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Información o excremento

Adela Celorio

Esta niña es la rabia- decía rojo como un tomate mi tío solterón, cuando yo, con una perversidad impropia de la niña de nueve años que era por entonces, exhibía en la mesa familiar un pasquín de color sepia -creo que se llamaba “Vea” -en el que se publicaban fotografías de mujeres pachonas ataviadas sólo con calzón, brasier, liguero y medias negras- que el tío Manuel ocultaba en algún lugar siempre diferente de su recámara, pero que yo invariablemente encontraba. ¡Bah! son sólo ombliguistas, decía mamá para aligerar un poco el peso de la ignominia que caía sobre el pobre tío Manuel, quien avergonzado se levantaba de la mesa, me arrebataba el pasquín y se iba a encerrar a su cuarto.

En ese momento yo me ponía la aureola de ángel protector de la moral familiar, mientras mi abuela me llamaba y acercándome a su pecho gritaba en mi oído: ¡fuera de aquí! Aquello era decencia no como ahora que todo ombligo es cosa pública. “Nosotros nos alimentábamos de los cangrejos y los cangrejos se alimentaban de nuestro excremento” leí en alguna parte, y no sé por qué cuando vi la fotografía de la argentina Olga Wornat, lo recordé.

Debe ser porque da muy bien el tipo de quienes en este momento se alimentan del excremento de los personajes públicos, que a su vez se sirven de ellos para alimentar su protagonismo compulsivo.

Sin embargo, sigo sin entender a qué o a quién puede servir la información sobre las vilezas de la vida conyugal de nadie aunque ese nadie sea la actual esposa del presidente. Nos atañen por supuesto los contratos obtenidos por cualquiera en nombre del padre, del padrastro o del padrino en el poder, aunque sacar partido de la cercanía con los poderosos, sea una vieja costumbre entre nosotros como podemos constatar en los hermanitos Salinas y los Hank.

Pero no nos atañen las cartas de amor o de odio, ni las causas de separación eclesiástica, ni las frustraciones sexuales de nadie. La exposición indiscriminada de asuntos privados, lo único que logra es degradar la vida y la moral social. Mucho de lo que hoy nos llega a la vista, hace unos años sólo lo hubiéramos podido ver, si culiempinados mirábamos por el ojo de alguna cerradura, lo cuál, era indigno para quien miraba y no para quien era mirado.

Si bien es legítimo el derecho que tenemos a la información que nos compete por tratarse de personajes públicos que viven de los impuestos que -aunque de mala gana- usted y yo pagamos, también es cierto que habría que diferenciar muy bien la información; del excremento del que se alimentan cada vez más cangrejos inescrupulosos.

adelace@avantel.net

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