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Juegan los niños a la guerrilla en Colombia

SUN-AEE

BOGOTÁ, COLOMBIA.- “Ahora usted se muere y usted se acerca donde él y llora”, le indica un pequeño de unos seis años a sus compañeros de clase. No están jugando a policías y ladrones, ni a indios y vaqueros, están jugando al conflicto armado colombiano, o a “paracos y guerrillos”, como los llaman ellos.

En Colombia hay censados casi 17 millones de niños según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), pero es prácticamente imposible averiguar a cuántos afecta el conflicto de una u otra manera. Aparte de los 14 mil reclutados por grupos armados, bien para el combate o bien para las milicias urbanas, más de dos millones han sido desplazados en los últimos 20 años, más de 400 han sido heridos por minas antipersonales en los últimos 15 años y más de cinco mil han perdido a sus padres miembros de las Fuerzas Armadas en los últimos cinco años. A pesar de los esfuerzos de numerosas instituciones gubernamentales y Organismos No Gubernamentales (ONG), todos estos niños siguen expuestos a un conflicto que dura ya 40 años y cuyas secuelas son impredecibles.

“Algunos generan niveles de venganza, heredan esta guerra”, asegura una sicóloga que trabaja con la organización Save the Children (Salven a los Niños), en los barrios marginales de Bogotá donde la guerra urbana no cesa.

“Yo cuando acabe el colegio quiero irme de una vez para el Ejército, por lo de mi hermano, que era soldado y lo mataron”, asegura Andrés de 14 años. Él, como 80 por ciento de sus amigos del barrio, ha ido a parar a Bogotá huyendo de una violencia que los persigue. Ahora, entrando en la adolescencia, corre el peligro de ser reclutado.

Son cientos las organizaciones que trabajan en estos barrios para que los menores estudien y se mantengan alejados de las armas que les producen tanta fascinación y miedo a la vez. “¿Qué hace que no entren en los grupos? Ver los muertos”, explica Sandra Rivera, que lleva tres años trabajando aquí. Y es que hay épocas en las que estos niños se encuentran cadáveres en las puertas de las escuelas y comedores a los que asisten.

“Un día los paracos me llamaron y me dijeron que me alejara de mi amigo vicioso. Yo lo hice porque si no me mandan a dormir”, cuenta Andrés sembrando inquietud entre sus pequeños compañeros. “¡No los nombren, no los nombren!”, exclama un muchachito, y un tercero surge con la brillante idea: “Vamos a llamarlos Los pájaros”.

“En el barrio donde vivíamos antes hay muchos pájaros y como mis hermanos son jovencitos nos vinimos aquí”, explica Catherine, cuyos profundos ojos miel ya le han revelado la verdad a sus 14 años. “No sé para qué, en todas partes hay violencia”.

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