Nuestra tarea es ver a la gente como es, no como quisiéramos o necesitáramos verla, entonces no cometeríamos errores.
La mayoría de los hombres llevamos vidas de desesperación silenciosa, pero hay muchos que llevan existencias de desesperación ruidosa, involucramiento con asuntos públicos que no hacen bien a nadie.
Siempre he luchado por la paz y armonía de los seres humanos, pero hay momentos en que tiene uno que cambiar cuando se siente algún peligro que amenaza, en el cual estas circunstancias de concordia nos pueden hacer mucho daño. Todo este viene a cuento porque he visto cosas de algunos “personajes” de nuestra política.
Hay candidatos en otras tierras en nuestro querido país, que han sido vástagos de la fortuna, nacidos y crecidos en la abundancia. Algunos con buena cuna y hombres de bien, algunos de ellos con madres dominadoras y muy probablemente castrantes.
Otros han tenido posiciones de relevancia como gubernaturas, algunos lo hicieron más o menos bien, pero oros fueron groseramente populistas, grises y lo que es peor con un sentido de pasado perdido y supuesto bienestar expropiaron hectáreas de campo poniéndolas a nombre de familiares, amigos y otras deshonestidades.
Cuando uno ve a un hombre a los ojos encuentra claridad o temor, ética o desvío, duele encontrar rencor y odio, aunque estén aprendiendo prácticas de mercadotecnia para enseñarles a sonreír y ocultar su verdadera bandera. La agresión, la rabia y levantar gente para la rebelión, no por la paz sino por la guerra.
No nos dejemos engañar, analicemos concienzudamente y después votaremos por el que tenga más posibilidades de ayudar a salir adelante, en el menor tiempo posible de esta gran tragedia.
Pero cuidado con los hombres con espíritu de perdedores, amargura, resentimiento y en cuya última oportunidad harán todo, absolutamente todo, porque sus complejos de inferioridad no vuelvan a ser pisoteados. Esto es el peligro más grande que tiene que ver.
El precio que hemos pagado no es posible medirlo simple y frívolamente en términos de dinero. Las consecuencias han sido políticas, sociales, económicas, ecológicas, culturales, cívicas y familiares, además de otras tantas derivaciones que sólo se podrán conocer con el transcurso del tiempo.
“La ignorancia es el último de los siete círculos del eterno retorno”. La ignorancia erosiona, entorpece los proceso de desarrollo, los cancela. La ignorancia crea a los resignados, seres humanos medio muertos, seres improductivos, abandonados e indolentes en espera de una muerte fatal. Pero también tierra fértil para levantar, morir y hacer morir.
No nos prestemos a esto, luchemos por saber, por trabajar hasta lo imposible, no nos engañen más, saquemos fuerza de flaqueza y recordemos a los que han podido salir del hambre de la miseria (perdón por la redundancia), aquellos que tuvieron que alimentarse de raíces, trabajaron sin descanso, sin salud y se volvieron potencias mundiales.
Eso sí es luchar, esto sí se vale, esto hay que digerirlo y hacerlo, no darse por vencidos y gritar sin hacer nada. Ya esto no funciona, tenemos un país con todo en contra y con todo a favor: nuestra Tierra, su belleza, su inteligencia, su valor y lo más importante, nuestra gente, sólo nos falta hacerlo.
No debemos volver a permitir que se apague la luz del aprendizaje, porque la inteligencia de la nación, volverá a perderse en el reino de las tinieblas, cuando la Academia (escuelas, universidades, talleres), se extravía, se extravía el país.