Este fin de semana, como preámbulo del gran festejo de los mexicanos en honor de la guadalupana, tuve de nueva cuenta frente a mi vista la horrenda realidad de los secuestros en México.
Me refiero a la puesta en escena de Cautivas, obra teatral que aborda el caso del secuestro de Laura Zapata y su hermana Ernestina Sodi, y que llegó a las 100 representaciones. Por cierto, en la ceremonia donde se develó la placa conmemorativa estuvieron presentes el candidato del Partido Acción Nacional a la Presidencia, Felipe Calderón, y su esposa, quienes recibieron un aplauso unánime del público presente, así como representantes de la Procuraduría General de la República y de la Agencia Federal de Investigación.
La obra fue escrita por el talentoso dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, quien de nuevo nos ofrece un montaje muy bien logrado, con una argumentación fluida e impactante a propósito de estos hechos sucedidos entre septiembre y octubre de 2002, que él mismo recordó así en el programa: “Cautivas es una experiencia sin precedente. Una conocida actriz, al salir del teatro donde actúa a García Lorca, es secuestrada, junto a su hermana. El público se conmueve y sigue paso a paso el proceso del secuestro. Ambas hermanas logran sobrevivir y ser liberadas, al cabo de dos meses. La actriz, siete meses después, durante su campaña política como candidata, solicita a un dramaturgo que escriba su historia y le cuenta sus experiencias durante 21 noches. El autor escucha los 21 casetes en el hospital, donde está grave y escribe la obra de teatro. La actriz y el autor, durante varios meses, se enfrentan a la oposición de las hermanas de la actriz que no desean se haga la obra. Se llega a un entendimiento y viene una larga espera de casi un año para conseguir un teatro digno. En ese lapso, tres directores amigos que habían aceptado dirigir la obra, declinan hacerlo y aducen motivos inverosímiles. Cautivas no es una obra de nota roja, ni policiaca, ni documental. Es un texto que presenta el bien y el mal, la fortaleza espiritual y la religiosidad de dos mujeres que logran salvar su vida; una reflexión sobre la violencia que se vive en el país y una denuncia de la impunidad. Pero es ante todo un hecho teatral, a través de un texto realista y poético, psicológico, a veces con humor, a veces con indignación, un teatro humano, fundamentalmente humano”.
Pero más allá de la ficción está la realidad, que suele ser aún peor, pues tan sólo bastaría mencionar -como se dijo al final de la última representación, una vez que mi amiga Laura Esquivel develó la placa correspondiente- que México ocupa el primer lugar en materia de secuestros en todo el mundo, lo cual es verdaderamente aterrador.
Desde luego, Laura -excelente actriz y buena amiga mía también– agradeció la intervención de los organismos que casi tres años después de la tragedia detuvieron a sus secuestradores. Ella misma, con un gran valor civil, y sobreponiéndose al dolor que le provocaba recordar esos terribles días, acudió a reconocer la casa de seguridad donde la banda de delincuentes alojaba y torturaba a sus víctimas, entre las que estuvieron ella y su hermana.
También se hizo énfasis en que tanto la persona que sufre una privación de su libertad como su familia y sus amistades quedan marcados en sus sentimientos y emociones, ven deteriorada su seguridad personal y pierden la confianza en los demás seres humanos. Y es todavía más preocupante el hecho de que no exista una organización pública, privada o social que ofrezca un tratamiento terapéutico para superar tales secuelas de dolor y angustia. Así que junto a las organizaciones que se han creado para atender a niños de la calle, enfermos de Sida, mujeres golpeadas, entre muchas otras que desarrollan un trabajo ejemplar, es evidente que falta una organización que se especialice en tal problemática.
Aun así, esta pieza representa una gran aportación porque independientemente de su hondo dramatismo, por fortuna desprovisto de chantajes y truculencias sentimentaloides, nos muestra con toda su crudeza lo que ocurre con frecuencia en nuestras calles, a la vez que le imprime un sentido de orientación social para prevenir ese delito en la medida de lo posible.
Por todo ello, ahora que de nueva cuenta están de moda las promesas electorales, la ciudadanía tiene no sólo que exigir más, sino incluso condicionar su voto, y antes de emitirlo analizar quiénes han tenido experiencia de Gobierno y qué resultados han dado en materia de seguridad pública. Pues, ahora sí, ésta debe ser, como decimos en el teatro, la tercera y última llamada, a fin de que actúen a fondo nuestros gobernantes y ofrezcan resultados tangibles y confiables.
Y bueno, no estará de más que nos encomendemos también a la maravillosa morena del Tepeyac, a ver si nos hace el milagro...
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