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Hora cero/El derecho a ser votado

Roberto Orozco Melo

Estoy de acuerdo con quienes dicen que gobernar a México es una empresa ardua, ímproba y difícil. La problemática nacional es cada vez más compleja y los recursos que le pueden poner remedio a nuestras carencias resultan escasos o indisponibles. Los reclamos internos del país exigen respuestas constantes y crecientes, pero nuestro lastre histórico deviene pesado y descomedido, pues carga uno y todos los errores cometidos a través de los años. A la par de algunos hombres y mujeres, México no sólo tiene un pasado, sino muchos consecuentes y encadenados por falta de soluciones.

El mundo en que nos movemos como nación y como estado hoy es complejo e interdependiente. Si antes fuimos libres y soberanos para la toma de nuestras propias decisiones, ahora estamos subordinados y condicionados por crisis externas e internas. Si bien desapareció el encono tradicional de la vieja nomenclatura política, los conservadores contra los liberales, hoy se enfrentan, en otros campos pero con igual denuedo y crueldad, los globalifilios y los globalifóbicos. Es la eterna lucha de los muy ricos contra los muy pobres. Y viceversa.

Aspirar a ser mandatario de este pueblo tan agobiado, tan impotente y tan incompetente pudiera ser un engreimiento irresponsable e incomprensible. Pero en esta desacomedida ambición, vemos tan decididos como desconcertados a los tres aspirantes a la Presidencia de la República; y tan así que casi todos los mexicanos estamos a un paso de sufrir desvelos por saber cuál de los tres -López, Madrazo y Calderón- va a ganar las elecciones del dos de julio de 2006.

Ahí están los del trío: animosos, valientes y cordiales ante las cámaras. Cada uno trae su propia carga de cualidades y defectos, pues son hombres y nada humano, propio de los zoones politikones, les ha de resultar ajeno, parodiando a San Agustín o a algún filósofo griego anterior: Andrés Manuel López Obrador, con su bien ganada fama de líder populachero e izquierdista; Roberto Madrazo Pintado, con antecedentes de populista y reventador de buenas intenciones, y Felipe Calderón Hinojosa, con su fama de ortodoxo comprometido ideológicamente, lo cual no es ahora precisamente una cualidad.

Creo, sin embargo, que cualquiera de los tres casi candidatos puede resultar un buen jefe del Poder Ejecutivo federal si antes de asumir las altas responsabilidades que caerán sobre sus hombros, como resultado de una votación ciudadana favorable, hacen un profundo examen de su deber y haber a través de los muchos años de su protagonismo político. Reconocer lo que pueda avergonzarles y proponerse enmendar sus pasos sería un buen principio. Ninguno de los tres podría proclamarse libre de culpas, pues nadie es absolutamente inocente en un medio político como el mexicano. Si asumen esta realidad con firme autocrítica cuando están a punto de sentarse en la silla presidencial podrán ser mucho menos dañinos de lo que muchos críticos y observadores piensan que serán.

Para gobernar bien no es necesario un doctorado en ciencia política; con que los candidatos estudien la historia nacional van a adquirir un catálogo preciso de experiencias positivas que, siguiéndolas, les servirán para encabezar un buen Gobierno. En política internacional es preciso imitar la conducta de don Benito Juárez y no la de Vicente Fox. Quien gobierne al país necesita renunciar a la tentación de conducir el manejo de la economía nacional pues para eso están los expertos. Un presidente cuerdo debería emular la teoría y la práctica con que condujeron las finanzas los prudentes hacendistas de nuestro medio siglo XX. En cuanto a la conducta política es recomendable callar mucho y hablar poco; tal es la regla de oro de un buen estadista. Por otra parte, en las relaciones diplomáticas con los países más poderosos del mundo, próximos o lejanos, basta con seguir el ejemplo de Cárdenas, de Ávila Camacho y de López Mateos: amigos respetuosos de los derechos de todas las naciones del mundo pero jamás incondicionales; solidarios en sus apuros económicos y en sus tragedias nacionales, pero no meter la baza tricolor en sus conflictos con otros países, porque el nuestro podría salir descalabrado, ¿o no señor Derbez?

Un presidente de la República debe tener cultura general, pero más que ninguna otra cualidad requiere hacer gala de prudencia, generosidad, sentido humano y compromiso social. Si el trío de aspirantes a serlo se siente dueño de tales cualidades, con que simplemente compruebe la honradez, la decencia y la moralidad de su conducta, tiene pleno derecho a demandar el voto de sus compatriotas.

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