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Independencia terrenal

Federico Reyes Heroles

¿Quién dará el grito en 2010?, preguntó mi amigo, como siempre con un poco de sorna. El centenario ritual del 16 de septiembre tendrá, en esa fecha, que hacer frente a un mundo que ni en el mejor delirio bolivariano concibió. Quizá una cifra cercana a la mitad de la población mundial, unos tres mil 250 millones de seres humanos, vivirán ya en economías abiertas. Nuevos actores exitosos -China, India, Rusia, Brasil- entre otros, estarán en la arena cambiando los equilibrios mundiales. Festejar el bicentenario de una declaración de independencia será un contrapunto de aquello por los que muchos luchan hoy denodadamente: la interdependencia, la integración. Más vale que quien sea el presidente de México en ese momento, tenga claridad de cómo puede nuestro país acomodarse lo mejor posible en ese cambiante entorno. ¿A qué tipo de independencia puede ambicionar una nación como la nuestra? ¿Qué es ser verdaderamente independiente? ¿Es válida la expresión? ¿O mejor hablar de una interdependencia ventajosa y estructurada?

Todo indica que los mercados globales seguirán avanzando. Para entonces se habrá resuelto el dilema de aceptar o no a Turquía en la Europa Unida. Para muchos, de entrar Turquía a la Unión, se desnudará una dinámica que atiende más a los mercados que a cualquier coordenada cultural o política. Los negocios y la prosperidad por encima de otras consideraciones. ¿Independencia? A decir de Maquiavelo, que por cierto no es un autor del Siglo XXI, los príncipes gobiernan a los pueblos, pero los intereses gobiernan a los príncipes. La naciente Unión de Naciones de América del Sur, que ya agrupa a 12 países, es una respuesta regional que promete. Ojalá y evolucione con seriedad. Si todo continúa adelante muy probablemente veremos a las monedas débiles, de países pequeños, sumarse a las grandes monedas. ¿Para qué pagar ya un costo por lo que fuera un símbolo de un estado nación que pretendía ser soberano en áreas que han sido trocadas por la globalización? Si los cambios continúan por el mismo rumbo, las megacorporaciones seguirán desplazando a los países. Hoy de las 100 principales economías del mundo más de la mitad ya no son países. Las fusiones han acelerado el paso de estos nuevos monstruos que están cambiando las relaciones entre los seres humanos. En 1970 había alrededor de siete mil multinacionales en el mundo; terminamos el Siglo XX con 63 mil. Entre 1970 y 2000 los montos manejados por los inversionistas multinacionales se multiplicaron por 30. Sobra recordar que muchas multinacionales tienen más empleados que los propios gobiernos. ¿Independencia nacional, de qué estamos hablando?

Los cambios ocurridos en las últimas décadas son tan formidables y asombrosos que incluso asuntos que se consideraban fuera de la agenda hoy son revisados. Por ejemplo las lealtades. Con el crecimiento de las multinacionales y su expansión por todas las latitudes, hoy millones de familias de ejecutivos viven en países que no los vieron nacer. Sus hijos, crecen se educan, forman sus círculos afectivos y amistosos entre personas que pueden desaparecer de sus vidas cuando la empresa los transfiere. El impacto de las oficinas centrales de las grandes corporaciones sobre los países provoca una sinergia deseable en el ambiente de los negocios. Así por ejemplo Brasil ha logrado atraer a alrededor de mil 300 oficinas centrales, pero sólo en Suecia hay más de cinco mil. El mundo laboral también ha cambiado aceleradamente. Al incrementarse el número de empleos en la vida laboral de un trabajador, ello como consecuencia del acelerado cambio de giro en las empresas, los sindicatos y grandes uniones han tenido que cambiar sus estrategias. Ya no se trata de defender el empleo en una empresa o planta, sino de que los empleos perduren donde sea y con ellos los derechos de los trabajadores. Las organizaciones laborales tienden a convertirse en gigantescas bolsas de empleo que operan transnacionalmente. La independencia radical de un país entorpece sus actividades. El manejo sindical de los recursos de pensiones tampoco tiene fronteras.

Propiciar condiciones para el desarrollo de esta impetuosa actividad empresarial globalizada supone atender requerimientos en telecomunicaciones, seguridad, flexibilidad laboral, infraestructura, confianza en las cortes, niveles generales de educación, costos de energía, etc., condiciones que pasan por mediciones internacionales. ¿Cómo ambicionar independencia cuando los ojos del mundo están metidos en todas partes? Esa independencia decimonónica e irreal es contraria a la generación de bienestar. No podemos darnos golpes de pecho cada vez que aparecen mediciones internacionales sobre, por ejemplo, calidad educativa o tratamiento de desechos tóxicos. México deberá tener muy claro que la pretensión de autarquía no empata ya en un mundo que se mueve en bloques. Nuestra colocación en este mundo no es producto simplemente de la voluntad independentista. En ese sentido más vale que quien vaya a dar el grito ese 15 de septiembre de 2010 esté claro de qué queremos como nación con nuestro vecino del norte. Porque esta relación plagada de rasguños y agresiones en que no se avanza en los asuntos de fondo, la migración por ejemplo, no es productiva.

Lograr una verdadera independencia económica supondría que nuestras relaciones comerciales con la Unión Europea fueran superhabitarias, lo mismo que con Asia. Buena parte de los recursos que conseguimos con el norte, los perdemos en nuestras otras relaciones comerciales. El próximo presidente de México tendrá que afrontar el hecho de que en la globalización quien se queda a la mitad del camino, y es el caso de México, puede estar en el peor de los mundos. Por ejemplo en la digitalización de nuestro país tenemos que ir a fondo. La digitalización no sólo repercute en la productividad de las empresas, también puede producir un efecto no deseado de división interna: por un lado el gran avance escolar en aquellos niños que acceden a la Red; por el otro el brutal retraso de los que quedan fuera. Un país más justo tendrá que pasar por esta nueva prueba.

La independencia tendrá que ser redefinida por todos. Debemos dejar los sentimientos de ofensa que en nada ayudan y pensar con frialdad cómo construir una nueva fórmula que nos permita mayor dignidad frente al resto del mundo. Un país verdaderamente independiente es aquel que logra arrinconar la pobreza y ofrecer una forma de vida digna a sus ciudadanos. Crecer, prosperar, ofrecer más y mejores empleos aquí es parte del gran reto. Ello debe ocurrir en un mundo que se mueve muy rápido con naciones que se preocupan menos por gritar la independencia que por construirla todos los días. Una buena dosis de independencia terrenal nos caería muy bien.

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