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Hablando de discriminación/Diálogo

Yamil Darwich

En días pasados, el presidente de la República, Vicente Fox Quesada, cometió un “desliz” más, ahora en política exterior, cuando se refirió a la minoría de color de los Estados Unidos de Norteamérica, para describir las labores que realizan los discriminados mexicanos: “están haciendo trabajos que ni siquiera los negros quieren hacer”, frase desventurada que sonó a lo que seguramente no quiso decir, pero que le “facturaron” políticamente, antes que en otro lugar en México, reproche que de inmediato tuvo eco entre los vecinos del norte.

Desde luego que fue un error grave, inaceptable para un dignatario mexicano, quien si no conoce los principios de la diplomacia internacional, tiene la responsabilidad de asesorarse sobre el tema. Pareciera un presidente cada vez más solo, con asesores que no hacen adecuadamente su trabajo y sí disminuyen sus índices de confianza y aceptación.

La discriminación racial, particularmente en los Estados Unidos de Norteamérica, es un tema escabroso que remueve la “conciencia ciudadana”, reviviéndoles sentimientos de culpa histórica. Para nadie es desconocido que los grupos afroamericanos fueron parte fundamental en el nacimiento de ese país y en su consolidación como potencia mundial; con ellos cimentaron las economías de los estados del sur y también fueron el motivo de la guerra civil. No hace pocos años, si usted viajaba a Texas, encontraba en los aparadores de algunos establecimientos comerciales letreros que advertían la prohibición de entrada a perros, negros y personas sin camisas; esas ofensas nos traen recuerdos de luchas de hombres como Malcom X –el de las Panteras Negras– o Martin Luther King –el de los sueños–, enumerando las graves injusticias sociales y actos de discriminación de los racistas de esa nación.

Y si no le parece suficiente, le recuerdo los abusos que cometieron contra los americanojaponeses, con motivo de la Segunda Guerra Mundial, a quienes persiguieron, acosaron y hasta encarcelaron, como si de verdad fueran enemigos de la patria o las grandes marginaciones padecidas por los inmigrados, que difícilmente eran aceptados en la sociedad de la época victoriana.

Tampoco olvidemos la discriminación que a través de los siglos han padecido los mexicanos que van a buscar trabajo a las tierras que les fueron arrebatadas en el siglo XIX o las actitudes de desconfianza hacia los grupos de religiones diferentes, especialmente los islamitas, a quienes les han creado una “imagen del mal”, haciéndoles suplir a aquellas generadoras de temor, sembradas anteriormente contra alemanes –nazistas–, o rusos –comunistas–. Hoy se quejan del grave “lapsus mentis” de Fox, con razón, pero cumpliendo con aquello del refrán mexicano que dice: “el burro hablando de orejas”.

En actos de discriminación tampoco nosotros estamos limpios de culpa, bástenos revisar las constantes violaciones que cometemos contra los derechos humanos de los centroamericanos, principalmente salvadoreños, que se atreven a intentar atravesar nuestra nación buscando alcanzar el “sueño americano”. Si los vecinos del norte son crueles, nosotros no nos quedamos atrás y abusamos de ellos, diariamente, en formas por demás vergonzantes. Sobre el tema, le recomiendo “Mara”, de Rafael Ramírez Heredia.

Por si tuviéramos dudas, la Secretaría de Desarrollo Social ha publicado la “Primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México”, documento que por sí solo describe nuestras deficiencias en relaciones humanas.

Se refiere a las diferencias de trato que tiene la mujer en temas laborales, desde el menosprecio a su esfuerzo evidenciado por la menor paga a trabajos iguales, interpretación desigual de la Ley, abuso y machismo. La encuesta Mitofsky también incluye a la homosexualidad y a los grupos religiosos minoritarios.

Josefina Vázquez Mota, secretaria de Sedesol, ha declarado que: “la discriminación es una tarea tan importante como la de la pobreza, por lo que se necesitan diseñar incentivos correctos en el marco de la Ley, para transformar actitudes y comportamientos que impiden una convivencia más armónica en el país...” y asegura que “indígenas, enfermos de Sida y discapacitados son los más discriminados en el país”.

Referente a la educación, la diferencia entre niños y niñas que cursan los niveles básico y medio se redujo en 30.2 por ciento. Mención especial merece el nivel secundaria, donde se ha logrado al cien por ciento, la equidad de género en el medio urbano. Sin embargo, las distancias entre pobres y ricos siguen, que comparándolas con las de los indígenas y habitantes de poblaciones rurales son aún más marcadas.

La explotación de menores sigue siendo nuestro problema, aún cuando haya disminuido; el Gobierno Federal dice que: “en materia de protección integral para esta población en condiciones difíciles, el Gobierno Federal ha intensificado las acciones para evitar que los menores de edad se incorporen al mercado laboral y prueba de ello es que entre 2000 y 2004 la tasa de ocupación de niñas y niños entre 12 y 13 años se redujo en 24.4 por ciento”.

Pero también existe discriminación en relación a la salud y las posibilidades de mantenerla disminuyen de manera escandalosa cuando nos orientamos a los núcleos más pobres, aunque el Gobierno Federal declare que: “...ha incrementado significativamente la utilización de los servicios de salud en áreas rurales; disminuido los porcentajes de niños con anemia; evitado muertes maternas; aumentado escolaridad en primaria, secundaria y bachillerato; ...en áreas rurales se han incrementado en 35 por ciento los servicios de salud; se han ampliado los conocimientos de la población urbana y rural sobre métodos anticonceptivos, y gracias a la atención prenatal, se han evitado muchas muertes por año”.

A pesar de que en 1963, las Naciones Unidas se pronunciaron con la “Declaración Contra la Discriminación”, la realidad es que ésta se ha incrementado y sofisticado. Piense en las formas sutiles que ahora se utilizan para depreciar culturas diferentes a la occidental; cuando en nombre de la justicia usamos las armas para someter y discriminar a seres humanos de naciones que piensan distinto, que tienen otra visión cultural y religiosa, o simplemente porque “estorban” a nuestros intereses; las veces que somos capaces de ofender en lo más profundo de la dignidad a los prisioneros de guerra y ni qué decir del retorno a la construcción de bardas discriminatorias en las fronteras que separan a ricos de pobres, esas que el mundo despreció y finalmente pudo derrumbar en Alemania, en un acto simbólico de demolición de la triste existencia de las diferencias entre unos y otros, más que de la obra civil construida.

Si el presidente Fox se equivocó, también nos dio la oportunidad para hacer un repaso humanista sobre nuestra actitud, consciente o subconsciente, del trato discriminatorio que damos a quienes están cerca de nosotros, más si son dependientes nuestros; a esos personajes cotidianos en nuestra vida regional; a indígenas; menesterosos; tal vez a la sirvienta de la casa; o al compañero de trabajo que no ocupa cargos importantes o son nuestros subalternos; entre otros casos. Lo invito a reflexionar y actuar en consecuencia.

ydarwich@ual.mx

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