“Ningún ser humano es perfecto sino perfectible. Su vida, como dijera el gran Aristóteles, es el tránsito de la potencia al acto”. Así inicia el epílogo de sus memorias el maestro Ignacio Burgoa Orihuela recientemente fallecido.
Los grandes maestros de derecho, los tratadistas, jurisconsultos, abogados y estudiosos de una de las ciencias más hermosas que existe se han ido ausentando.
Le tocó ahora el turno a don Ignacio que cubrió toda una época en el estudio y enseñanza del derecho en México.
Considerado uno de los abogados expertos en derecho de Amparo y Constitucional, las obras escritas por Burgoa son obligados textos de consulta y estudio en prácticamente todas las universidades del país.
Litigante aguerrido y tenaz, don Ignacio fue uno de los hombres más polémicos en el mundo del derecho mexicano.
Con voz grave, naturalmente impostada y sosteniendo casi se podría decir que permanentemente un habano en su mano derecha, Burgoa disertaba lo mismo de derecho que de política, religión (fue un hombre profundamente creyente), filosofía, arte o música.
Se podía o no estar de acuerdo con sus ideas y teorías, pero nadie que lo haya conocido podrá negar que el maestro argumentaba y fundamentaba sus afirmaciones, sus conceptos y creencias.
A los dos años de haber egresado de la carrera y veinticuatro de edad, Burgoa publicó su tratado de Derecho de Amparo que se convirtió rápidamente en un texto de obligado estudio. Después publicaría otros dos más: el de Derecho Constitucional y el de Garantías Individuales, todos ellos verdaderos best sellers de estas materias de derecho.
En sus Memorias don Ignacio cita esta frase de Platón: “Saber es recordar”. Y yo recuerdo uno de los encuentros más significativos que tuve con el maestro. Éste se dio hace ya algunos años en la Facultad de Jurisprudencia, durante a un acto al que acudí en representación del Ejecutivo estatal y por tanto tuve que hacer obligadamente uso de la palabra, como se acostumbra en esos eventos.
En su disertación el maestro Burgoa había dicho de sí mismo que “él era un joven antiguo”. Jamás se consideró “como un viejo”, pues solía distinguir muy bien entre antigüedad y vejez.
Igualmente sostuvo que a él “le gusta la política, pero no para ejercerla. Siempre me ha agradado ser espectador, y no actor, en ese teatro, pretendiendo colocarme en primera fila del lunetario para gozar mejor sus representaciones”.
A la hora en que me tocó intervenir, después de las salutaciones obligadas le espeté a Burgoa: “quiero decirle, maestro, que no estoy de acuerdo con usted”, e hice una pausa deliberada. Él me volteó a ver asombrado, pues tal vez pensó que iba a refutar sus ideas.
Pero lejos de ello mi disenso obedecía a otras razones y así continué diciendo: “y no lo estoy, porque, en primer término, usted no es un joven antiguo... usted es para nosotros un clásico. Pues así como un automóvil, si bien con el paso del tiempo, se vuelve viejo o antiguo, si se le conserva en buenas condiciones y continúa circulando, se torna clásico. Y usted, para nosotros, es un clásico del derecho”.
“Pero además —añadí—, no estoy tampoco de acuerdo con su afirmación de que usted es un espectador frente al escenario político nacional. Porque miles de estudiantes han pasado por su cátedra y muchos de ellos son actores principales en ese escenario, de manera que, al actuar, aplican sus ideas y teorías, por lo que se podría decir que, en un momento dado, usted deja de ser espectador para convertirse en cierta forma en un director de escena, Si no directamente sí al través de otros sobre cuyo pensamiento ha influido”.
Huelga decir que Burgoa disfrutó aquella alocución y me dijo en privado que le agradaba la idea de ser un clásico y sin duda aceptaba la posibilidad de influir en el devenir de la política al través de sus ideas.
Si tuviera que definir con un solo calificativo al maestro Burgoa, yo diría que fue un hombre congruente.
Porque amó profundamente la profesión que decidió abrazar. Dedicó gran parte de su vida a su estudio. Fue creativo e innovador en ese mundo maravilloso del derecho. Tuvo oportunidad de aplicar sus conocimientos jurídicos como juzgador cuando fue juez de Distrito y lo hizo también en el ejercicio de la abogacía.
Pero además, porque como maestro compartió sus conocimientos no sólo con sus alumnos en el aula de clase, sino con muchos más que en sus conferencias a lo largo de todo el país tuvimos la oportunidad de escucharlo y abrevar en sus ideas y pensamiento.
Ahí quedan sus textos y sus “Memorias” para la posteridad. Y sobre todo, el ejemplo de un hombre de ésos que ya van quedando pocos.