“Una sola muerte es una
tragedia; un millón de
muertes es una estadística”.
Stalin
Claro que hay diferencias entre los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y el impacto del huracán Katrina que entró a tierra en Nueva Orleans el pasado 29 de agosto. Pero también hay coincidencias. La magnitud de ambas tragedias fue incorrectamente calculada en un principio. Inmediatamente después de los ataques del 11 de septiembre, el número de posibles víctimas mortales se calculó en alrededor de diez mil. Al final, se contabilizaron dos mil 986 muertos (Wikipedia).
También en el caso del huracán Katrina se hizo un cálculo original erróneo, sólo que en sentido contrario. Primero se pensó que había sólo alrededor de un centenar de muertos. Hoy se habla de miles, sin que nadie se atreva a precisar cuántos. Lo más probable, empero, es que el número de víctimas mortales sea superior al de los ataques del 11 de septiembre. En ambos casos las autoridades estadounidenses tuvieron información que podría haber reducido las consecuencias de lo ocurrido, pero no reaccionaron de manera adecuada u oportuna.
Antes de los ataques del 11 de septiembre, la Inteligencia estadounidense captó información acerca de un grupo de personas de origen árabe que tomaban clases de pilotaje de aviones comerciales sin preocuparse por aprender a aterrizar. Pero esta información se perdió en la avalancha de datos sin importancia que saturan los sistemas de Inteligencia de ese país. Para Katrina había información suficiente y por adelantado de que el huracán alcanzaría una categoría cinco, la máxima en la clasificación Saffir-Simpson, y que esto sería suficiente para inundar una ciudad construida por debajo del nivel del mar y protegida por dos viejos y frágiles diques. Sin embargo, cuando llegó el huracán, pese a haber bajado su categoría a cuatro, la ciudad parecía poco preparada para afrontar un meteoro de esa magnitud.
Las autoridades federales estadounidenses no supieron reaccionar a tiempo ante la tragedia en ninguno de los dos casos, y cuando finalmente lo hicieron actuaron con poca eficacia y visión de lo que querían conseguir. La reacción final estadounidense a los ataques terroristas del 11 de septiembre fue la invasión de Irak, un país que no había tenido nada que ver en esos ataques, y la cual ha empantanado al Ejército de Estados Unidos en un conflicto del que no puede ya escapar.
En su momento, sin embargo, esta guerra facilitó la reelección del presidente George Bush ya que proyectó la imagen de un mandatario dispuesto a enfrentar a un enemigo al que se veía como un agresor de Estados Unidos. En el caso de Katrina las autoridades tardaron cuatro valiosos días en reaccionar. Y cuando lo hicieron tuvo que ser a través de un contingente armado con instrucciones de disparar a matar a los saqueadores que ya proliferaban por las calles.
El Gobierno de Estados Unidos ha enfrentado las dos grandes tragedias a la vieja usanza: arrojándoles dinero. Pero a pesar de que la magnitud de la destrucción en Nueva Orleans es superior a la de las Torres Gemelas, la cantidad de dinero que se le está encauzando es significativamente inferior. La semana pasada el Congreso de Estados Unidos aprobó una partida especial de diez mil 500 millones de dólares en fondos de emergencia para las zonas afectadas por el huracán. La guerra en Irak, mientras tanto, ha costado cerca de 200 mil millones de dólares.
Me queda claro que es muy fácil decidir a posteriori y sin responsabilidad cuál debió haber sido la reacción de un Gobierno ante una tragedia. Por eso son tan numerosos los buitres que buscan aprovechar estos acontecimientos para su beneficio político. Todavía hoy se me enchina la piel al recordar a los grupos de presión en México que aprovecharon la tragedia de los sismos del ‘85 para medrar con los proyectos de reconstrucción.
Pero hay buenas razones para pensar que el Gobierno de Estados Unidos ha equivocado sus prioridades al enfrentar sus propias tragedias. Puede pensarse que un Gobierno que no desperdicia recursos en una guerra imposible al otro lado del mundo estaría en mejor posición para apoyar a su propia población afectada por un desastre o para mantener el orden en una ciudad víctima de un huracán. Pero hasta ahora el presidente Bush ha preferido pelearse con fantasmas que enfrentar los verdaderos problemas de su país.
EL CASO DEL SIGLO
Me dicen que ya circula entre los ministros de la primera sala de la Suprema Corte un dictamen de Sergio Valls sobre el caso Medina-Abraham. Al parecer el ministro pide dar entrada al amparo de Armando Medina-Millet para dejar a éste en libertad por las irregularidades de procedimiento. Qué triste, sin embargo, que en México estos casos siempre se decidan por la forma y nunca por el fondo.
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