Con ser imprevisible y pasmante el presidente de la República quiso despedir a sus queridos adversarios de la actual legislatura federal con la sorpresa de un Informe verbal sin Informe; vaya, un taco de nada.
Luego pareció teorizar sobre los temas que pudo haber contenido tal intervención si se hubiera pronunciado en su formato consuetudinal, pero sólo los enunció en frases cortas destinadas, seguramente, a la inmortalidad de un diccionario de frases célebres. De todos modos, pensaría, no me van a escuchar; de cualquier manera, pensaría, me van a interrumpir como en las cuatro veces anteriores en que he comparecido ante el Poder Legislativo de la República.
Noblesse oblig, pensarían a su vez los señores y las señoras diputadas, los señores y las señoras senadores; si el señor presidente nos evita el marasmo, las redundancias, los equívocos, las hipérboles y las falacias, evitémosle el sarcasmo, las groserías, los insultos y la censura a ultranza.
Y así fue como Juan Pueblo se quedó sin escuchar el Quinto Informe de Gobierno del presidente del cambio... ¡hombre! ¡pero sí que lo es!... Y sin divertirse con las interrupciones de la claque (sólo se vieron unos cuantos mensajes críticos escritos en cartelones) los diputados no debieron sentirse agraviados por el vacuo discurso del señor Fox, sino al contrario: muy agradecidos. Después de todo en treinta minutos despachó un evento que, illo tempore, hubiese durado más de tres horas, pues en el echeverrismo eran cerca de cuatro y en el lopezportillismo cerca de cinco y en el delamadridismo, si no cerca de seis horas cronometradas, sí seis horas virtuales dada su espesa dicción y su exasperante monotonía vocal. Pero no se trata de establecer las comparaciones que también suele hacer el señor Fox, aunque resulten obligadas por formar parte de la minihistoria de nuestra minipolítica, como bien podría decir don Luis González.
Por otra parte si consultásemos al maestro Jorge Carpizo sobre la constitucionalidad del evento, éste podría asertar que la Carta Magna de la República no devino agraviada ni desobedecida, ya que la obligación de todo jefe del Poder Ejecutivo Federal es presentar el primero de septiembre de cada año un Informe escrito en unas cuantas cuartillas sobre el estado general del país incluida la administración y el Gobierno para después retirarse, pues todo lo demás: el Informe hablado, el protocolo cameral y la respuesta de cortesía apenas constituye una práctica derivada de la costumbre, o un procedimiento previsto en una Ley ordinaria que se llama Reglamento para el Gobierno interior del Congreso General.
No cometió falta alguna el presidente Fox en hacerlo como lo hizo: llegó al salón de sesiones de la Cámara de Diputados, entonó y escuchó el Himno Nacional y luego, al ser anunciada la lectura de su Informe, depositó el documento escrito a que se refiere nuestra Ley de leyes en las manos de un azorado presidente del Congreso General, quien no supo si ponerse de pie o recibir sentado las resmas de papel escrito y debidamente encuadernado que contenían dicho Informe. Hizo lo segundo y hasta entonces, previa sonrisita de traviesa comprensión, el mandatario de la República acometió su inocua perorata.
Nada nuevo dijo a los diputados el señor Fox; nada no escuchado antes, por lo menos, pues el discurso presidencial solamente contuvo los lugares comunes que le hemos oído desde el año 2001, ya en los informes previos, ya en sus múltiples intervenciones oratorias en actos públicos o ya en su hebdomadiario programa de radio por los canales oficiales y oficialoides. Fox dio la impresión de haberse percatado en último momento de que, históricamente, los presidentes solían pronunciar una pieza retórica y urgió a sus guionistas a que le resumieran algunas de sus muchas tesis de estadista expresadas con anterioridad. Palabra tras palabra, frase tras frase, llegó el singular orador al término de esa lectura y dijo sonriente: “muchas gracias por escucharme”. Luego se sentó con rígida seriedad en espera de que el presidente de la sesión conjunta de las dos Cámaras del Congreso de la Unión iniciara su propia intervención.
Un cursicronista de sociales hubiera descrito la escena como una escena del siglo XIX, entre amigos disgustados que expresaran agravios y desacuerdos mediante todo género de cortesías. Fox, cumplió con una última entonación del Himno patrio y se retiró del salón, rodeado de diputados adláteres y adversos, con la sonrisa maliciosa que luce quien ha puesto en evidencia pública a sus interlocutores al decirles sus verdades.
Pero los senadores y diputados no salían del pasmo, se veían unos a otros en muda consulta sobre qué hacer y cómo reaccionar, a pesar que el diputado Heliodoro Díaz, presidente de los representantes populares, había expresado una crítica abierta a los nuevos modos del presidente de la República. Hubo gritos finales: ¿Y dónde quedó el Informe? Y una respuesta, ahogada por la algarabía de unos y otros: “Lo tiene el diputado presidente, gü...”.
Y así bajó el telón...