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Jueves Santo del Año de la Eucaristía

Juan de la Borbolla R.

Juan Pablo II a través de la Carta Apostólica “Mane Nobiscum Domine”: “Quédate con nosotros Señor”, declaró Año Eucarístico, el que va de octubre de 2004 fecha en la que se celebró el multitudinario Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara, al octubre de 2005 en que se celebrará en Roma un Sínodo mundial de Obispos cuyo tema central precisamente será el de la consideración del admirable prodigio de Dios que permanece hasta la eternidad entre nosotros bajo las humildes apariencias de pan y de vino una vez que el sacerdote lleva a cabo la transubstanciación.

Dentro de este ciclo anual en el que la Iglesia católica quiere considerar específicamente el misterio eucarístico, dos fechas destacan principalísimamente en el calendario litúrgico. Estas son el Jueves Santo y el jueves de Corpus Christi.

Este Jueves Santo reviste por tanto un carácter muy especial porque a la consideración ordinaria de los grandes misterios cristianos que se conmemoran en esta fecha, se suma el hecho de que se dé justamente dentro del año proclamado por el Papa como el Año de la Eucaristía.

El Jueves Santo, Jesucristo sabiendo que en unas cuantas horas que iba a ser entregado en ese holocausto perfecto de un Dios que se entrega a la afrenta de una pasión oprobiosa hasta morir en la cruz tras sufrir toda clase de vejaciones; quiso dejar su legado a esas criaturas que a través de los tiempos le imploraríamos como los discípulos de Emaús: Quédate con nosotros Señor.

Ese legado suyo consistió simple y sencillamente en la posibilidad de quedarse efectivamente real y sustancial en el sacramento de la Eucaristía. Para lo cual también en ese primer Jueves Santo de la historia, fundó el orden sacerdotal, para que los sucesores de ese colegio apostólico reunido en el Cenáculo en Jerusalén tuvieran el poder dado por el propio Cristo de transformar el pan sin levadura y el vino, fruto de la vid, ni más ni menos que en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Dios hecho hombre: de Jesucristo.

El Jueves Santo a pesar de la pena que todo católico debiera sentir por el hecho de que es la víspera de esa terrible pasión sufrida por Jesús para la redención de los pecados de sus criaturas, es sin embargo un día de plena felicidad por la institución de la Eucaristía y del orden sacerdotal y por la proclamación del mandamiento nuevo: el que implica que todos los seres humanos nos amemos según el ejemplo vivo de Cristo que nos amó hasta entregar hasta la última gota de su preciosísima sangre para conquistarnos no sólo la remisión de nuestros pecados, sino además el poder ser ya no sólo criaturas simplemente, sino además hijos de Dios.

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