No hubo inflación en el mes de enero. El dato dado a conocer la semana pasada por el Banco de México (Banxico) fue de cero por ciento de crecimiento en los precios. Los productos del campo (en particular el tomate) fueron determinantes para ese resultado. Es probable que algo similar ocurra este mes y hasta es posible que se registre una deflación (disminución de precios), como ya ha ocurrido en estas épocas en otros años.
El mensaje relevante de estos números, así como el de las alzas recientes en las tasas de interés, es que las condiciones económicas son propicias para mantener una estabilidad relativa de precios, sin grandes sobresaltos en las variables monetarias y financieras del país en los próximos meses. La pregunta, sin embargo, es si esto quiere decir que hemos consolidado la estabilidad macroeconómica a largo plazo, o tenemos todavía alguna tarea pendiente para lograrlo.
El término estabilidad macroeconómica se refiere al sostenimiento de un ambiente en el que tanto el crecimiento económico como los precios presentan una volatilidad baja, de manera que no se distorsionan las decisiones de gasto e inversión de las personas y las empresas.
La historia y la teoría económicas demuestran que, por causas diversas, todas las economías han estado sujetas, hasta ahora, a un comportamiento cíclico de su actividad económica, que alterna períodos de expansión con recesión. Se han realizado múltiples análisis para entender las causas y la dinámica de estos ciclos, así como de los movimientos de los precios, con el fin de conocer la mejor forma para reducir su variabilidad y lograr que un país alcance la estabilidad macroeconómica con un crecimiento alto y sostenido.
En nuestro caso, la estabilidad de precios actual se explica, esencialmente, por las políticas macroeconómicas aplicadas desde la administración anterior y por unas condiciones externas excepcionalmente favorables (buena suerte).
Por un lado, el desempeño de la política monetaria es un elemento importante que ayuda a explicar la estabilidad de precios actual. En esto jugó un papel determinante el hecho de que en 1993 el Congreso le otorgara la autonomía a Banxico, estableciendo que su objetivo primordial es la estabilidad de precios, así como limitando estrictamente el crédito al gobierno.
La autonomía, sin embargo, no fue suficiente. Se necesitó, además, que la crisis de 1994-95 llevara a las autoridades a adoptar un régimen de flotación cambiaria para permitir una conducción independiente de la política monetaria, liberándola del compromiso de aplicarla en defensa de un nivel determinado para el precio del dólar.
El manejo de la política fiscal, además de la política monetaria, tuvo un papel fundamental en el logro de nuestra estabilidad de precios. En esto fue importante el mejoramiento de la posición fiscal del sector público, que ya no recibió financiamiento del banco central; así como la mejora en el perfil y composición de su deuda externa e interna.
Por otro lado, debemos reconocer que hemos tenido suerte al contar con un entorno internacional propicio para el abatimiento de la inflación, lo que se reforzó en particular durante esta administración, que capitalizó la tendencia hacia la estabilidad de precios iniciada en la segunda mitad del gobierno de Ernesto Zedillo.
Esto no quiere decir, sin embargo, que la estabilidad de precios y más en general, la estabilidad macroeconómica, están totalmente consolidadas. Es importante destacar la relación de ambas, ya que según nos dicen los especialistas, las aceleraciones en la inflación han sido seguidas usualmente por recesiones en la medida en que la política monetaria se ha endurecido para regresar a la inflación bajo control.
En la actualidad la inflación se encuentra bajo control, pero uno no puede garantizar que seguirá así mientras sigamos con el mismo instrumento de política monetaria y existan debilidades fundamentales en nuestras finanzas públicas. En otras oportunidades he planteado mis reservas en relación con la efectividad del “corto” como herramienta de política monetaria, pero mis dudas al respecto no se refieren a sus efectos sobre la inflación en el corto plazo, sino más bien a la necesidad de encontrar mecanismos más efectivos que garanticen la estabilidad de precios, y en términos más generales, la estabilidad macroeconómica en el mediano y largo plazo.
En lo que concierne a las finanzas públicas, éstas todavía enfrentan retos considerables, como es la reducción de la dependencia de los ingresos públicos al petróleo; ampliar la base de contribuyentes; y resolver el problema de las pensiones de los burócratas y demás empleados públicos. La solución de estos problemas es una condición necesaria para consolidar la estabilidad de precios a largo plazo.
Por otra parte, no podemos estar satisfechos con una estabilidad macroeconómica que se queda con el nivel de crecimiento económico actual, a todas luces insuficiente para mejorar en forma sostenida el nivel de vida de los mexicanos.
La consolidación de la estabilidad macroeconómica con un ritmo más acelerado de crecimiento requiere, por tanto, de tres tareas: Primera, consolidar la autonomía del banco central, manteniendo un manejo responsable de las políticas monetaria, fiscal y cambiaria. Segunda, continuar mejorando y fortaleciendo el marco institucional de regulación y supervisión del sistema financiero para que no se convierta en una amenaza a la estabilidad macroeconómica, como fue el caso de la crisis de 1994. Tercera, aplicar las reformas estructurales necesarias para liberar el potencial de crecimiento de nuestra economía, ya que en su ausencia tendríamos un avance mediocre que pudiera llevar al abandono de la prudencia fiscal y monetaria, con sus consecuentes efectos nefastos sobre la estabilidad de precios.