Juan Orol fue un personaje en los años cincuenta y como los personajes de sus engendros cinematográficos vestía como gángster, caminaba como gángster y hablaba como gángster, pero seguramente no era un gángster sino alguien con conocimientos elementales de la cinematografía, poca cultura y muchas ganas de hacer dinero, que puso capital y ganas de trabajar en el nicho que más le podía rendir: el cine. Ahí todo parecía ser válido. Algún argumentista le escribió una trama de malosos, mariachis y rumberas y nunca más hizo otro género de películas. Pero hizo muchas, aquel Juan Orol...
Los reporteros de espectáculos de los años cincuenta, evocan la inolvidable la ceremonia de entrega de premios a la industria cinematográfica que discernía una asociación de cronistas de cine. Era la época de los grandes churros de charros, pero también de las producciones estelares de grandes directores como Roberto Gavaldón, Ismael Rodríguez, Emilio Fernández y Julio Bracho.
La antedicha entrega de reconocimientos tuvo lugar en el cabaret El Patio que esa noche estuvo repleto de artistas, productores, directores y colegas. A las diez de la noche se inició la ceremonia con la presentación de los artistas y demás personalidades asistentes. La orquesta tocó después una fanfarria olímpica para iniciar el reparto de preseas que se fueron desgranando una tras otra: “Mejor escenografía. Película “Luchadores contra gángsteres” Recibe el premio el escenógrafo Juan Orol”. El siguiente premio fue al sonido, luego al guión, después al primer actor, enseguida a la fotografía y finalmente al productor y al director que, en este caso y en todos los anteriores, era una misma persona: Juan Orol. No hubo otra película reconocida, ni por un milagro. El icono al protagonismo femenino fue entregado a Rosa Carmina, famosa rumbera del teatro de revista Blanquita y en esos días amiga íntima del señor Orol. Para finalizar el maestro de ceremonias solicitó un nutrido aplauso para el patrocinador económico de aquellos reconocimientos y aquella fiesta: “el distinguido, generoso y amable director y productor de cine... ¡Don Juan Orol!”...
No pude evitar el recuerdo de esta anécdota y de este personaje al leer la información de “Palabra” sobre los premios “Innova” discernidos por la oficina de Innovación Gubernamental de la Presidencia de la República y entregados por el presidente Fox el pasado miércoles ocho de noviembre a los funcionarios de su Administración en una ceremonia especial celebrada en el Auditorio Nacional ante cerca de siete mil burócratas que suspendieron labores para asistir al evento.
Obviamente los burócratas asistentes no bastaron para llenar las butacas del Auditorio Nacional, pero eso no evitó que el presidente de la República echara de su ronco pecho un discurso en loor de las supuestas conquistas administrativas de su gestión. Igual premió a medio millar de paradigmas de innovación y calidad gubernamental destacando su labor incorruptible, sin advertir que alguno de los funcionarios premiados está acusado por la Secretaría de la Función Pública.
En el mismo evento en que se glorificó la incorruptibilidad del Gobierno foxista, el secretario de la Función Pública, Eduardo Romero Ramos, anunció que la Presidencia prepara una reforma constitucional para “obligar a los partidos políticos, sindicatos y gobiernos estatales y municipales a rendir cuentas sobre el manejo de los fondos públicos”.
Muy bien que a estas alturas del juego se preocupe don Eduardo por la falta de transparencia y la corrupción de los otros dos niveles de Gobierno, pero todos sabemos que los gobiernos estatales y municipales, aparte de sus leyes de transparencia tienen constituciones políticas, códigos municipales y leyes reglamentarias locales, que demarcan y rigen en la esfera de acción de cada entidad federativa. Es lo que se llama, en términos teóricos del derecho, la jurisdicción, o la potestad-deber que tiene un órgano gubernamental para dirimir litigios jurídicos bajo la aplicación de normas sustantivas competentes. Igual sucede con los partidos políticos y los sindicatos quienes tienen su propia esfera de acción jurídica.
Pero en fin, si en cinco años de Gobierno panista no hemos podido acostumbrarnos al desaseo del manejo político y legal del Gobierno, el culpable no es el señor presidente de la República, sino nosotros, los ciudadanos, que somos impacientes, no lo comprendemos y nos quejamos continuamente de sus desatinos. Aunque no hay mal que dure cien años...