“Todos los hombres son
creados iguales”.
Declaración de
Independencia, Estados Unidos de América
WASHINGTON, D.C., EUA.- Me imagino que Condoleezza Rice se enteró que venía yo a Washington y para no encontrarse conmigo, prefirió hacer su propia visita relámpago a México. No tenía porqué hacerlo. Yo no le hubiera dicho nada impropio. Al contrario, nuestro intercambio de ideas seguramente nos habría beneficiado a ambos.
Sin duda le habría hablado de mi cariño por su nación. Estados Unidos es un país al que a los mexicanos les encanta odiar. Por razones históricas o psicológicas, millones de mexicanos ven al vecino del norte como el gran villano que nos reta y nos define. Yo mismo fui educado con esa visión.
Sin embargo, la primera vez que llegué a Estados Unidos, en 1972, a los 18 años, me encontré con un país completamente distinto al que imaginaba. El potencial económico del sistema de mercado sólo me quedó claro cuando vi la prosperidad que había generado ahí. La Chicago de ese entonces me enamoró por ser una ciudad dinámica, abierta, imbuida del espíritu del jazz y de una fascinante mezcla de razas. En la política, George McGovern estaba en campaña en contra del presidente Richard Nixon y yo, viniendo del México de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, sabía que la libertad con la que McGovern se oponía a la guerra de Vietnam simplemente no existía en mi país.
A esas viejas razones de admiración he debido añadir con el tiempo algunas de insatisfacción. En varias ocasiones, por ejemplo, me he encontrado con un Estados Unidos que no está dispuesto a actuar internacionalmente con las reglas que inspiraron su propio surgimiento. Me entristece ver que un país fundado en el concepto de que todos los seres humanos nacemos iguales adopta políticas imperiales que buscan que sus ciudadanos e instituciones tengan un trato distinto al de los demás. Se viola así el principio de que toda regla ética o jurídica debe tener aplicación universal.
Este lunes pasado, por citar un ejemplo, la propia Condoleezza Rice informó al secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, que Washington ha decidido retirarse del protocolo que le otorga a la Corte Internacional de Justicia de La Haya jurisdicción sobre disputas entre países por la aplicación de la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares.
Esta es la convención que obliga a los países que detienen a un ciudadano de otra nación a permitirle el auxilio de las autoridades consulares de su propio país.
La decisión del Departamento de Estado es consecuencia del fallo de la Corte Internacional de La Haya según el cual 51 mexicanos fueron injustamente condenados a muerte en Estados Unidos porque no se les permitió contar con ese apoyo consular. Washington, significativamente, no está repudiando la Convención de Viena, porque no quiere que sus ciudadanos pierdan el derecho al apoyo consular si son detenidos en otros países. Pero al retirarse del protocolo que le da jurisdicción a La Haya sobre estos temas deja a los demás países sin acceso a un tribunal independiente que decida si alguna autoridad estadounidense violó la Convención de Viena.
Estados Unidos, con el poder que tiene, podrá seguir presionando a otros países para que otorguen a los estadounidenses sus derechos consulares. Pero otros gobiernos tendrán que acudir a tribunales estadounidenses para validar sus quejas.
Estados Unidos mantiene desde hace mucho tiempo la posición de que su país y sus ciudadanos deben gozar de un trato especial a nivel internacional. Así, se ha abrogado el derecho de invadir países con regímenes políticos con los que no está de acuerdo, pero no lo otorga a otros países. Para su invasión de Irak enarboló la tesis de la “guerra preventiva”, la que se lleva a cabo no por lo que ha hecho un Gobierno extranjero sino por lo que pudiera hacer, pero no la acepta para ningún otro país en su caso.
Recientemente Estados Unidos ha presionado a distintos países del mundo, entre ellos México, para lograr que los militares estadounidenses -pero sólo ellos- queden exentos de la jurisdicción de la Corte Penal Internacional.
Yo soy uno de esos raros mexicanos que piensa que Estados Unidos ha hecho una enorme contribución al avance de la humanidad. Un país forjado sobre la base de la voluntad democrática de su propio pueblo y construido sobre los principios de la libertad, la justicia y la búsqueda de la felicidad sólo puede ser admirado por un liberal como yo. Mis cuestionamientos proceden del mismo cariño que le tengo a ese país y a su pueblo. Sólo a quien se quiere se le puede exigir que se comporte a la altura de sus propios principios. ¿No es así Condi?
ATOCHA
Hoy se cumple un año de los criminales atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Es importante que la memoria no se borre.
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