Estos inmigrantes
“son los más estúpidos
en la nación, pocos de sus niños hablan inglés y por indiscreción de ellos o nuestra, o de ambos,
puede haber grandes
disturbios entre
nosotros.”
Benjamín Franklin
el temor de los estadounidenses a los inmigrantes no es cosa nueva. Cuando este país, que hoy se precia de ser un crisol de culturas, apenas estaba naciendo, ya uno de los padres de la patria, Benjamín Franklin, se quejaba de los inmigrantes alemanes que a su juicio no se estaban integrando a la nueva nación. Es a ellos a quienes hace referencia en la cita que incluye al comienzo de este artículo, aun cuando parecería estar hablando de los inmigrantes mexicanos de la actualidad.
No ha habido periodo en la historia estadounidense en que no se haya cuestionado el arribo de inmigrantes. En el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX era generalizado el rechazo a los irlandeses, primero, y a los italianos y judíos después. Hasta mediados del siglo XX, de hecho, era común que en los clubes privados de Estados Unidos se prohibiera la entrada no sólo de los negros sino también de los judíos.
A pesar de esta actitud, hay que reconocer que Estados Unidos ha tenido una mayor apertura a la inmigración que casi cualquier otro país del mundo. Cuando la mayoría de los países del mundo, incluido México, mantenían estrictos límites al ingreso y establecimiento de extranjeros, la Unión Americana tenía políticas abiertas que buscaban poblar un país de vasto territorio. Sólo Australia y Canadá han tenido tradicionalmente una mayor apertura migratoria.
Aun hoy, con una política más restrictiva, el 11.8 por ciento de los habitantes de Estados Unidos nació en el extranjero (la cifra es del año 2002). Estamos hablando de 33 millones de extranjeros. Ningún país en el mundo tiene un número tan elevado. Y pocos son los que cuentan con un porcentaje superior. El crecimiento de la población extranjera en la Unión Americana es, por otra parte, vertiginosa: más de cinco por ciento al año.
El promedio para todo el país tiende a ocultar el hecho de que, en algunos estados, la presencia de extranjeros es significativamente mayor. En California, por ejemplo, el 26.9 por ciento de la población en 2002 había nacido en el extranjero. Esta cifra no incluye, por supuesto, a los hijos de los inmigrantes. Si se les suman, el número de residentes de California que pertenecen a una cultura diferente a la tradicional estadounidense es superior al 50 por ciento. No sorprende que los estadounidenses se sientan invadidos y desplazados en su propio país. Lo mismo ocurriría en México si tuviéramos un porcentaje así de extranjeros o descendientes de ellos en nuestro seno.
Las posibilidades de que esta situación cambie, sin embargo, son escasas. Poco importa si la nueva Ley migratoria aprobada este mes por la Cámara de Representantes es aprobada o no. Todos los muros del mundo no serán capaces de detener un movimiento masivo de población que obedece a realidades demográficas y económicas.
La tasa de nacimientos en Estados Unidos está cayendo con rapidez. En 1990 había 16.7 nacimientos por cada mil habitantes en el país. Para 2002 esta cifra se había reducido a 13.9. El descenso es muy importante en un periodo tan limitado y habría sido mucho más fuerte si no fuese porque los inmigrantes se reproducen a un ritmo mucho más alto que los estadounidenses anglosajones.
Los nacidos en la Unión Americana durante el baby boom de la posguerra, de 1945 a 1970, empiezan ahora a retirarse en grandes números. No están ingresando al mercado laboral suficientes jóvenes para reemplazar a los que se retiran. O se incorporan nuevos trabajadores a la economía estadounidense o ésta no contará con una mano de obra que le permita mantener su prosperidad. Para muchas industrias de Estados Unidos, de hecho, la disyuntiva parece ser: o contratar a inmigrantes o ya no producir en el país.
Estados Unidos está dejando de ser un país anglosajón. En el censo de 2000 el 12.5 por ciento de la población (35.3 millones de un total de 281.4 millones) era considerada como “hispánica o latina”. Apenas una década antes, en 1990, esta cifra era de sólo nueve por ciento. Entre 1990 y 2000 la población “blanca” de Estados Unidos creció 5.3 por ciento al pasar de 188 a 198 millones. Los latinos aumentaron de 22 a 35 millones, o sea, 59 por ciento. Y estos números seguramente han sido moderados por la resistencia de los indocumentados para hablar con los trabajadores del censo.
Las cifras demográficas son apabullantes. Es muy difícil que una tendencia de esta naturaleza se modifique por una nueva Ley. Lo importante ahora es saber cómo hará Estados Unidos para hacer su transición demográfica de una manera ordenada. Pero el cambio mismo parece imposible de detener.
EL CASO CANADIENSE
Quizá no nos damos cuenta, porque el proceso ha sido más ordenado, pero Canadá tiene un porcentaje mayor de residentes nacidos en el extranjero que Estados Unidos. En 2001, 5.4 millones de residentes en Canadá habían nacido fuera del país: 18.4 por ciento de la población, mucho más que el 11.8 por ciento de la Unión Americana. Canadá, sin embargo, sigue buscando inmigrantes de manera activa porque considera que son indispensables para la prosperidad del país.
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