De viva voz ayer me comentó un lector algo que parece estar en el ánimo de otros ciudadanos: ¡Qué desguanzado se siente el año electoral! Parece ser que los afanes naturales de los candidatos por conseguir el voto del pueblo se agotaran en lo etéreo de los medios electrónicos y dejaran poco o nada de sus propuestas a la reflexión de los ciudadanos.
Hube que coincidir en sus apreciaciones, pues todos estamos conscientes de lo que es característico en nuestro tiempo. La televisión es un invento maravilloso como espectáculo, pero en lo político se agota en especulaciones sin fuentes documentales, ideología y análisis; las noticias y los comentarios son disparados a rajatabla sin que los teleespectadores, pasivos por definición, se den por enterados y menos se declaren partidarios u opuestos a lo que quizá escucharon, o no; a lo que quizá vieron o no vieron.
Por otra parte el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana, cuya legislación fue recientemente reformada con no sabemos qué intenciones, limita en extremo la capacidad de expresión política de los candidatos al concederles espacios legales encorsetados en tiempo y costos para que traten de darse a conocer ante la gente y comunicar las ideas, los proyectos y los propósitos que los incitan a pelear los cargos públicos.
Quienes, diputados locales, aprobaron estas reformas parecían desconocer las dimensión territorial del tercer Estado más grande del país: 150 mil kilómetros cuadrados de superficie que equivalen al 7.6 por ciento del territorio nacional. Quizá algunos de éstos jamás los hayan recorrido, aunque ahora existan carreteras y caminos para hacerlo, pero tampoco sabrán cómo son las campañas políticas del PRI. Un viaje de exhaustiva indagación en las regiones y en las municipalidades, en las rancherías y en las comunidades, en los pueblos y en las ciudades.
Distancias kilométricas han de recorrerse para viajar por la ele invertida que forma la comunicación carretera entre Piedras Negras, al Norte, y Saltillo y luego entre esta ciudad y Torreón, al Poniente. Y muchos kilómetros más para llegar, desde San Pedro de las Colonias en la Comarca Lagunera, hasta la ciudad de Cuatrociénegas y desde aquí al Norponiente hasta Ocampo y más allá a Sierra Mojada y luego al Norte, pasando por entre un macizo de sierras y llanuras, hasta Boquillas del Carmen y Ciudad Acuña, para tomar otra vez al Sur y hacer el recorrido de la región carbonífera en Múzquiz, Sabinas y Nueva Rosita y de ahí seguir hasta Monclova, punto vital de la región centro coahuilense.
Y no es cuestión de llegar, saludar, preguntar cómo están o qué se les ofrece, sino de hablar largo y tendido sobre los asuntos que interesan al mayor número de ciudadanos: esos que forman parte de los casi dos millones de coahuilenses cuya simpatía y sufragios espera catalizar el candidato del PRI. Y luego dejar a aquellas poblaciones y decir hasta luego a aquellos coahuilenses con la promesa de ver por ellos y por sus necesidades fundamentales para seguir su viaje, con una mayor carga de información, preocupaciones y compromisos, rumbo a otros contornos.
Así pues será muy poco el mes dispuesto por el reformado código electoral para que los candidatos recorran la dilatada superficie de nuestra entidad; aritméticamente es un período apenas suficiente para que los candidatos alcancen a manifestarse con un apresurado saludo de paso por las comunidades. Olviden éstos la posibilidad de sentarse a escuchar atentamente los problemas y necesidades de los coahuilenses, y desde luego eliminen la idea de organizar una sesión de análisis y discusión para cada tema, tal como a antes se hacía. Alguien les concretará un estreñido resumen de la problemática actual y el resto del tiempo habrán de dedicarlo a estrechar manos, agradecer apoyos y aplausos y escuchar un par de discursos políticos, tan hiperbólicos como demagógicos, perdonando la redundancia…
Los partidos de Oposición al PRI, genéticamente reactivos a través de críticas infundadas contra la intensa dinámica del tricolor, aprobaron las susodichas reformas electorales porque se acomodaban bien a su secundario protagonismo político, siempre a la espera de beneficios económicos y posiciones políticas en el regalón sistema de la representación proporcional. ¿A qué buscar entonces candidatos verdaderamente populares e inquisitivos si de todos modos van a obtener decenas de regidurías, sindicaturas y diputaciones locales con que satisfacer la empleomanía de los partidos minoritarios de México?
En lo que toca a las candidaturas de los pequeños partidos tenemos que aceptar que han venido de más a menos, como si las elecciones fueran a resolverse sólo entre los tres más consolidados, el PRI, el PAN y el PRD y los de la chiquillada sirvieran sólo para hacer más espeso el atole de la democracia. Las encuestas preelectorales marcan las diferencias: el PRI y su candidato, Humberto Moreira Valdés, aparecen en una constante que a diario crece y se aparta mucho de sus competidores, Jorge Zermeño de Acción Nacional y Juan Pablo Rodríguez Delgado, del Partido de la Revolución Democrática.
Este crecimiento no es obviamente milagroso: tiene tras de sí un constante quehacer del candidato, de su partido y de sus colaboradores a través del contacto con la ciudadanía pero no hay duda que Humberto Moreira Valdés, el candidato del PRI, suda la gota gorda para recorrer la entidad dentro del corto tiempo de campaña y el reducido tope de recursos económicos que tienen asignados los candidatos y los partidos. Pero así lo dispuso la Ley y con este instrumento tendrá que cultivar la esperanza y cosechar el triunfo...