Raúl Salinas de Gortari está virtualmente fuera de la cárcel. Un juzgado federal, el Segundo Tribunal Colegiado que tiene su sede en la capital del Estado de México, amparó en forma definitiva al hermano del ex presidente Carlos, de iguales apellidos, cuando canceló la anterior sentencia que lo había condenado a purgar 27 años y seis meses de prisión, de los que tenía dos lustros cumplidos.
Los mexicanos somos dados a formular frases de coyuntura con la esperanza de que algún día se repitan como frases célebres. Así, el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación expresó un día antes, con este motivo lo siguiente: “no existen apellidos excluidos de las garantías individuales”. ¿Se curaba en salud? No lo sé, pero es posible pues el tribunal que expediría la sentencia anulatoria de 17 años y seis meses, no purgados, pudo dársela a conocer previamente, en razón de su investidura y dada la singularidad y las repercusiones políticas del decreto judicial.
Hay que pensar, sin embargo, en que fue precisamente por la celebridad de su apellido que el caso de Raúl Salinas de Gortari alcanzó notoriedad. Su detención por la fuerza judicial tuvo lugar unos cuantos días después de que su famoso hermano había impuesto la banda presidencial al sucesor, Ernesto Zedillo Ponce de León. El escándalo fue fenomenal y produjo un acto histórico e histérico del ex presidente Salinas: se declaró en huelga de hambre. No en la escalinata exterior del edificio de la Suprema Corte de Justicia, tampoco en la puerta Mariana de Palacio Nacional y mucho menos en el monumento a la Independencia: vino a Monterrey y se instaló en la pequeña casa de interés social de una lideresa de las colonias populares controladas por su amigo, el líder del Partido del Trabajo. No duró mucho allí, pues al rato volaba en avión al Distrito Federal y de ahí al extranjero. El poder presidencial mexicano seguía fuerte e incólume, pero ya estaba en otras manos.
Reflexionamos entonces en lo efímero del poder político, tan frágil y transitorio en ocasiones: “no todo lo podemos todos” nos dijo Virgilio. Y por su parte Rabindranath Tagore se felicitaba de no ser una de las ruedas del poder, sino una de las criaturas aplastadas por ellas. Qué jóvenes e impulsivos eran los hermanos Salinas cuando asumieron los sinsabores y las mieles del poder público. Y cómo carecieron del instinto de riesgo, pues actuaron siempre en contrario a lo que decía el poeta Virgilio: creyeron que lo podían todo y así terminaron por justificar la reflexión del P. Mariana: “el poder adquirido por malos medios no tiene de ordinarios buenos fines”.
Hubo de todo en aquel disfrute del mando supremo. ¿Y qué pasó cuando pasó el sexenio? El ex presidente se fue a vivir al extranjero sin siquiera tener la tranquilidad de poder volver a pasear por su patria, en muchos años, sin la ingrata compañía del temor y la censura pública; Raúl estaba en Almoloya, uno de los Ceresos de alta seguridad y Enrique moría recientemente en medio de un gran misterio y de un tremendo escándalo que todavía no se dilucida: ¡qué gran precio para tan poco goce!...
El llamado “Hermano Incómodo” será puesto en libertad y quizá surjan algunos mexicanos que censuren la anulación de esos dos tercios de la sentencia que fue impuesta, según se dijo hace diez años, “de acuerdo a la normatividad penal mexicana y al delito de que fue acusado”. No me uniré a quienes se desgarren las vestiduras por el fallo del tribunal colegiado, pues pienso que la libertad es un bien que Dios o la naturaleza nos conceden a los hombres, aunque algunos se hagan merecedores de perderla por sus propios actos.
Raúl Salinas de Gortari disfrutará por otra parte, de una limitada autonomía de movimiento mientras no lo declaren inocente de otros delitos que le fueron imputados. Su albedrío será regulado con las limitaciones de la misma rectificación de la sentencia original: volver al juzgado a firmar cada semana el registro de liberados bajo caución.
Lamento, en cambio, la tremenda facilidad con que la justicia privilegia los apellidos famosos, mientras que los comunes y corrientes sirven como paradigmas de la dureza de la Ley. Y también deploro que no tengamos en el Ministerio Público a un intransigente defensor de la sociedad y sí en cambio sus funcionarios se avoquen a facilitar la evasión de la Ley cuando el indiciado tiene dinero, fama o relaciones con el poder político.
¿Hay justicia en México? Yo creo que no, pero ¿usted qué opina, querido lector?..