Esto del desafuero de Manuel López Obrador se asemeja, cada vez más, a la repetida historieta del parto de los montes, a la célebre golosina teatral de Shakespeare “mucho ruido, pocas nueces” y a los refulgentes relámpagos que vemos en agosto, con muchas luces pero apenas una gota de lluvia.
El espectáculo político-jurídico se ha convertido en un risible sainete de equívocos digno del español Carlos Arniches, pues finalmente la Procuraduría General de la República consignó la desobediencia judicial del jefe de Gobierno y fue turnada a un juzgado competente; después, casi al tiempo en que se declaraba instalado el juicio relativo y era librada, como de rayo, la orden de comparecencia para el indiciado. Entonces se presentaron puntualmente al juzgado de referencia dos almas pías; de oficio, devotos de San Vicente de Paul y de beneficio, diputados del PAN. Acudían a entregar un billete de depósito por dos mil pesos que garantizaría la libertad bajo fianza del acusado.
Era un problema de conciencia, dijeron. Pero AMLO entró en cólera cuando lo supo, así que actuó, en su retórica mesa de prensa en el jardín del multifamiliar que habita en Copilco, como si fuera un peripatético desquiciado: echó “adres” y “tingaos” contra la estratagema panista que parecía no dejarle sitio para escenificar el segundo acto de la obra “choco seria y de combate” ya muy bien aliñada. Algo se irá a ocurrir, sin embargo, dentro de su caletre tropical. “El Peje” posee una imaginación tan exuberante y cromática como la selva cantada por el poeta Carlos Pellicer, de su entidad natal. Pronto sorprenderá al indeciso Vicente Fox y a los acólitos jurídicos de la PGR, con una nueva jugada de ajedrez que los hará indagar en el código de procedimientos penales para ripostar con otras argucias procesales.
Para fortuna de AMLO nuestros códigos contienen un amplio abanico de recursos legaloides. Lo preocupante es cuándo y cómo irá a bajar el telón en esta comedia sin fin. Estamos en el borde limítrofe de las fechas claves en que los partidos políticos, entre ellos el de la Revolución Democrática, deberán tomar decisiones trascendentes, como son las candidaturas a la Presidencia de la República; pero el tour de force entre el presidente Fox y el gobernador del Distrito Federal no tiene para cuándo terminar y se nos antoja que podría ser infinito.
Los viejos cronistas saltilleros narran la historia de un avaro ricachón que se postraba a diario a los pies del Santo Cristo de la Capilla para implorar su ayuda en los negocios, empréstitos, hipotecas, préstamos prendarios, etc., que cada día se ofrecían en su arriesgado trabajo.
Mal comprendía el cicatero la inagotable generosidad del santo patrono, pues intencionalmente obviaba mencionar, en sus peticiones, los altos costos de sus servicios financieros: el 8 por 8 cada 8, lo cual se traducía a la hora de computar los réditos de la siguiente manera: 8 pesos por cada 8 pesos cada 8 días. Como verán mis escasos lectores el usurero ganaba más de muchos salarios mínimos en cada fracción de sus complejos cálculos financieros. Al propio Santo Cristo no le saldrían bien las cuentas.
Un día de ésos el usurero sintió que se arrodillaba a su vera un pobre hombre, oliente a la noble transpiración del laborío físico constante.
Era en efecto un sencillo trabajador, al cual se acercó mientras cubría su boca y fosas nasales con un finísimo pañuelo de seda humedecido en aromática agua de colonia. Por la expresión angustiada de su rostro, por su mirada lacrimosa dirigida a la efigie crucificada, por sus labios musitantes en alguna petición, el despellejador de pobres adivinó la congoja que atribulaba a aquel individuo y no resistió la tentación de saber cuánto dinero requería para resolver sus necesidades.
“¿Qué le pasa? -lo cuestionó- ¿Qué necesita de nuestro patrono?”. El pobre gañán le respondió: “Veinte pesos, señor, para comprar las cucharadas de mi mujer que padece una tos muy seca y no saca las flemas”. El rapaz prestamista metió una mano al bolsillo de su chaleco y extrajo dos monedas de diez pesos. Las aventó en la palma de la mano de su inopinado vecino de reclinatorio y le dijo, con premura: “Anda, anda, cómprate lo necesario y no distraigas más al Santo Cristo, que yo le trato negocios más importantes”. Las consejas pueblerinas dejan moralejas trascendentes.
Peregrinamente se me ocurre que los pre-candidatos de los partidos políticos a la Presidencia de la República podrían hacer lo mismo con López Obrador y Vicente Fox: darles tantos millones como quisieran por concluir su ingrato intercambio de guantadas y que con ese dinero se puedan retirar a una isla paradisíaca a gozar de sus ganancias; así dejarían que el pueblo elector atendiera a lo verdaderamente importante en este momento de transición política: las elecciones presidenciales.
Después de todo nos resultaría mucho más barato de lo que nos costó el mismísimo Fobaproa...