“Si no arriesgas nada, estás arriesgando mucho más”.
Erica Jong
Es una de esas preguntas simples y que, sin embargo, deben hacerse: ¿por qué tanta gente racional ubica su residencia en zonas no sólo de riesgo sino en las que hay una casi absoluta certeza de que tarde o temprano ocurrirá alguna catástrofe?
La pregunta surge de manera natural cuando se ve la devastación del huracán Wilma en Cancún y en el resto de Quintana Roo. Recordemos que Cancún tiene apenas unos 35 años de vida, pero ha sido destruida dos veces por huracanes: el Gilberto en 1988 y Wilma hoy.
La pregunta se le ocurre a muchos, no sólo a mí. Después del Gilberto hubo gente que se mudó de Cancún y en general de la costa quintanarroense. Pero poco tiempo después el crecimiento poblacional de la zona se reanudó y con una intensidad inusitada.
Lo mismo ocurrió con la Ciudad de México. Tras los sismos de 1985, decenas de miles de capitalinos dejaron el Distrito Federal o por lo menos su zona central. Pero con el paso del tiempo la gente -quizá no la de antes, pero gente al fin- regresó. La colonia Condesa, que fue una de las más afectadas por los terremotos y que en los años subsecuentes se quedó con un alto número de inmuebles vacíos, se ha puesto de moda. Los mismos apartamentos que no encontraban inquilinos a fines de los años ochenta, hoy se los pelean los jóvenes profesionales.
¿Por qué acepta la gente vivir en lugares de riesgo? Quizá porque a veces no tiene opción. Las familias que se han asentado en los cerros y cañadas de la delegación Álvaro Obregón del Distrito Federal están conscientes del peligro de desgajamientos que pondrían en riesgo su propiedad y su vida; pero ahí están, porque las autoridades les han permitido establecerse en esas precarias ubicaciones y porque no han tenido que pagar por ellas.
En la Condesa la gente sabe que la colonia tiene un subsuelo acuoso; pero a 20 años de distancia, los recuerdos de los sismos se han ido borrando. Quienes se asentaron en los cauces secos de los ríos chiapanecos, sólo para perder su patrimonio cuando las lluvias de Stan llenaron esos cauces por primera vez en décadas, quizá también sabían que en algún momento el río reclamaría todo el ancho de su cauce; pero esa conciencia pesó poco cuando surgió la oportunidad de ocupar un terreno barato, o incluso gratis, en un lugar que había permanecido seco durante años.
Quizá una de las razones por las que finalmente la gente se asienta donde no debería es que no hay lugar que no tenga algún problema. Recuerdo una familia que literalmente huyó de la Ciudad de México después de los terremotos de septiembre de 1985 para establecerse en Monterrey, sólo para que tres años después, en septiembre de 1988, la semidesértica ciudad sufriera devastadoras inundaciones como consecuencia del huracán Gilberto. Otra familia amiga salió del Distrito Federal a principios del 2001 por temor a los secuestros y se estableció en Nueva York, sólo para ver desplomarse ante sus ojos las torres gemelas por los atentados terroristas del 11 de septiembre.
En este momento, sin duda, hay mucha gente en Cancún que está considerando la posibilidad de marcharse a vivir a algún otro lugar, alguno al que no puedan llegar los huracanes. Me imagino que más de uno estará pensando en la posibilidad de ir o regresar a la Ciudad de México. En el Distrito Federal, sin embargo, el riesgo de sufrir un asalto o un secuestro es superior al de quedar damnificado por un huracán en Cancún, por lo que simplemente se estará cambiando un riesgo por otro.
Por otra parte, aunque a menudo se piensa que la Ciudad de México está protegida de los huracanes por su ubicación en el centro del altiplano, no sería imposible que alguno especialmente potente la alcanzara, así como el Gilberto llegó hasta Monterrey en 1988. Sólo que si un huracán con lluvias muy intensas llegara a la Ciudad de México, la capital quedaría inundada en sus propios desechos por su condición de cuenca cerrada de la que hay que bombear las aguas residuales.
La verdad es que más que buscar mudarse a otros lugares, que tienen siempre otros riesgos, hay que sacar el mejor provecho del que uno haya elegido. Hay también una cultura de la prevención que puede aplicarse donde sea. La vida es frágil y también lo es la propiedad. Pero hay medidas precautorias para reducir los riesgos en cualquier lugar en el que uno viva.
COZUMEL
Los daños sufridos por Cozumel son, proporcionalmente hablando, mayores a los de Cancún. Pero al contrario de Cancún, poblada apenas en los últimos 35 años, Cozumel es una isla que por generaciones ha resistido los huracanes. Son pocas las quejas que hoy escuchamos de los cozumeleños; después de un huracán, simplemente salen a limpiar las calles y a prepararse para continuar la vida.
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