EL VATICANO (AP) .- Yo estaba en un avión, sin afeitar, sucio, con una chaqueta de safari arrugada y aún empapada por un monzón en las Seychelles.
Así que pensé que tenía que disculparme ante el papa Juan Pablo II antes de cenar con él, explicando que ésta era mi "ropa de trabajo".
"Y ésta es mi ropa de trabajo", respondió con una sonrisa el pontífice, agarrando su bata blanca.
Fue un momento notable, un papa bromeando y a punto de sentarse a cenar con un periodista, mientras que sus predecesores habían sido considerados con tal reverencia que eran transportados en tronos.
Desde la noche del 16 de octubre de 1978, cuando el nombre del cardenal Karol Wojtyla fue anunciado como nuevo Papa _ causando en la plaza de San Pedro expresiones de "¿Quién?", fue claro que éste sería un papado diferente.
Los 50 reporteros que viajaron con Juan Pablo II en sus peregrinajes al extranjero tuvieron una imagen especialmente cercana y diferente del prelado polaco.
Estuvimos a su lado mientras se movió al compás de música africana en el Congo, cuando hizo una mueca de dolor cuando guardias de seguridad empujaron a feligreses que se acercaban demasiado durante su primer viaje de regreso a Polonia, cuando fue llevado apresuradamente a su avión luego que estallasen escaramuzas entre estudiantes en Timor Oriental y fuerzas indonesias de seguridad. Juan Pablo se sentó con los ojos cerrados y oró.
Hasta que su salud comenzó a declinar hace unos 10 años, el Papa recorrió los pasillos del avión para responder a preguntas en media decena de idiomas, lo que hizo que obispos que yo conozco se quejasen de que nosotros teníamos más acceso al Papa que ellos.
Su última conferencia de prensa en el aire se produjo durante su viaje a La Habana en 1998.
Un año más tarde, en vuelo a la India, se acercó al cuerpo de prensa, y no dudó por un segundo para responder cuando le pidieron su opinión del papa Pío XII, en un momento en que aumentaban las críticas sobre su posible beatificación. "Fue un gran papa", dijo.
Pero volvamos a la cena aérea: Juan Pablo II estaba extremamente agotado tras su largo peregrinaje a Nueva Zelanda y Australia en 1986, pero pidió a un reportero y al embajador australiano en la Santa Sede que se le sumasen.
El papa quería saber qué pensaban de cómo le fue en el viaje.
Pareció algo impaciente con el embajador, comenzando con la selección de vinos cuando el diplomático sugirió vino tinto y Juan Pablo II dijo que prefería blanco, que bebió mientras comía ensalada de langosta.
De ahí en adelante las cosas no mejoraron para el embajador. Cuando insistió en que los australianos tenían un estilo más inglés que americano, Juan Pablo le interrumpió abruptamente: "Americano".
Fue en uno de esos viajes que yo comprendí lo poderoso que era su secretario personal, el arzobispo Stanislaw Dziwisz, también polaco. El papa había esquivado una pregunta sobre una nueva ola de huelgas contra el gobierno comunista en Polonia cuando la conferencia de prensa tuvo que ser interrumpida por turbulencia.
Más tarde, Dziwisz llamó a varios reporteros a la cabina del Papa y, susurrando, nos dijo que repitiésemos la pregunta.
Claramente, se habían hecho varios cálculos políticos para entonces, pues el Papa respondió con una sonada defensa del derecho de los trabajadores a la huelga.
Como cualquier político, Juan Pablo II soportó regalos y gestos extravagantes _ un sombrero mexicano, un collar de coral colocado en su cuello por Yasser Arafat mientras el prelado estaba sentado junto al líder palestino en el 2000, durante un peregrinaje a la Tierra Santa.
Durante su viaje a Australia, le dieron un koala. Si el Papa sintió que su dignidad había sido dañada no lo dijo, pero entregó el animal tan pronto como pudo.
El Papa pareció tan sorprendido como sus guardaespaldas cuando el presidente de Yemen visitó el Vaticano en noviembre, abrió una elegante valija de piel, y entregó a Juan Pablo II una tradicional espada.