Mientras los del Foro Económico Mundial nos recuerdan la caída en picada de la productividad mexicana, la misma semana que el presidente Fox se ve obligado a hacer otro parche a un Gabinete que ya nunca fue el grupo de profesionales que prometió, casi a la par de otro anuncio presidencial improcedente en el sentido de ofrecer a los canadienses que habrá apertura en el sector eléctrico, justo en medio de la tragicomedia de un Gobierno plagado de desfiguros como la negociación de una contrahecha Ley Cañera, o la tragedia de la marcha atrás en el IMSS, entre todo esto hay sin embargo algunos signos vitales alentadores.
Independientemente de simpatías o antipatías personales, el virtual triunfo de Felipe Calderón es una buena señal. Lo es porque su victoria premia la lealtad partidaria, la consistencia ideológica y la congruencia, todas ellas aves raras. Sin brincos ni marometas, Calderón es seguidor y creyente convencido de la doctrina panista. Se puede estar o no de acuerdo con ella, pero eso es harina de otro costal. Sin ser un dogmático, sí es hombre de doctrina, lo cual contrasta con el desfile de vedettes que sin congoja brincan de un sitio a otro. Nada más lejano a Calderón que los tránsfugas partidarios, esos casos de travestismo político que se vuelven no creíbles en ninguna de sus caracterizaciones. Felipe Calderón es lo que es. Ello lo convierte en un asidero en los mares de arribismo y confusión.
Su virtual triunfo es también un reconocimiento a la política como actividad entre las más dignas. Hijo de otro prominente panista, el joven diputado se convirtió en experimentado legislador que destaca en un Legislativo repleto de amateurs o simples arribistas. Cercano colaborador de Carlos Castillo Peraza, a Calderón le tocó en suerte lidiar con los “puros” de su partido, para los cuales la lucha verdadera por el poder envilece. Pero también está ese otro frente, el de los “colados” -de los cuales hay muchos por cierto- que sin ninguna verdadera identificación doctrinal, apadrinados por Acción Nacional, han resultado cuadros nefastos, incompetentes e incluso corruptos. Calderón conoce los riesgos: ni pureza, ni arribismo.
Es hombre que defiende el oficio del político, como algo un poco más complejo que vender refrescos. Allí está su trabajo entre las generaciones del panismo: Luis H. Álvarez, Manuel Clouthier, Castillo Peraza y las nuevas camadas. Pero el político debe bregar entre los principios y las exigencias de la coyuntura. ¿Hasta dónde llegar? Su distanciamiento de Fox -que hoy le resulta muy conveniente- fue producto de divergencias reales. Recordemos su discurso cuando la marcha zapatista a la Ciudad de México. ¿Debían inclinarse las instituciones para recibir a los sublevados? ¿Cuáles son los límites de flexibilidad en la aplicación del Derecho? Pero Calderón no es un típico triunfador, que por cierto con frecuencia resbalan en la vanidad. A Felipe le tocó ser víctima de un presidencialismo -ahora panista- que se vio igual de intolerante que el de la época priista. Así, mientras el presidente Fox le permitía a su secretario de Gobernación utilizar su plataforma institucional para su proyección personal, a Calderón le cayó un manotazo que lo lanzó fuera del Gabinete. Paradojas de la política: es conocido el relajamiento e indisciplina del Gabinete foxista, pero a Calderón no se le toleró una salida en falso. Criterio que por supuesto no se ha aplicado a otros aspirantes multifacéticos como el lanzado canciller: la Presidencia, la OEA, el GDF.
Al caer del Gabinete, Calderón perdió la posibilidad de ascender en elevador. Así que volvió a la escalera partidaria. Su triunfo es por ello también una demostración de que no se necesita de la venia presidencial para llegar a la nominación. Esa es otra buena señal para la política en un país brutalmente presidencialista. Por si fuera poco, Calderón contó con muchos menos recursos que Creel, por lo menos así se sintió en la pantalla y la radio. Y sin embargo logró su objetivo. Sin olvidar que se trató de una elección interna, semi-abierta, en tanto que formalmente participaron los llamados adherentes, la convocatoria a través de medios no avasalló al trabajo de proselitismo tradicional. De nuevo el caso merece una lectura atenta.
Hay una gran lección atrás de su victoria. Los medios son sin duda muy influyentes en la política contemporánea, pero no lo son todo. Ejemplos hay varios ya en nuestra historia reciente. En 88 Cuauhtémoc Cárdenas no tuvo acceso a los medios y sin embargo sacudió al otrora invencible PRI. En 2003 Fox aventó la casa por la ventana -un millón y medio de spots- con aquello de quitarle el freno al cambio. Y nada, que el PAN retrocedió. Ya veremos cuáles son las consecuencias de su ofensiva campaña alrededor del Quinto Informe. La vanidad no tiene límite: la libertad nació conmigo, la educación nació conmigo, la vivienda social nació conmigo, la salud pública nació conmigo, ¡México nació con Fox! Y sin embargo en Coahuila, la buena gestión priista de Enrique Martínez, un buen candidato con mucho baile y poco dinero arrasó al PAN.
Si tomamos la contienda panista como una gran muestra, tendríamos que concluir que la opinión pública está observando a las personas. La imagen no imperó y esa es una buena noticia. No necesariamente estamos en las manos de los publicistas y los medios. Además el triunfo de Felipe Calderón inyecta esperanzas de que el panismo, que no el foxismo, pudieran repetir en 2006. No está fácil, pero es más probable que con un hombre tan identificado con Fox como Creel. Otra posibilidad es que Calderón le facilite el camino a López Obrador. El voto útil contra AMLO tendía a aceptar a Madrazo o Montiel para impedir la llegada de AMLO. Pero el triste espectáculo del priismo nacional, que pareciera no tener fin, va a ahuyentar muchos de esa casa. Calderón se presenta así como una opción más limpia que sus contendientes del PRI y del PRD con expedientes oscuros. Eso es sano en tanto que el nivel de las exigencias sube.
Felipe Calderón está lejos de la Presidencia. Tiene limitaciones evidentes: en su paso por la Administración no logró consolidar gran cosa. Además la brutal inconsistencia de la gestión de Fox pesará sobre él. La exigencia hoy es de eficacia. Esa es la oferta priista. Pero mientras AMLO siga con fanfarronadas como deshacerse de la flota presidencial y los priistas con sus zancadillas, Calderón tiene posibilidades. Distinguirse de Fox y presentar propuestas sólidas es su reto. En todo caso su triunfo fue una inyección que reanima los signos vitales de México.