Nacido en 1837, fue uno de los hombres más poderosos del mundo occidental.
Cuentan que a un hombre que pretendía comprar un yate y con tal objeto preguntó su precio, le dijo Morgan: “quienquiera que haya de preocuparse por el coste, mejor es que no lo compre”.
Todo en él, en ese Gran Khan de la industria, guardaba relación. Se dice que siendo aún niño, jugaba a finanzas en su familia de gentes acomodadas, cuando los otros niños jugaban a trenes. Siendo joven compró un cargamento de café por su propia iniciativa, cosa que causó un verdadero pánico entre sus jefes, hasta que se enteraron que había llegado a un acuerdo para vender todo el café con un margen de ganancia incluso antes de efectuar la compra.
Su verdadera carrera empezó en los tiempos turbulentos que siguieron a la guerra civil, cuando el individualismo duro y aquello de “vaya yo bien y los demás que se apañen” estaban a la orden del día.
De su proeza dan una idea más exacta las pruebas reunidas por el Comité de Banca y Moneda del Congreso que estaba en funciones en 1913. Se aseguraba que un puñado de banqueros de Nueva York, con Morgan a la cabeza, controlaba el dinero, el crédito, las grandes industrias y los ferrocarriles, es decir, la mayor parte de la economía de Estados Unidos.
Los bancos de Morgan, las compañías aliadas y las subsidiarias en que tenían intereses sumaban, ciertamente, muchísimo: se calculaba que “los hombres de Morgan” ocupaban “trescientas cuarenta y una gerencias en ciento doce compañías que representaban un capital global de veintidós billones de dólares; pero aún cuando para muchos Morgan era el malvado capitalista, no existe nada que pruebe que fuese cruel o avaro en el sentido corriente de la palabra, en ninguna ocasión.
A Morgan no le parecía que hubiera nada malo en lo que ocurría en América: la idea de los grandes negocios era nueva, existían oportunidades al alcance de uno que permitían efectuar ventas nacionales e internacionales. Morgan no vio ninguna razón que impidiese combinar distintas combinaciones para transformar el dinero en más dinero.
Ante el Comité del Senado el fiscal del Gobierno trató de hacerle admitir a Morgan o que en cierto modo confesase que tras aquellos colosales negocios se escondía algún propósito nefasto:
¿No es cierto que el crédito comercial está primordialmente basado en el dinero o la propiedad? No, señor; la primera cosa es el carácter - replicó Morgan. ¿Antes que el dinero o la propiedad? Antes que el dinero y todo lo demás. El dinero no puede comprarlo...
Porque un hombre en quien yo no tuviese confianza no obtendría de mí ningún dinero aunque fuese con todas las garantías de la cristiandad.
Fue un testamento que dejó asombrado a Wall Street.