El País
MADRID, ESPAÑA.- ¿Quién dijo que Kate Moss estaba acabada? La camaleónica modelo británica se confirma como un icono incombustible. Famosa por sus excesos y por el nivel de sus honorarios, Moss, de 31 años, cuyo rostro servía para anunciar lo mismo un bolso que unos vaqueros o un champú, abandonaba a finales del pasado mes la clínica estadounidense Meadows, en Arizona, donde famosos del mundo del espectáculo, el cine y los negocios reciben tratamiento.
Allí estaba internada para someterse a una cura de desintoxicación, tras el escándalo surgido por la publicación de las fotos y el video en los que se mostraba consumiendo cocaína.
Una portavoz de la agencia Storm, para la que ahora trabaja la modelo tras mantener tortuosas relaciones con otras grandes firmas, anunciaba entonces que Kate tenía un ánimo excelente y que deseaba volver al trabajo.
La reacción no se ha hecho esperar. La modelo ha reaparecido ahora en plena forma. ?Ha ganado peso, también ha recuperado algunas de sus curvas y parece la imagen misma de la salud?, dice una de sus amigas.
Este hecho no deja de ser irónico, pues Kate Moss ha cambiado su perfil en los últimos cinco años hacia una delgadez tan preocupante que ciertos estilismos del sector han aprovechado para sumirla en una estética decadente, pero con gran impacto visual.
Ahora vuelve de puntillas, después de su rehabilitación en la clínica; la prensa británica, desde la más sensacionalista a la más seria, publicaba el domingo una de las fotos de la modelo en ropa interior, del álbum que le hicieron en el mayor secreto en Ibiza para la colección del famoso diseñador italiano Roberto Cavalli.
A Cavalli se le puede tachar de oportunista, pero la espléndida imagen de Kate, aún algo aniñada y con un toque de indefensión, seguirá ocupando portadas y carteles de nuevas firmas de moda.
Tenía que ser un diseñador o una firma italianos; ni Francia (donde residen los grandes grupos del sector) ni el Reino Unido se hubieran atrevido a sugerir tal redención. La nueva situación de la modelo le exige, sin embargo, algunas concesiones por su parte. La primera, aclarar su complicada situación sentimental.
La propia Moss ha insinuado que no volverá con su amigo el cantante Peter Doherty, a menos que éste supere sus propios problemas con las drogas. Tampoco podrá volver al Reino Unido, donde se arriesga a una detención por consumo de estupefacientes.
Ella parece preferir quedarse en su piso de Nueva York y establecer allí su residencia. La ciudad de los rascacielos no la rechazaría jamás: allí residen sus amigos y también se halla el centro de gravedad de la moda y su gran negocio.