Anoche, viernes siete, tuve el gusto de expresar algunas ideas ante un animoso grupo de graduados de la Universidad Tecnológica de Coahuila, extensión Parras. Para cualquier hombre maduro resulta interesante la comunicación con la juventud; pero hablar por hablar sin sembrar un pensamiento positivo en sus vidas sería un imperdonable despropósito.
Mi charla fue, en muchos sentidos, evocativa. Les platiqué que hace 57 años, en 1948, egresó un pequeño grupo de estudiantes de la Escuela Secundaria Federal número 12 “Francisco I. Madero” cerca de veinte y yo entre ellos, quienes de inmediato nos enfrentamos al dilema común de aquellos años: ¿Qué estudiar, dónde estudiar, para qué estudiar y con qué recursos estudiar? Este grupo constituía una de las primeras generaciones egresadas de la única institución de enseñanza media existente en la ciudad de Parras. Para muchos de los graduados ello significaba detenerse en el crucero de la vida sin saber por cuál rumbo avanzar. Pocos, muy pocos integrantes de esa generación contábamos con medios económicos para salir de Parras a Saltillo o a Torreón, quizá a Monterrey, a inscribirnos en los bachilleratos o en una escuela de enseñanza técnica, muy escasas por esos años.
Los que pudimos seguir adelante con el esfuerzo económico de nuestros padres, lo hicimos. Quienes no pudieron, aquí se quedaron a enfrentar la vida cara a cara, a trabajar en lo que fuera necesario y a convertirse en adultos prematuros. No eran muchas, ni variadas, las opciones de estudio; no existían tantas universidades, tantas alternativas profesionales, ni los padres de aquellas generaciones, de clase popular o media, contaban con recursos económicos para enviar a sus hijos a otras ciudades con el propósito de continuar su preparación académica. La clase media de Parras se integraba por un limitadísimo número de familias cuyos ingresos eran muy medianos. Por eso, precisamente, se llaman clases medias. Y las clases altas, las de mayores recursos, se podían contar con los dedos de las manos.
Tuvimos compañeros de esclarecida inteligencia y firme voluntad para el estudio que, sin embargo, se resignaron a cursar carreras cortas para convertirse con rapidez en auxiliares de contador, estenógrafos o tenedores de libros de comercio en alguna escuela particular mediante el sacrificio de sus familias; luego debían esperar turno para conseguir trabajo en las pocas empresas de nuestra ciudad. Las oportunidades laborales eran limitadas. Por esos años el país apenas despegaba hacia el desarrollo económico, hacia la creación de nuevas industrias, hacia la oferta de empleos; aunque, trágicamente, todavía estemos en tales empeños.
Como paradoja el Gobierno Federal centralizaba todo. Un ejemplo: para que la Secundaria Federal de Parras pudiera tener su propio edificio hubo necesidad de aprovechar la coyuntura del 350 aniversario de Parras e integrar una comisión de notables que fuera a México a pedir al presidente de la República, Miguel Alemán, que como un acto de justicia histórica para la tierra natal de don Francisco I. Madero, autorizara la construcción de un edificio para nuestra escuela secundaria. El edificio se erigió y cuánto lo reconocimos al licenciado Alemán, aunque en estricta justicia a quién debíamos haberlo agradecido fue al Apóstol de la Democracia.
Qué distinto, qué distante de aquél, es el horizonte que tienen al frente estos jóvenes graduados. Nuestro mundo, nuestro país, nuestro pueblo es hoy polarmente distinto al de los años cincuenta del siglo XX. Las oportunidades de estudio y de trabajo son ahora muchas y muy variadas; si bien no tanto las de empleo.
Jamás pudimos imaginar que un grupo de estudiantes tan nutrido pudiera obtener herramientas de trabajo como “procesos de producción, comercialización y ofimática”.
Las alternativas eran entonces reducidas: la de medicina, leyes, docencia de educación básica o ingeniería. Pero este pequeño abanico de oportunidades académicas creció y saturó el mercado hasta llegar a los cientos de carreras que hoy se imparten en las instituciones de estudios superiores existentes. Han cambiado también las condiciones en que la juventud puede cursar sus estudios y eventualmente, realizar sus esperanzas. Para bien de los jóvenes hoy existen muchas becas y las escuelas se vinculan a las necesidades de los empresarios para no incurrir en el crecimiento excesivo de la oferta de empleo en relación con la demanda.
El mundo que espera a estos jóvenes no es, todavía, el mejor de los mundos posibles, pero ofrece un amplio campo de oportunidades para que la propia juventud pueda colaborar a que muy pronto sea una realidad. Con esfuerzo y persistencia, responsabilidad y honradez, superación profesional y cumplimiento de los deberes cívicos y morales, estos jóvenes podrán construir un mundo justo, digno y viable a las futuras generaciones entre las cuales van a estar, seguramente, sus propios hijos.