En buena medida la búsqueda del poder público es connatural al hombre. Lo mismo en la familia, que en el trabajo, el barrio, la escuela, la ciudad, el municipio, el estado o el país. En todos estos núcleos hay hombres que están buscando hacerse de poder para ejercerlo frente a los demás.
No es extraño entonces que haya hombres y mujeres que estén dispuestos a muchas cosas por conseguir ese poder cuyo ejercicio entraña cierto dominio sobre el resto de los mortales.
Vienen a cuento estas reflexiones iniciales por lo que está sucediendo en el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional ante la inminente llegada de la maestra Elba Esther Gordillo a la presidencia de ese órgano partidista.
Conozco como muchos la historia personal y política de la maestra y he tenido la oportunidad de tratarla en algunas ocasiones. Es una mujer fuerte, muy fuerte, de mirada penetrante y retadora. Más temida que amada, como dice Maquiavelo que debe ser el Príncipe.
La maestra es de esas personas que han venido desde abajo. No llegó, como suele decirse, por el elevador, sino que subió por la escalera peldaño a peldaño, a base de mucho esfuerzo, tenacidad y astucia.
Así hay casos en el SNTE, el sindicato más grande y uno de los más poderosos en América Latina. Otro más, aunque de distinto corte personal, es el del maestro Humberto Dávila Esquivel, ex secretario general de ese sindicato y coahuilense distinguido, con quien tuve la oportunidad de trabajar hace algunos años, pero debo puntualizar que el profe Dávila no es un hombre de obsesiones y cuenta además con un sentido del humor envidiable.
Como es bien sabido, a Elba Esther le corresponde asumir la presidencia nacional del PRI ante la renuncia de Roberto Madrazo para irse a competir por la candidatura a la Presidencia de la República.
Pero hay grupos dentro del Partido que no quieren que ella asuma ese cargo, entre otras razones, porque a su juicio la maestra ha apoyado otras opciones políticas e incluso la creación del Partido Nueva Alianza, cuya base fundamental son los profesores del SNTE.
La oposición de estos grupos no puede estar por encima de los estatutos del Partido que contemplan el asenso de quien ocupa la secretaría general a la presidencia, ante la ausencia de quien esté ocupando este último puesto. Luego entonces Elba Esther está en todo su derecho de hacerse cargo de la presidencia cuando Madrazo la deje.
Lo interesante del caso es que, como ya se sabe, la maestra ha estado enferma durante largos meses. Su salud se ha visto deteriorada a raíz de una donación de riñón que hizo hace algunos años. Paradójico es que ese gesto altruista sea la causa de que ahora vea limitadas sus posibilidades físicas para seguir actuando en política, que es la pasión de su vida.
Pero así están las cosas y por ello la salida de Madrazo se pospone a fin de que Elba Esther esté en condiciones de incorporarse a la presidencia del partido, lo que puede suceder en los primeros días de agosto.
Ante ese panorama no puedo menos que preguntar y preguntarme: ¿hasta dónde se puede llegar cuando se desea con tanta vehemencia un determinado cargo?, ¿valdrá la pena cualquier sacrificio, aún la propia vida, con tal de lograr el objetivo pretendido?
La obsesión no es buena consejera en ningún caso, mucho menos en política. Porque obnubila la mente. La obsesión produce el mismo efecto que la soberbia y por ello se afirma desde antaño que cuando los dioses quieren perder a los hombres los ensoberbecen.
Elba Esther, insistimos, tiene todo el derecho de reclamar para sí la presidencia del Partido. Pero debería de estar consciente de sus limitaciones, pues a mi juicio no se debe arriesgar la vida con tal de acceder al poder público y menos cuando, como ella, ha ejercido éste a plenitud.
Es verdad que la fogosidad es característica obligada cuando se actúa en política. Pero ésta no debe estar exenta de cierta dosis de templanza.
Bien lo razona Platón en “La República” cuando al hablar de las cualidades que debe poseer el guardián de la ciudad dice: “el cuerpo y el alma del guardián deben ser fogosos. Pero entonces, ellos serán feroces unos con otros y con el resto de los ciudadanos... sin embargo, es necesario que sean afables para con sus conciudadanos y que guarden su fiereza para con los enemigos”.
La fogosidad, el ímpetu y la fiereza que deben anidar en el alma y corazón de quienes actúan en política no pueden volverse contra la persona misma, ni contra sus correligionarios. Es más, llegado el caso ni siquiera con los enemigos una vez vencidos. Porque el buen político es magnánimo en la victoria.
En el caso en comento, parecería que el empeño y la fiereza pueden usarse indiscriminadamente. Contra quien sea. Sin distinguir si se trata de amigos o enemigos. Sin detenerse a considerar si en el intento nos va de por medio la propia vida.
En la guerra, lo entiendo. Porque es mi vida o la del enemigo. Pero en política, no lo admito.
Nos han enseñado que en el amor, la política y la guerra todo se vale. Mas esa afirmación común es a mi juicio, falsa.
En esos tres campos hay límites. Pero tengo para mí que, en muchos casos, esos límites se han perdido desde hace buen tiempo.