“Acaso la medida del amor es el amar sin medida”.
Silvina Ocampo
Me doy cuenta que el amor no es lo único en la vida... pero sí es lo único que realmente importa. Al final del camino nada de lo que hacemos tiene sentido sin amor.
El amor es fuerza de vida, es alegría creadora. Cuando tenemos amor podemos ver hacia delante con ilusión y construir un futuro. Su carencia nos llena de tristeza y de decepción. Cuando un enfermo nos dice “Ya no quiero seguir viviendo”, lo que quiere decir en realidad es “Ya no tengo amor”. Y desoírlo equivale a formalizar su sentencia de muerte.
Todos los tratadistas del tema y en especial Francesco Alberoni y Erich Fromm, nos advierten acerca del peligro de confundir el amor con el enamoramiento. Éste es algo que ocurre unas cuantas veces en la vida. Que se vive con intensidad desgastante. Una sensación abrumadora que no nos deja ni siquiera pensar.
Enamoramiento es el sentimiento que unió a Romeo y Julieta o a Tristán e Isolda. Es la pasión que consumió el alma de Anna Karénina. Es la obsesión del doctor Zhivago por su Lara.
Por su naturaleza, sin embargo, se trata inevitable de un sentimiento efímero. Nadie puede vivir indefinidamente con esa llama ardiente en el interior.
El amor, en cambio, es otra cosa. Puede ser precedido por el enamoramiento, pero es necesariamente más sutil y duradero. Amor es lealtad, aunque no necesariamente fidelidad. Cuando se ama a alguien uno sabe que estará siempre a su lado. O por lo menos mientras dure el amor.
La vida moderna genera cada vez más oportunidades de enamoramiento, pero le resta espacios al amor.
Hoy en día conocemos de manera cotidiana a muchas más personas que en otros tiempos. Hay siempre la posibilidad de que entre aquellos con quienes tenemos contacto surja esa personalidad maravillosa que provocará una pasión incontrolable en nuestro corazón.
El problema es que muchos de los que sufren ese flechazo de enamoramiento están ya casados o tienen otras relaciones estables. La apertura moral contemporánea ha permitido que esto no sea el obstáculo insuperable de otros tiempos. Pero las angustias que genera el enamoramiento son de cualquier manera enormes.
El amor, en contraste con el enamoramiento, se ve asediado por las tentaciones de la sociedad moderna. Quien desea mantener esa relación de lealtad especial, ese estar juntos “hasta que la muerte nos separe”, debe estar dispuesto a soportar ese desfile constante de beldades y adonis, con atuendos atrevidos y actitudes seductoras, que hoy son parte de la vida cotidiana. Y pocos son realmente los que resisten incólumes.
Los tiempos en que prevalecía el amor romántico, aquéllos en que se pretendía que el amor podía durar toda la vida, eran otros. Para empezar, los matrimonios “para siempre” duraban quizá diez o 20 años. El periodo de vida de un ser humano normal era entonces de 30 o 40 años. Quien llegaba a los 50 era ya un anciano y un sabio.
Hoy las cosas son distintas. Un matrimonio puede durar con facilidad 50 o 60 años ya que la gente vive con frecuencia más de 80. Pero son pocos los que lo resisten de la manera en que se hacía con anterioridad.
Una tercera parte de los matrimonios termina en divorcio. Muchos más acaban en esa realidad más triste todavía que es la compañía rutinaria de las parejas que ya no tienen nada que decirse.
¿Cuántas veces vemos cenar a una pareja que lleva años juntos y que ni siquiera se habla? Cuántas veces el “amor” queda reducido a un tedio sin fin en el que ya no hay sexo, por supuesto, pero tampoco siquiera un gesto de cariño.
Todos hemos conocido esa relación especial entre dos personas que a pesar del paso del tiempo se siguen mostrando amor y respeto. Pero seamos sinceros. Esas parejas son mucho más la excepción que la regla.
En la enorme mayoría de los casos el tiempo establece la regla de la rutina y del silencio.
El enamoramiento, quizá por su propia intensidad y brevedad, sigue imponiendo su Ley. Cuando alguien se enamora, pierde el control. Deja atrás todas las reglas y todas las precauciones. Nadie recordaría a Romeo y Julieta si hubieran muerto de avanzada edad como un respetado matrimonio de Verona. No serían el ejemplo de amor si realmente hubieran vivido realmente en el amor.
Lo suyo era un enamoramiento fugaz e intenso. Por eso no pudieron separarse. Por eso su historia debía terminar con la muerte. Su relación no habría sobrevivido cinco años de esa intensidad o una vida familiar con hijos. Para bien o para mal, amor y enamoramiento son dos cosas distintas.
Reelección
El PRI decidió frenar el jueves pasado, diez de febrero, la reelección de legisladores. Con eso cierra las puertas a una mejoría en el nivel de nuestros congresistas y a una verdadera rendición de cuentas. Una vez más los priistas están deteniendo el avance de México.
Correo electrónico:
sergiosarmiento@todito.com