¿Alguien podría decirnos cómo es que el tiempo corre tan aprisa? ¿O por qué percibimos que las horas, los días, las semanas, los meses y los años se nos escurren de las manos sin que podamos controlar su tránsito fatal? El tiempo se fuga, dijo Ovidio y nada hay que lo detenga, nadie que lo retenga.
Cada año nos entrega constancia de ello; pero igual nos impacta y desorienta su acelerado acaecer.
Hoy sábado, primer día del mes de Enero del año 2005, iniciamos un nuevo tramo de la vida. nacional, larga, fatigosa y apenas fructífera por el difícil cuajado de sangres, culturas e individualidades implícitas en la creación de aquel nuevo país llamado México y de su emergente gentilidad: los mexicanos.
Los hechos marcan el devenir de aquellos tiempos: 300 años de sumisión colonial absoluta; 100 más desde que declaramos nuestra emancipación de la Nueva España, un período consumido en altibajos de la insurgencia, rijosidades internas por el poder del nuevo Estado, agresivas invasiones extranjeras con saldo negativo en muertes, recursos económicos y pérdidas territoriales y en el último tercio del convulsivo Siglo XIX la instalación de una dictadura militar por más de 30 años, aparentemente necesaria para que la estabilidad interior soportara la construcción de un México moderno.
El siglo XX se abrió entre signos de inconformidad ante la presidencia del general Porfirio Díaz y cuando el país celebraba el centenario de la Independencia nacional brotó incontenible el descontento popular, convocado por Francisco Ignacio Madero a una revolución que costaría más de un millón de vidas a la República, incluido su propio martirio.
No terminó allí el baño de sangre. Los caudillos revolucionarios pugnaron por el poder público del país y se mataron unos a otros hasta 1929 cuando fue creado el Partido Nacional Revolucionario: fueron casi 30 años de pérdida para el desarrollo, la educación, la salud pública y todos los ramos administrativos del Gobierno. Sin embargo, después de 1930, las viejas instituciones oficiales y las creadas al amparo de la Revolución empezaron a dar frutos maduros, visibles y tangibles.
Los gobiernos emanados del flamante Partido Revolucionario, desde Lázaro Cárdenas hasta Gustavo Díaz Ordaz, asumieron la responsabilidad de encauzar a la República. Mantuvieron una hacienda pública eficiente en recaudar impuestos y financiar el gasto público, ello conservó la paz interior, impulsó las comunicaciones, más o menos distribuyó con justicia el ingreso nacional, revitalizó la producción agropecuaria, repartió la tierra y el agua entre los campesinos, creó condiciones de trato laboral para los obreros y atendió a la justicia social postulada en el lema del partido oficial, cuyo otro enunciado, la democracia, tuvo que esperar a que se dieran las condiciones económicas y sociales para su eficaz legitimación y funcionamiento. Sin embargo la sociedad reclamaba el respeto al voto ciudadano.
Diez años después que el PRI, nació un partido que parecía el más acabado intento de oposición política, organizado con ideología, programa y membresía, entonces no muy abundante pues sólo contaba con algunos miles de militantes, diseminados en entidades federativas que aún respiraban resentimientos por la centenaria pugna Iglesia-Estado finalmente superada en 1941.
La debacle del PRI empezó cuando en 1969 los burócratas desplazaron a los políticos y alcanzaron el dedazo presidencial. El presidente Gustavo Díaz Ordaz había perdido el control de su Secretaría de Gobernación al designar a Luis Echeverría Álvarez como titular. Éste no sólo manipuló el movimiento estudiantil de 1968, también aprovechó la masacre del dos de octubre para alzarse con la candidatura del PRI a la Presidencia de la República.
En campaña se quiso bienquistar con los universitarios y la izquierda nacional al guardar un minuto de silencio por los caídos en Tlatelolco, lo cual se interpretó como una crítica pública al Ejército mexicano, protagonista activo de aquellos hechos.
Díaz Ordaz pudo ordenar la defenestración de Echeverría como candidato, pero no se atrevió a romper la institucionalidad presidencial. Ya en el poder nacional Echeverría generó un gran desorden político y financiero en el país, heredado a otro chivo en cristalería, José López Portillo, quien incrementó el desgarriate financiero y dio su dedazo a favor de Miguel de la Madrid Hurtado que asumió la Presidencia bajo la consigna estadounidense de acabar con el proyecto social, político y económico del PRI para destruirlo como partido en el siguiente sexenio, lo cual intentó Carlos Salinas de Gortari. Luego de los crímenes de Estado cometidos contra Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu, arribó a la suprema magistratura del país Ernesto Zedillo, quien junto a los empresarios y a través de un sitiado PAN, se encargaron de la derrota electoral del PRI, lo que finalmente alcanzó una innegable consecuencia positiva: el cambio democrático.
Sin embargo, el PRI no había muerto del todo y ganó con votos la mayoría necesaria de curules y escaños legislativos para controlar el Congreso. Con el apoyo de otros partidos logra maniobrar desde la oposición y estorbar el proyecto del cambio económico lo cual capitalizó en triunfos electorales estatales.
Ante el foxismo y el panismo -que se parecen pero no son la misma cosa- el PRI representa un obstáculo y ante el país entraña la inquietante posibilidad de un retorno al autoritarismo del siglo XX. En un texto sintético hemos intentado revisar algunos tramos de nuestro largo y azaroso pretérito; del cual lamentamos la inexorable pérdida de oportunidades para el país, antaño y hogaño sacrificadas en aras de intereses mezquinos. Ojalá que en 2006 la ciudadanía valore bien su voto e impulse un Gobierno que practique un ejercicio respetuoso de su autoridad, restablezca el uso de la política como vía de gobernabilidad y así rescate la estabilidad económica, perfeccione la democracia y retome la justicia social. Un mensaje a los directivos, editores, trabajadores y lectores de este diario con el deseo de que el año 2005 nos conduzca al progreso y al bienestar general, sin más derroche de tiempo y de recursos.