionalidad y una identidad fuertes no sólo en un origen histórico conflictivo, sino que es lazo de integración nacional que se ha mantenido a pesar de muchos avatares históricos.
Este hecho sociológico resalta en nuestro tiempo donde la crisis de identidad nacional afecta por igual a países muy desarrollados, que a otros en vías de despegue económico, y a comunidades de rancia tradición multisecular lo mismo que a recién independizadas.
El fenómeno guadalupano es en muchos sentidos inexplicable.
Científicamente: las más recientes investigaciones realizadas por expertos de la Agencia Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA, por sus siglas en inglés), o por grandes conocedores de ámbitos como la cibernética, la física, los componentes de los materiales, la matemática o las ciencias sociales vienen a reiterar la frase pontificia del: Non fecit taliter omni nation. No ha hecho igual prodigio ...
La subsistencia de un tejido burdo y fácilmente degradable, a lo largo de casi quinientos años, muchos de los cuales trascurrieron en condiciones absolutamente propicias para su destrucción; la pintura de la imagen de la Señora, inexplicable física y artísticamente para las condiciones del avance de la técnica y de la plasmación de un estilo artístico en esos inicios del México colonial.
La misma reticencia de la jerarquía eclesiástica y de importantes órdenes religiosas durante muchas décadas para resistirse admitir el prodigio aparicionista, hacen que sea humanamente difícil de explicar el hecho de que durante casi quinientos años permanezca no sólo el lienzo plasmado en la humilde tilma de San Juan Diego, sino la creciente devoción popular, la cual no ha podido ser desarraigada de nuestra patria aún a pesar de las campañas racionalistas, ilustradas, liberales, masónicas, socialistas, New Age, comunistas o de las sectas modernas que pudieran haberse dado a lo largo de la historia del guadalupanismo.
En el Tepeyac se dio esa plena simbiosis cultural que provocó el surgimiento de una nacionalidad que integra lo indígena y lo español, fundiéndose en un nuevo modo de entender la vida que tiene mucho de ambos componentes culturales pero con un estilo novedoso y rico en manifestaciones propias y distintas de los componentes básicos que se fundieron en esa amalgama.
La nación mexicana, no el país independiente, ni los modelos políticos correspondientes, sino la esencia misma de la identidad de lo mexicano nació en el Tepeyac en diciembre de 1531 de la mano de una madre amorosa que reiteró al humilde indígena testigo de ese prodigio esa disposición permanente de apoyo incondicional en todas las necesidades: “¿qué no estoy aquí yo que soy tu Madre?”.