“No tratéis de guiar al que pretende elegir por sí su
propio camino”.
William Shakespeare
Supongamos que una empresa quisiera contratar a un grupo de ejecutivos que tuvieran la responsabilidad de establecer las reglas internas de funcionamiento de la firma, definir sus presupuestos y supervisar el gasto.
Dada la importancia de estas funciones, la firma llevaría a cabo un intenso y costoso proceso de selección de candidatos. Una vez realizada la contratación, habría que adiestrar a los nuevos ejecutivos, ya que ninguna universidad prepara a nadie para estas responsabilidades. El adiestramiento se llevaría, por lo menos, un par de años.
¿Se imagina usted que esa misma empresa despidiera en automático a todos estos ejecutivos después de su tercer año de funciones? Por supuesto que no. Ningún especialista en recursos humanos del mundo estaría dispuesto a aceptar una política que implicara un desperdicio tal de los activos humanos de la empresa.
Lo curioso del caso es que esto es precisamente lo que hacemos los mexicanos cada tres años con nuestros diputados y cada seis con los senadores. Montamos un proceso extraordinariamente caro para seleccionarlos. Después los adiestramos -en el mismo empleo, porque no hay otra opción- a lo largo de un par de años. Esto es inevitable porque la labor de legislar, pese a lo que pudieran pensar algunos senadores, es realmente muy complicada. Cuando ya finalmente los legisladores empiezan a entender su trabajo, simplemente se les despide a todos. No hay un esfuerzo por ratificar a aquellos que han hecho bien su trabajo y despedir solamente a los malos. Con razón tenemos un trabajo tan deficiente en las cámaras.
La propuesta de permitir la reelección de legisladores que fue rechazada por el Senado la semana pasada no sólo era importante sino indispensable para mejorar el lamentable nivel de los legisladores de nuestro país.
La reelección sería, en primer lugar, un instrumento importantísimo para lograr una mejor rendición de cuentas. Hoy en día, la enorme mayoría de los habitantes de nuestro país no saben ni siquiera quiénes son sus representantes en el Congreso. Los diputados y los senadores no se preocupan por regresar a sus distritos o estados a explicarles a los ciudadanos lo que están haciendo. Y, sin embargo, votan siempre bajo el supuesto de que lo hacen para defender los intereses de sus representados. Este engaño se mantiene incluso cuando los legisladores apoyan medidas que impiden la inversión productiva y, por lo tanto, la creación de empleos.
Si en México hubiera reelección, los legisladores tendrían un incentivo poderoso para votar de una manera que reflejara más adecuadamente los intereses de los gobernados. Aquellos diputados o senadores que consistentemente votaran en contra de lo que la población necesita, no podrían aspirar a mantenerse en su cargo. En cambio la gente reelegiría a aquellos que representaran de mejor manera sus intereses.
Me queda claro que los populismos a veces se llevan el día en las campañas electorales. Esto mismo ocurriría también si hubiera reelección. Pero tarde o temprano la gente aprenderá a distinguir las intenciones reales de los legisladores y a discriminar entre quienes hacen bien y los que hacen mal su trabajo. Ésa es la forma en que funciona la democracia. Si no fuera así, no tendría caso tener elecciones.
México y Costa Rica son los únicos dos países del mundo en los que no existe la reelección de legisladores. En todos los demás hay la convicción de que para tener mejores legisladores, para contar con un mejor sistema de rendición de cuentas, es indispensable que los diputados y senadores recurran periódicamente a la ratificación de los ciudadanos.
¿Por qué entonces se han opuesto tantos senadores del PRI a la reelección? Porque la falta de reelección les da a los partidos políticos un mayor control sobre sus legisladores. Cuando éstos dependen del partido para buscar su próximo trabajo, se someterán con mayor docilidad a las instrucciones que les de la dirección del partido. Lo que quiere el PRI es que los diputados y los senadores le rindan cuentas al partido y no a los ciudadanos.
A la enorme mayoría de los mexicanos, sin embargo, nos conviene la reelección de legisladores. Como a una empresa, nos conviene mantener a los buenos ejecutivos en sus cargos. Es absurdo despedirlos a todos cada tres años cuando nos ha costado dinero y esfuerzo contratarlos y adiestrarlos.
JALÓN DE OREJAS
Había originalmente un número suficiente de votos del PRI en el Senado para aprobar la iniciativa de reelección. Pero el partido les jaló las orejas a los senadores. Al final decenas de los que habían apoyado la iniciativa se echaron para atrás. Esta disciplina es posible por la falta de reelección.
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