Decirlo resulta fácil: la inseguridad ha rebasado a todos. Lo difícil es reflexionarlo y encontrar la solución a un problema que en México está llegando a un punto límite.
Desde hace varios meses, todos los días aparecen en los medios de comunicación ejecuciones y atentados relacionados con la delincuencia organizada. Las víctimas: miembros de cárteles, policías, funcionarios y periodistas. El “narcomenudeo” se ha incrementado en forma alarmante en los últimos años.
Lo que actualmente sucede en el país no debe ser tomado a la ligera, ni negado, ni asimilado como parte de la cotidianeidad. La sociedad no puede perder ante este lastre su capacidad de asombro. La guerra que se ha manifestado, sobre todo en el norte del país, no puede serle indiferente a nadie, ya que el campo de batalla son las ciudades mismas y la principal perdedora, la confianza y seguridad de la población.
Para enfrentar al cada vez más fuerte poder del “narco” y acotar los efectos del dominio del hampa, el Estado debe mostrar fortaleza e inteligencia, lo cual se antoja imposible sin la participación activa de la ciudadanía, ya que el Gobierno y sus corporaciones están demostrando que solos no pueden hacerle frente al problema, ya sea por incapacidad y/o negligencia.
Es necesario entender que solamente en la medida en que la sociedad tenga presente lo grave del problema y el riesgo de dejarlo crecer hasta que sea demasiado tarde y exija a los gobiernos y partidos encarar de manera eficaz al crimen organizado, es como pueden lograrse avances considerables.
Para poder vencer a los delincuentes, es menester primero derrotar la apatía y la indiferencia.
La inseguridad ha rebasado a todos, pero la delincuencia no ha echado raíces aún en las estructuras y tejidos sociales. Todavía se está a tiempo para remediar esta situación. México todavía no es Colombia, pero puede llegar a serlo si no se actúa ya.
