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Hora cero/ Vestidos pero con dignidad?

Roberto Orozco Melo

Bien, pues al bajar del avión, ya sea en Nueva York, Berlín, París, Praga y aún en el Distrito Federal mexicano y otros destinos turísticos, usted va a sufrir la peor de las aventuras posibles. Lo enviarán por un canal marcado con el guarismo ocho, hacia un destino incierto donde vivirá una espantosa pesadilla: ¡la cámara que encuera!, para anunciarlo con un mexicanismo y la apropiada entonación del maestro de ceremonias de un circo.

Usted viaja por vía aérea, a Estados Unidos o a donde quiera ir y por la causa que sea; vale decir a cualquier país y con ene motivo. Primera opción: tiene listos sus boletos y su equipaje y su ánimo se encuentra instalado en el clásico optimismo de todos los viajeros. Cuando se interna en el avión que lo conducirá a su destino piensa en que todo va a resultar chévere y su urgencia de descanso será colmada con esos soñados días de dulce hacer nada, según el concepto italiano de las vacaciones; o la fiaca de los argentinos, el holiday de los estadounidenses, la hueva de los mexicanos.

El aeroplano se elevará majestuosamente y acometerá la atmósfera con su carga de seres humanos quienes, a su vez -segundas opciones- llevarán su propio tambache de proyectos, responsabilidades o malas intenciones, pues no todos van en busca de un sencillo reposo. Algunos viajarán por negocios y otros con el fin de consultar la infalible segunda opinión médica sobre corporales dolencias; algunos más a ver a la tía rica y enferma, no vaya ser que caduque sin recordarlos en su última voluntad; otros a tantear el ambiente laboral porque en México ya resulta imposible conseguir una chamba y varios más al destrampe en los hoteles con casino; así, cada viajero, tendrá sus propios impulsos motivacionales.

Pero no se necesita tener y tampoco saciar, tanta curiosidad. Sepa cada quien por lo cual quiere trashumar y analice su propio caso, pero deje el ajeno. Usted, dirá, que va a viajar porque está cansado, padece lo que llaman surmenach y sólo es una sobrecarga de trabajo. Pero quizá su destino no sea una playa, pues tengo por certero el juicio de que las playas son la peor manera de aburrirse: imagínese inmerso en una aglomeración humana en que beligeran o se aman unas personas semidesnudas y otras semivestidas, chupando alcohol de unos cocos peludos y ardiéndose la piel con siestas caninas a la luz solar. No, usted irá a museos para aburrirse con cierto caché, a cines de arte para dormitar despierto pero con estilo, a refinados comederos de alta cocina y exorbitantes precios (descritos y cotizados en idioma francés y moneda europea) a conciertos de música clásica y -así sea de lejos- a un bar chic donde tenga chance de conocer personas bonitas; todo lo cual le dará un probete de buena vida para, días después, regresar a su pisito de 75 metros cuadrados de superficie en alguna populosa colonia donde usted y su familia, integrada por siete personas, incluida la suegra, el perro y los pajaritos, sobreviven al ?esmog? y a la criminalidad.

Bien, pues al bajar del avión, ya sea en Nueva York, Berlín, París, Praga y aún en el Distrito Federal mexicano y otros destinos turísticos, usted va a sufrir la peor de las aventuras posibles. Lo enviarán por un canal marcado con el guarismo ocho, hacia un destino incierto donde vivirá una espantosa pesadilla: ¡la cámara que encuera!, para anunciarlo con un mexicanismo y la apropiada entonación del maestro de ceremonias de un circo. Pero por favor no se alarme: nadie le va a quitar la ropa, ni lo harán sufrir, simplemente lo van a examinar por todos lados y desde cualquier perspectiva en la desnuda condición en que vino al mundo; todo ello gracias a un artilugio de rayos equis que lo exhibirá en pelota para que los oficiales migratorios puedan admirar o criticar sus humanas miserias y asegurarse que usted está muy lejos de ser un temible terrorista que los amenaza con arrebatarle el ?dream? a su mítica expresión de ?sueño americano?.

Obviamente esta acción constituirá un agravio a su dignidad, pero no se apure pues según el secretario de Comunicaciones, Pedro Cerisola, avalado por el inefable vocero presidencial, Rubén Aguilar, usted tendrá dos caminos ante el inminente aparatejo: uno, resolver que no le entra. Entonces le dirán: o le entra o va para atrás. Obviamente usted titubeará y pondrá la opción en la balanza: por una parte su decoro personal (a nadie le gusta que le miren sus intimidades aunque sea en negativo) y por otra la cantidad de dinero que ya invirtió en pasajes, reservaciones, etc. Y ni modo, va a tener que someterse a la indignidad?

Cerisola, el secretario, ve la cosa muy natural, pues en todo el mundo se garantiza que el viajero suba ?estérol? a los aviones; eso, pensamos, quiere decir esterilizado, que no lleve adjunto a su cuerpo algo más que la ropa interior. ?Pero es voluntario, no es obligatorio, ahora si usted quiere viajar ésas son las condiciones?. Ipso facto usted se va a preguntar: ¿y para eso le pagué a la agencia de viajes??

La paranoia estadounidense no tiene fin, pero todos podemos defendernos de una manera: no viajemos a países que impongan esos requisitos. Vayamos a San Juan Paricutín, en Michoacán; a Cuatrociénegas y a Parras en Coahuila; a Zacatecas, y a todos esos bellos lugares que normalmente desdeñamos por visitar otros países, valiosos como sitios de interés desde cualquier punto de vista, pero hoy sometidos a una peligrosa psicosis internacional. Y aquí, entre nosotros, que Fox, su vocero y sus secretarios se encueren todas las veces que quieran ante el escáner de los aeropuertos; al fin y al cabo, después de casi seis años de mal Gobierno, hán quedado ya publicamente encuerados y exhibidos?

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