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Hora cero/Tiempo de desacatos

Roberto Orozco Melo

El jueves siete protagonizó Andrés Manuel López Obrador, gobernador del Distrito Federal, la culminación de la trama política y jurídica que desembocó, como estaba planeado, en la apertura de un proceso jurídico en su contra. Esa tarde el “peje” parecía ser Jesucristo, y sólo le faltó pronunciar, al final de sus piezas oratorias, las últimas palabras del Nazareno en la cruz: “Consumatum est”. Pero eso era la parte dramática, teatral, de su defensa.

Por lo demás todo estaba consumado, aquello constituía apenas un prolegómeno político que dejó paso a un proceso judicial con eventual privación de su libertad y -quizás, quizás, quizás- de los derechos políticos de AMLO. Los comentaristas de radio y televisión se hicieron bolas: ¿Dónde empezaba lo político? ¡Dónde lo político? En México éstas connotaciones no son fáciles de deslindar, aunque se trate de un asunto judicial, y menos cuando el principal indiciado en el caso resulta ser un político confeso de interés por participar en el proceso electoral de 2006.

Otras cosas sucedieron: ¿Quién sugirió a Televisa la realización de un debate entre intelectuales del más alto rango, emparejado en tiempo real al evento masivo del Zócalo, en que el gobernador del Distrito Federal hizo un impactante discurso, y luego otro del mismo tono en la sesión del gran jurado, para defenderse de las acusaciones de la Procuraduría General de la República? El que haya sido logró malgastar el dinero del señor Azcárraga Jean, pues la absorta atención del tele-auditorio estuvo pendiente del Zócalo y de San Lázaro, no de la mesa redonda. O qué ¿acaso se pretendía servir, masticado, digerido y en charola de plata el bocado ideológico y político que trascendería de aquella sesión pública?

El “affaire” Vicente Fox-López Obrador resultó un largo metraje de suspenso con toda la técnica de Alfred Hitchcok. Meses y meses estuvo en las páginas de la prensa escrita, en las pantallas de televisión y en las ondas hertzianas de la radio. Devino torneo de dimes y diretes que iniciaba a las 6:00 horas con la diaria conferencia de prensa del gobernador del Distrito Federal y culminaba a las 22:00 horas con los discursos del presidente de la República. Éste, siempre a la defensa del supuesto régimen de derecho que priva en México y aquel, siempre, al acecho de cualquier gazapo presidencial para hacer cera y pabilo de sus palabras. Todo ello salpicado, además, con los gozosos comentarios de los periodistas y cómicos de la televisión nacional.

Si, me dirán, pero ¿y el pueblo que cubrió la explanada del Zócalo? Que el jueves 14 de abril hayan asistido más de 300 mil personas a la plaza de la Constitución para apoyar al jefe de Gobierno acredita, por un lado, la capacidad y experiencia de López Obrador en la organización de marchas, manifestaciones, bloqueos y otros actos masivos ya conocidos; pero obviamente igual puede ser fruto, por otro lado, de sus cuatro años de Gobierno en la Ciudad de México y su constante comunicación con la gente del sureste mexicano.

El proceso judicial que a va a enfrentar López Obrador a partir de cualquier día de estos será una continuación de lo que ya hemos visto: el segundo acto del melodrama...¿Habrá audio y video en las augustas salas judiciales donde tengan lugar las diligencias?...¿Podremos verlas a través de las pantallas chicas, ahora más grandes que las del cinematógrafo?...Y para dar una mayor intensidad al proceso...¿convendría que el juicio fuese oral, no escrito como dice la Ley? ¿Que hubiese un cuerpo insobornable de jurados? ¿Que el señor Juez vistiese toga y birrete o, quizás, peluca con bucles dorados a la inglesa?

Francamente no podemos tomar en serio lo que está por suceder, no con el actual Gobierno de la República que igual que el del “peje” tampoco toma en serio su función pública. El presidente Fox nos ha acostumbrado a decisiones repentistas e inconsultas como la reciente de emitir un decreto presidencial para declarar día de luto nacional, con bandera a media asta, la fecha del sepelio de Juan Pablo II. Nadie le hubiera visto mal que el reconocimiento a la fé católica que profesamos todos los mexicanos se expresara con su puntual asistencia a las honras fúnebres, y no habría tenido necesidad de hacer ningún desacato a las normas de la Constitución Federal.

También es un hecho que el gobernador del DF se pasó por el arco del triunfo la suspensión del juez de Distrito en materia administrativa en el caso de “El encino” y aunque fue conminado en tres ocasiones para presentarse a declarar en los autos del procedimiento, no hizo aprecio ni obedeció, aunque asegure que el tramo de tierra usado era apenas de 200 metros cuadrados y que le pareció inconcebible que un juez federal hiciera tanto escándalo por tan pocos metros.

Pero la majestad de la Ley, ya en serio, no hace diferencias ni acepta gradualismos: lesión es lesión. Y aún cuando el juez desobedecido sólo se percató del agravio judicial procedente del jefe de Gobierno hasta once meses después de haberlo conminado por su respuesta, el señor procurador de la República decidió iniciarle el procedimiento político previo de desafuero como presunto responsable por su desacato a un mandato constitucional. Ahora sigue el tercer acto, y ahí nos iremos aproximando, desacato en desacato, a la hora de la verdad: las elecciones de 2006...

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