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Hora cero/“Cartas de Querétaro...”

Roberto Orozco Melo

Me ha enviado Javier Villarreal Lozano su último libro: “Cartas de Querétaro: saltillenses en la caída del Segundo Imperio”. Un libro documental referido a los sucesos de la guerra entre los invasores franceses que pretendían constituir un imperio en la República Mexicana y las fuerzas nacionalistas del liberalismo reformador que tuvieron lugar entre 1864 y 1867, tiempo que ahora parece tan lejano, pero que es válida referencia para establecer comparaciones entre el pasado y el presente.

No resultaron fáciles para la nación los años que siguieron a la noche del 15 de septiembre de 1810; tampoco los subsiguientes en que dos partidos peleaban el control del poder público sin tener una idea previa de lo que era una nación, ni un definitivo soporte jurídico que nos construyera como Estado y menos un sistema fidedigno para elegir a un Gobierno encabezado por hombres de liderazgo. Viendo hacia el norte, más allá del Río Bravo, las clases dirigentes del país llegaron a intuir las virtudes de la democracia y aun llegaron a creer que sólo a ella obedecerían los gobernantes, pero después de haber experimentado el Imperio iturbidista y las intentonas dictatoriales de Santa Anna, más dos o tres aproximaciones democráticas, los mexicanos repudiarían los nuevos ensayos monárquicos: el pueblo equiparaba cualquier régimen unipersonal con el que sometió al país durante 300 años.

La pérdida de Texas, Nuevo México y la Alta California significó una experiencia dolorosa motivada por la codicia de los estadounidenses y la corrupción del poder por el dictador Antonio López de Santa Anna; la invasión francesa, con iguales móviles, encontró en la defensa del país a una nueva generación liberal y contra ella se estrellaron los esfuerzos del radicalismo conservador, de la poderosa la Iglesia Católica y de los influyentes miembros de la regresiva nobleza criolla. Eran los años 1864 a 1867.

Por estos cuatro agitados tiempos transcurre el ameno rescate que hizo Javier Villarreal Lozano de la trascendente comunicación epistolar que protagonizaron seis aguerridos saltillenses con el licenciado Antonio García Carrillo -alto funcionario del Gobierno coahuilense, magistrado de Justicia, director del Periódico Oficial y finalmente gobernador constitucional de Coahuila de 1874 a 1876-, en 18 cartas que contienen aparte de su intrínseco valor histórico testimonial un evidente valor literario: los soldados saltillenses eran hombres preparados, con amplio oficio en el estilo epistolar y la más estricta gramática expresada con el amistoso tono usual entre viejos amigos y paisanos.

El lector que viaje por estas páginas no tendrá más remedio que sonreír ante las joviales expresiones de don Blas Rodríguez Recio. Por otra parte, las epístolas del coronel Victoriano Cepeda son, al contrario, casi unos partes de guerra; el tono del doctor Ismael Salas resulta amigable y descriptivo; muy formal y respetuosa la misiva del coronel Gerónimo Treviño y quejumbrosas, rudas y autocríticas las del capitán primero Miguel López.

Son sugestivos y cautivadores los años de este el siglo XIX, pues sus personajes observan una conducta pertinente respecto a las prioridades de su tiempo: herederos del liberalismo de los años 50 del siglo XIX, que habían llevado a buen término la construcción jurídica de un país independiente, incluido un conjunto de libertades y garantías vitales para los individuos y la sociedad, se dispusieron a defender la integridad del país, la independencia de la República y la soberanía del pueblo mexicano.

Lo hicieron en una tarea esforzada y enriquecedora y sin embargo, triste e incomprendida por los sacrificios que implicaba. Los hogares saltillenses sufrían un permanente estado de nostalgia por el marido, el hermano o el padre que estaban en la guerra; para éstos, las familias se disolvían en recuerdos y preocupaciones, aludidos a veces en las cartas escritas bajo los apremios del quehacer guerrero, ya que las acciones bélicas no dejaban lugar a otro pensamiento que no fuera la defensa de unos cuantos metros de territorio ganados al enemigo o la conquista de otros metros más que fueran útiles para sus posiciones estratégicas.

El Sitio de Querétaro fue el tiro de gracia para el sedicente emperador Maximiliano, pero también contra los sueños de un trasnochado conservadurismo. Llevar el ataque a buen fin impuso duras obligaciones a los saltillenses incorporados en el Primer Batallón Ligero de Coahuila. Hombres como Victoriano Cepeda, Hipólito Charles, Ismael Salas, Blas Rodríguez Farías, Miguel López Ávila y Manuel Campa Casas, respondieron con valor, esfuerzo y sacrificio.

Todos ellos militares por propia decisión, pero hombres cultivados, mantenían una clara conciencia de sus deberes: habían dejado las aulas y el servicio civil por ocupar un puesto en las trincheras de Querétaro. Gracias Javier por tu trabajo intelectual y tus reflexiones que, esperamos, habrán de provocar otras más valiosas en algunas conciencias coahuilenses que no han mellado sus convicciones históricas y su espíritu crítico e independiente.

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