Como en todo, en la política existen siempre dos opciones: escoges la más sólida, la que resulta más difícil de conseguir o te decides por la más cómoda, por la facilita. Tal es el actual dilema del PRI en Coahuila. Mientras hay aspirantes priistas al cargo de gobernador del estado que apuestan a la democracia, otros le van a la dedocracia, el sistema antípoda de elegir y conducir a las sociedades humanas que Abraham Lincoln solía definir como “el Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Si usted, querido lector, ha pensado porqué razón el Partido Revolucionario Institucional tarda en emitir su convocatoria interna para elegir al político que lo va a representar en las elecciones del próximo domingo 25 de septiembre de este año, no se desespere. Pronto estaremos mejor informados sobre cómo será el proceso que va a elegir en el PRI de estas opciones: a su candidato a gobernador del estado de Coahuila, a 38 presidentes municipales, a ‘ene’ número de síndicos y regidores de los 38 cabildos y a 20 diputados locales, más los 12 de contentillo.
El Instituto Electoral y de Participación Ciudadana publicó hace cuatro días las tres convocatorias públicas respectivas y después los partidos políticos seguirán con las suyas propias; enseguida procederán los registros de precandidatos para los procedimientos internos de selección y finalmente las inscripciones definitivas de los hombres y mujeres que competirán el día 25 del mes de septiembre en los comicios constitucionales, que se presienten cordiales, animados y pacíficos.
Mas no podríamos asegurar que esta última predicción se llegue a cumplir espontánea y naturalmente. La elección interna quizá vaya a distar de constituir una edénica coyuntura para convertirse en un ensayo electoral más agitado que un martini doble y seco, poco deseable y de sabor corriente.
En las filas del tricolor coexisten, hasta ahora, seis corrientes políticas que apoyan a seis aspirantes a la candidatura de gobernador y todos parecen convencidísimos de constituir la alternativa política que requiere el estado de Coahuila para poder avanzar hacia el desarrollo.
Para explicarlo usaremos una metáfora: los precandidatos sienten que sin “su atinada dirección”, la entidad puede perder el impulso de progreso que ha impuesto el actual gobernador y para aclocarse en el asiento del conductor, algunos aspirantes han delineado sus respectivas estrategias de campaña bajo el signo de una briosa desmesurada acometividad, lo cual es percibido por los ciudadanos como un riesgo contra la marcha tranquila del procedimiento, auque nadie pensaría nunca que éste pudiera constituir un paseo en lancha, acompañado de una gentil dama, sobre el Lago República de la alameda Zaragoza.
Quienes primero enfrentarán el problema serán las organizaciones políticas, especialmente el Partido Revolucionario Institucional y su más distinguido militante, el gobernador Enrique Martínez y Martínez quien, hasta hace muy poco pudo controlar los ímpetus nerviosos de los primeros cinco aspirantes a sucederlo, que después se hicieron seis por la renuncia de Miguel Arizpe Jiménez a la presidencia del PRI estatal.
Este sexteto de políticos apareció muy disciplinado al principio, siempre atento a los menores deseos del primer mandatario estatal y del propio PRI, pero ahora cada uno se ha tornado independiente en sus declaraciones, autónomo en su conducta preelectoral y reactivos e intransigentes ante cualquier mención sobre alguna solución interna concertada; la cual, ciertamente, puede convertirse para el PRI en el peor de los escenarios posibles.
Existe además, entre ciudadanos y observadores de la cosa pública, un sentimiento de desazón percibido a través de los medios de comunicación y de los sectores políticos y sociales, creciente a medida que se acercan y tornan concretos los trastabillantes pasos del proceso electoral coahuilense. Quienes así lo sienten aseguran tener información veraz, aunque obviamente no desean ser mencionados como fuentes propaladoras de algunos hechos y actitudes ominosas, de distanciamientos en la cúpula política de Coahuila, intentos de imponer conductas de abajo hacia arriba con propósitos y despropósitos personales y algunos otros signos que evidencian la intención de meter en un puño a sus competidores, pero que a un tiempo acusan deslealtad y desconfianza hacia el responsable político del estado; lo que puede provocar, además, que las aguas de la política se agiten, se enturbien y lleguen a emporcar la tradición electoral de Coahuila, apoyada históricamente en comicios pacíficos y legales, cuyas consecuencias políticas fueron illo témpore, bien asumidas por los electores y la sociedad entera.
Decir en medio de tales desasosiegos que el PRI podría resolver su conflicto electoral interno al discernir a un candidato viable por medio de una concertación debajo de la mesa, sonaría a mentada de madre ante la membresía priista.
El PRI y el PRD han enfrentado en otros tiempos la intención de dar un fenomenal dedazo sobre las candidaturas importantes y convocaron a elecciones internas para decidir mediante el voto personal, directo y secreto de sus afiliados; pero como este medio no resulta fácil de manejar por la inconsistencia estadística que tiene cada partido sobre la identidad y la cantidad de los militantes, las dos organizaciones políticas han terminado por convocar igualmente a sus “simpatizantes”, vale decir a propios y extraños: así, quienes han querido votar, lo han hecho por equis o por jota dentro de los ensayos realizados sobre esta vía.
Sí, resulta una especie de ensayo general de comicios entre iguales y los que se acerquen; una elección primaria posible que así mismo tiene defectos pues, por ejemplo, nadie está obligado a concurrir a la votación, dado que el hecho de votar o no votar carece de premio y de castigo; pero todos pueden sufragar en las urnas del PRI y en las del PRD... hasta los miembros del Partido Acción Nacional y muchas veces lo han hecho, ya que sólo tienen el requisito de presentarse con su credencial de elector. Y han votado, claro, con la perversa intención de elegir al peor de los aspirantes, pues elevar al triunfo al más débil significará enfrentar a un enemigo fácilmente sometible en los comicios constitucionales.
No obstante todos sus defectos, los priistas insisten en protagonizar una elección democrática interna. Les quedó un buen sabor de boca en el proceso que eligió a Martínez y Martínez como gobernador y él mismo está convencido de la nobleza del procedimiento, que sólo combaten precandidatos y corifeos inseguros de su popularidad o sea esos que buscan ganar con rapidez por medio de la decisión más facilita, el dedazo, sin ocurrir al apoyo de los ciudadanos...