La semana pasada fue una semana excepcional. El mundo se la pasó rindiendo homenaje en Roma a un hombre humilde que, nacido en el campo, en Cracovia, Polonia, se entregó al estudio, luego, a cumplir con todas las comisiones que se le encomendaban, y a su debido tiempo sus iguales lo distinguieron elevándolo hasta la silla de San Pedro en el Vaticano. Durante algo más de un cuarto de siglo ejerció con sencillez tan tremendo poder.
Durante aquella semana todos los que en este mundo valen algo estuvieron en Roma para despedir los restos mortales de este sencillo grande hombre; el resto pudo hacer lo mismo en su propio domicilio en cualquier parte del mundo, gracias al milagro de la televisión, y los ojos de unos y otros se humedecieron al mismo tiempo porque habían llegado a amarlo, como él los amó en vida sin conocerlos.
Pero, la vida es imperiosa y tiene sus propios afanes. Vueltos a sus propios países, al amanecer el día de hoy, primero de esta semana todos los gobernantes tienen que ocuparse en resolver sus propios problemas. El nuestro, que también estuvo por allá pagando, como suele decirse, la última visita, entre todos los problemas que tiene que enfrentar, no puede eludir el del zorro López Obrador, que se ha venido alargando tanto que ya fastidia a todos. Estamos acostumbrados a que entre nosotros las cosas no se resuelvan, pero, cuando los problemas se pasan de tueste, hasta los más tranquilos se desesperan y este es el caso, con el peligro, en esta ocasión, de las aglomeraciones en el zócalo, donde el grito de un loco puede hacer olvidar la cordura. Lamentablemente nuestra economía no anda bien, digan lo que digan quienes tratando de engañarnos afirman lo contrario; hay más pobres que nunca , sobre todo en la capital, donde no se crean las fuentes de trabajo necesarias para reducirlos.
Lo que las importantes muertes ocurridas en estos días nos han recordado a todos seguramente, es que no somos nada, y que lo único valedero que quede de nosotros después de que nos hayamos ido será lo poco bueno que en este mundo hayamos hecho, toda proporción guardada con los verdaderamente buenos. Ocuparnos, pues, de seguir haciéndolo es lo más importante cada día. Y no se trata sólo de nuestro trabajo diario sino de los gestos de amor al prójimo que podamos realizar mientras sigamos en este mundo.