Han pasado veintitrés años de aquel trágico primero de septiembre de 1982, día del Sexto y último Informe de José López Portillo, en que anunció la nacionalización de la Banca; y todavía se eriza la piel al repasar la verdadera crónica del drama financiero, narrado por uno de sus vitales protagonistas, don Adrián Lajous, único funcionario de alto nivel en aquel Gobierno que se negó a convalidar el decreto respectivo, por cierto de cepa coahuilense.
Pero no cabe duda que este hecho, con todo lo negativo que resultó, fue el asfalto hirviente para la vialidad que nos condujo al cambio democrático: la economía del país se hizo polvo, mas es indubitable que constituyó la sacudida que México necesitaba para convencer a la sociedad mexicana de los perniciosos males del autoritarismo presidencial y la urgencia de destruir aquella viciosa práctica inaugurada por Luis Echeverría Álvarez de controlar la economía del país, y el país entero, desde la casa de Los Pinos.
Aquel primero de septiembre de 1982 los integrantes del que pomposamente se llamó desde entonces el “Gabinete ampliado” empezaron a acceder a la residencia presidencial para asistir a un desayuno convocado por López Portillo, evento muy importante dentro de la logística de su plan expropiatorio: sólo sus secretarios de Estado conocerían la decisión a que había llegado el día anterior; ni siquiera su ya electo sucesor, Miguel de la Madrid, iba a ser informado de ello.
Adrián Lajous escribe: (El presidente) ...“nos anticipó parte de lo que diría en su Informe anual. Explicó que el país había sido saqueado por malos mexicanos que se habían llevado veintitantos mil millones de dólares al extranjero. Atribuyó buena parte de la culpa a los banqueros que, alegó, habían auspiciado y propiciado la fuga de divisas. Esto lo llevaba, dijo, a nacionalizar la Banca y a establecer el control de cambios. Quería el apoyo de todos sus colaboradores patente en la firma de todos los presentes en ambos decretos. Dio instrucciones a su asesor jurídico para que les diera lectura, pero antes añadió: “claro que no es obligatorio que firmen. Quien lo haga, qué bien. Quien no quiera, que lo deje a un lado la historia”.
(.....) “Para mí era claro que el principal responsable de la fuga de capitales era el mismo Gobierno; estaba manteniendo una paridad artificial cuando en el mundo real el peso se había devaluado por la inflación provocada por el gasto deficitario. La mercancía más barata que había en México eran los dólares a 26 y 27 pesos cada uno. Esta fue la verdadera causa de la dolarización de la economía y de la fuga de capitales”.
(......) No por las razones antes señaladas, sino por otras que más adelante explicaré, al dar cuenta de mi carta de renuncia decidí no firmar los decretos, pero no quise que el presidente y mis colegas supusieran que mi abstención tenía por objeto expresar solidaridad con los dueños de los bancos y me propuse razonar mi decisión.
(.......) “Nos ha pedido nuestro apoyo y por ello supongo que querrá conocer nuestra opinión. Yo al menos tengo interés en darle la mía”. Mientras pronunciaba la última frase el presidente me interrumpió para decir: “No. Esta es una decisión tomada por el presidente de la República. Los decretos aparecerán en el Diario Oficial de hoy. No voy a permitir que esto se convierta en un foro de debates. El asunto está en tómelo o déjelo”. (........) me limité a encoger los hombros al tiempo que respondía: “en esas condiciones no me queda más remedio que dejarlo”...
“El presidente meditaba su respuesta cuando entró al quite su asesor Carlos Vargas Galindo, quien gritó: ‘él no tiene que firmar’, López Portillo tomó esta salida y dijo ‘así se resuelve el problema automáticamente’ e hizo un gesto para que pasaran los documentos a la firma del Gabinete. David Gustavo Gutiérrez, interpretando la reacción del presidente a lo dicho por Vargas Galindo en el sentido que sólo firmarían los que la Ley requiere, se puso de pie y exclamó: ‘no señor presidente, usted dijo que todos. Yo quiero firmar aunque sólo sea como testigo de esta extraordinaria decisión’, Luis Barrera González también se puso de pie y dijo “pido un aplauso para este gran presidente”. El grupo aplaudió de pie. Sentí que imitarlos sería una gran hipocresía y permanecí en mi silla”.
En la política siempre hay dos clases de colaboradores: los que dicen que sí a todo acto del jefe y uno que otro que se atreve a contrariarlo con razones. Don Adrián Lajous dio muchas pruebas de su hombría de bien, coronadas con este acto de valor civil. Él es un paradigma nacional de honor. Los barberos de aquel presidente andan por ahí en el anonimato y uno que otro defendiéndose de la justicia. Es la diferencia entre humanos.
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Por último digo: el Archivo Papeles de Familia de la Universidad Iberoamericana está a punto de cerrar el concurso al que convocó a las familias del Sureste. Si no han enviado sus documentos y fotos háganlo ya, que se acaba el tiempo.