Escribir es una grata tarea, que desde luego exige disciplina y una mínima formación. Elegir el tema, organizar las ideas, comenzar la redacción. ¿Cómo empezar? ¿Cómo acabar? No siempre se termina lo que se inicia escribiendo, a veces se abandona el asunto, pues no nos atrapa. Otras veces nos rebasa, nos abruma. Algunas más se da con facilidad, con fluidez, las palabras van surgiendo y acomodándose en la construcción del texto con cierta rapidez. En este orden de ideas, quiero reconocer que últimamente ha predominado en mis artículos la política, ya que quienes se encargan profesionalmente de esa actividad nos dan mucho de que hablar y escribir, pero en realidad no necesariamente resulta grato abordar algunos asuntos de contenido político.
No es el propósito de esta columna tratar preferentemente temas de política partidista, aunque sí existe la intención de hacer notar la importancia de la recuperación de la centralidad de la política, es decir, contribuir al entendimiento de la necesidad de redefinir la política como algo que debe estar en el centro de todas las cosas y sobre lo cual los ciudadanos podemos y debemos hablar normalmente, además de participar. Los que han estudiado este tema, señalan que cuando se plantea la pérdida de centralidad de la política se pretende reducir la política a prácticas desvinculadas las unas de las otras sin relación con un proyecto de transformación social. Por ello, quienes valoramos la necesidad e importancia de la transformación de nuestra sociedad, no dejaremos de insistir en el análisis de estos asuntos como una manera de contribuir a la formación de ciudadanos políticos, más allá de meros operadores del sistema en el que nos movemos.
Es de suna importancia este asunto de la formación de ciudadanos políticos, pues se necesita luchar por la democracia y rescatar la política, que ha sido secuestrada por los llamados profesionales de la misma, bajo la idea y objetivo de garantizar la gobernabilidad y el funcionamiento e las instituciones del Estado. Ese Estado que en nuestro país ha abandonado sus responsabilidades sociales, que ha perdido capacidad para poner políticas globales y se ha orientado a representar y administrar intereses privados. Los ciudadanos tenemos el deber y la obligación de volver a tomar la iniciativa en materia política y social, dándole otra vez a la política su sentido transformador en tanto acción social y no conformándonos con formar organizaciones sociales o grupos de presión para obtener prebendas, que en ocasiones se quedan en los malos liderazgos, sino buscando verdaderamente incidir en la definición de políticas de Estado con sentido social, para resolver problemas de fondo.
La política tiene que ver con la toma de conciencia del momento histórico que nos toca vivir y con la posibilidad de construir proyectos personales, de grupo o institucionales; tiene que ver con no renunciar a nuestro derecho de luchar por lo que nos corresponde como ciudadanos y participar en la toma de decisiones respecto a situaciones que afecten o beneficien a nuestro barrio, nuestra comunidad, nuestra ciudad. Por ello debemos dar a nuestro quehacer en la cotidianidad un sentido y una dimensión política permanente.
Hoy en día la acción política se ha dejado en manos de profesionales y técnicos, real o supuestamente calificados, con formación y poder para planificar la administración pública. Se nos presenta como asunto de expertos que pueden pensar y decidir por nosotros, a quienes desde las cúpulas nos tratan como eternos menores de edad o con bajo coeficiente intelectual.
Por otra parte, los partidos se han venido convirtiendo en objetos de consumo en el mercado y ha vuelto por sus fueros una forma patrimonialista de hacer política, esto es, que desde la nueva oligarquía mexicana sólo se reservan el derecho a participar en la verdadera lucha por el poder unas cuantas familias y grupos económicos cada vez más elitistas. La política es cada vez más un asunto de mucho, muchísimo dinero, del cual quedan excluidos liderazgos naturales, cuadros muy bien formados, con sensibilidad para el ejercicio del poder, ciudadanos con propuesta y respaldo popular, pero lamentablemente sin dinero para entrar en la dinámica de las campañas millonarias, pues todos sabemos que ahora éstas no son de ideas o de propuestas para los municipios, los congresos o la nación, sino de venta de imágenes falsas, con discursos vanos que rayan en la chabacanería, con chismes y majaderías divulgados a nivel nacional por los canales televisivos de mayor rating y a muy alto costo.
Los ciudadanos debemos entender esto y asumir otro comportamiento social, que refleje mayor decisión para participar y menos apatía o indiferencia respecto a los asuntos públicos. Tenemos la oportunidad de organizarnos con grupos de iguales, bajo la idea de redefinir la política como, según lo señala el doctor Hugo Zemelman, “la capacidad social de re-actuación sobre circunstancias determinadas para imponer una dirección al desenvolvimiento sociohistórico”; o también podemos decir que es la capacidad para reorientar el rumbo, como ocurrió con el desafuero y la pretendida inhabilitación política de un ciudadano con respaldo popular. La sociedad organizada y movilizada pudo cambiar el sesgo que llevaba el proceso. Por eso este ejemplo es válido para ilustrar que lo político nos coloca ante la necesidad de recuperar la dimensión utópica de la realidad, entendiendo la utopía no como lo inalcanzable sino como el motor que nos impulsa hacia algo.
Vale entonces la pena recuperar la idea de que para la gente, para los ciudadanos, son irrenunciables los ideales, las utopías, incluso los sueños, como también es irrenunciable el derecho a luchar por ellos, traduciéndolos a proyectos viables, cuya concreción a partir del esfuerzo, la participación, la lucha constante, es lar razón de ser de la ciudadanía política.