No puedo negar que el tema me rebasa, sin embargo hoy que escribo esta nota es diez de mayo y por lo tanto no hay modo de eludirlo, aunque confieso que no tengo muy claro a cuáles madres quiero referirme. A quien seguro no voy a nombrar, es a esa mentada madrecita que no para de dar qué hablar con sus intrigas y sus mitotes y ahora también los de sus hijines, que a nadie interesarían si no fuera porque vulneran gravemente la autoridad moral y la imagen de nuestro Presidenfox. Tampoco me late hablar de las madres abnegadas, de esas que se niegan y en lugar de vivir se desviven para que vivan sus retoños. A ellas sólo me queda desearles que disfruten su corona de lágrimas y que ojalá nunca le pasen la cuenta de su sacrificio a nadie. Tampoco es día para hablar de malas madres, de mala leche, de que me vale m... y de todas esas blasfemias que dan tanto colorido al lenguaje del mexicano. Prefiero ocuparme de esas mujeres que tanto abundan en nuestro México, quienes con una energía trifásica que sólo Dios sabe de dónde sacan, además de ser al mismo tiempo madres y padres de familia, son eficientes y productivas tanto dentro como fuera del hogar; y hasta se las arreglan para darse su manita de gato en el salón: que el tinte, la manicura, que los rayitos. Si estas mapás, agotadas y arrastrando la cobija por el peso de tanta responsabilidad, se muestran en ocasiones un poco rasposas; pues oiga usted están en todo su derecho. A ellas, incansables locomotoras que son por cierto el único recurso abundante y gratuito con que contamos en este país nuestro, yo les tengo un gran respeto por ser sólidos pilares de la familia y de la economía. A ellas quiero decirles que las admiro como de aquí hasta el cielo y que las felicito todos los días del año. A mí la vida no me la puso tan difícil, o será que me quejé desde antes para que a Dios ni se le ocurriera contar conmigo para tanta polivalencia. Yo pertenezco a una generación en que las mujeres éramos mamás y ya. Los asuntos de dinero y los negocios le tocaban a los hombres. Las madres nos ocupábamos de tiempo completo de los hijos, y eso sí, lo hacíamos a conciencia. Yo empezaba desde tempranito: ¡Niños levántense!, ¡Apúrense!, ¡Lávense los dientes!, ¡No hablen con la boca llena, ¡Córranle!, ¡Hagan la tarea!, ¡Pónganse el suéter!, ¡Obedezcan si no quieren que se les aparezca el diablo! Pobrecitos de mis niños, tener un general prusiano por madre debe haber sido una verdadera pesadilla. Menos mal que ninguno de ellos me hizo el menor caso. Debe ser por eso que sobrevivieron, que no están amargados y que hasta se permiten quererme un rato cada año el diez de mayo.
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