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Hora cero/Ironía histórica y paradojas de temporada...

Roberto Orozco Melo

Una característica de las sociedades neoliberales, comerciales y tecnocráticas es la ausencia de un sentimiento humano. La focalización del interés democrático neoliberal está en los negocios, las utilidades, la estabilidad económica de las empresas trasnacionales y su seguridad jurídica, la reducción de tramitología oficial, la vigencia de una Ley laboral ad-hoc con mínimos compromisos para las empresas y un etcétera más largo que el camino al lejano, mítico, Puerto Longón de que hablaba el filólogo Gutierre Tibón.

El mundo de la modernidad tecnocrática nada quiere ni tiene qué ver con la esencia ética de las personas, ni con sus prioridades como habitantes de la Tierra. Los problemas de la gente común -la familia desnutrida, el desempleo, el fogón sin comida y la casa sin techo- no parecen impactar, aunque debieran, en las altas esferas de las grandes empresas trasnacionales. Tan azarosas urgencias domésticas solamente se dan en el sombrío inframundo de la economía que habitan seres improductivos, los cuales son vistos como lastres en la marcha triunfal de las macroeconomías en la región geopolítica que llamamos tercer mundo. Con estos países -afirman los muchachos de Chicago- resultaría imposible hacer negocios, pero bien que los hacen. De dónde, si no, saldrían los grandes ricos de Forbes.

Por otra parte, ¿se ha dado cuenta usted, querido lector, de la facilidad con que las empresas extranjeras -el “rediéz... cubrimiento” de América- que controlan en nuestras ciudades grandes y medianas los sistemas de saneamiento urbano, la distribución del agua potable y del gas natural suelen incrementar el costo a pagar en las facturas mensuales o bimestrales a cargo de los usuarios?

¿Han advertido ustedes cómo suben de precio, cada mes, las gasolinas de la paraestatal Pemex que dicen es nuestra? -es decir suya, mía y de nosotros-.

Y sobre el gas natural o licuado ¿qué nos dicen? ¿Acaso es aquí más barato que como se le vende a Estados Unidos? ¡Vaya! Eso no sucedería ni en el fantástico país de nunca jamás...

Recuerden cómo la Comisión Federal de Electricidad eleva, también mes tras mes, sus costos de generación y conducción de energía a nuestros medidores y con que pasmosa constancia y puntualidad nos coloca en la encrucijada de pagar la energía o quedarnos sin ella?

Y de Telmex, ni qué decir: envueltos en planes de estímulo a la gran masa de usuarios, incrementada por los móviles, nos receta periódicos incrementos que hemos de pagar a fortiori, por nacionalistas, fíjense nomás.

Como consecuencia suben las tarifas de los sistemas de transporte, aunque nunca la calidad del servicio; todo cuesta más en los mercados y supermercados; los arrendamientos se van a las nubes, igual los intereses bancarios del dinero activo, los abonos de las mueblerías, las tarifas de las autopistas, los impuestos, etcétera, mientras que el Banco de México persiste en ignorar estos rubros para mantener muy bajos los índices anuales de inflación.

Y vea usted, paciente lector, cuán irónica coincidencia histórica: ayer viernes celebramos precisamente un aniversario más de la expropiación petrolera de 1938, memorable y significativo, porque aquel acto de afirmación nacionalista constituyó una decisión presidencial que trascendió en este mensaje hacia el mundo: los mexicanos somos conscientes de nuestra soberanía; sabemos y podemos ejercerla en lo que más nos interesa, nuestros recursos naturales. Integramos una nación independiente cuya legislación ampara nuestro pleno derecho a la explotación de dicho patrimonio y a decidir su destino, pese a lo que opine cualquiera otra empresa o cualquier otro país.

Lázaro Cárdenas, el presidente expropiador, no vaciló en defender así el patrimonio petrolero contra la desobediencia de las empresas extranjeras al laudo de la Junta Central de Conciliación y Arbitraje del Gobierno Federal que las obligaba a: 1) Reconocer la libertad de asociación a los trabajadores petroleros; 2) Concertar con el sindicato un contrato colectivo de trabajo con las empresas extranjeras y 3) Firmarlo y a respetar los compromisos laborales contraídos por ese documento.

La desobediencia prepotente de las petroleras obligó a Cárdenas a decretar la expropiación. Hoy se viven tiempos ventajosos para los inversionistas forasteros, obra y gracia de los neoliberales mexicanos, encabezados por Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari; éste, al firmar los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, Canadá y otros países nos metió en un novedoso sistema económico de orden mundial medularmente injusto y las clases sociales de mínimos ingresos económicos dan evidencia de ello. Lo anormal e irónico fue, sin embargo, que autoridades federales, estatales y municipales, más algunos empresarios particulares, se unieran años después para vender tales servicios públicos a diversas sociedades anónimas extranjeras en la búsqueda, dijeron, de una mejor administración y buen servicio a las clases populares.

Paradójico es ahora que las mismas empresas se distingan por atentar contra la economía popular y agotar su reducida capacidad de pago.

Al someternos, mutatis mutandi, a la Organización Mundial de Comercio y a la banca internacional renunciamos a la facultad soberana que nos otorgó la Constitución de 1917 para poseer y administrar nuestros recursos naturales; pero hay más aún: sobre la indebida enajenación de servicios públicos a operadoras extranjeras, es el propio Gobierno quien hoy día autoriza los periódicos incrementos de tarifas para los servicios que prestan.

En el período del presidente Fox hemos visto toda suerte de paradojas, pero que los partidos y los políticos intenten dar un valor ético a la reforma constitucional en materia de energéticos y presentarla como una acción positiva y patriótica resulta el colmo de lo paradóxico o “parafóxico” Lo plausible, digno de reconocimiento y apoyo, debería ser la actitud contraria.

En fin, son ironías históricas y crueles paradojas de estos tiempos de alborotado cambio político y electoral, aunque otras más habrán de verse en el mediato futuro, y si no, al tiempo...

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