Se dice que la tragedia de Nueva Orleans es el mayor desastre natural en la historia de Estados Unidos. Pero esa es una verdad a medias. Sí, es cierto que se trata del mayor desastre del que se tiene memoria, pero hay dudas de que sea en realidad un “desastre natural”. Cada vez hay más evidencias de que la magnitud que alcanzó la catástrofe se debe tanto a la potencia de Katrina, como a la negligencia de las autoridades. El impacto inmediato y directo no fue mayor que el de otros huracanes de triste memoria como el Andrew o el Gilberto. Si bien esta rusa encolerizada castigó todos los muebles e inmuebles que encontró a su paso, la destrucción de Nueva Orleans es resultado de la acción de los hombres, o mejor dicho, de su inacción.
Si tuviera que ponerse nombre y apellido del responsable, ése sería George W. Bush en última instancia. Pero ésa sería una salida fácil. Es cierto que la Casa Blanca desoyó los llamados de preocupación de la comunidad y disminuyó el presupuesto dedicado a la reparación y el mejoramiento de los diques que protegen a la ciudad. Bush desvió esos recursos hacia la campaña de Irak. Sin embargo, las razones de fondo son aún más preocupantes: el verdadero responsable es un sospechoso improbable, el mercado libre.
Hace una semana escribí sobre las extrañas razones que explican el comportamiento deshumanizado y egoísta que mostraron muchos damnificados en los primeros días de la inundación. No me refería únicamente a las bandas de criminales que tomaron el control en las primeras horas, sino a la gran cantidad de incidentes que se reportó de individuos que pasaron por encima de una anciana o despojaron a un infante en su afán de sobrevivir. Padres de familia convertidos en lobos que secuestraban autos a punta de pistola o tiroteaban ambulancias para escapar. A mi juicio, ese comportamiento no es sino la expresión de una sociedad que ha llevado al límite la noción de competencia, y ha convertido al éxito personal en objeto de adoración. Los norteamericanos han favorecido una visión que privilegia al individuo frente a la sociedad y hace del egoísmo una forma de vida.
Pero en el transcurso de la semana un lector me escribió para decirme que este tipo de sociedad tan competitiva ayuda a explicar no sólo la reacción de los individuos en situaciones límite, sino también las causas que provocaron el fenómeno. Para ello me envió dos textos más que son convincentes y que circulan en Internet, uno de ellos de Michael Parenti y otro de un autor no identificado.
La tragedia, según esta versión, es el resultado de la lógica de la oferta y la demanda, es decir del mercado libre. Una serie de decisiones racionales, orientadas a optimizar los beneficios, provocaron la sucesión de hechos que conducen a la catástrofe.
Con el objeto de competir con zonas más ricas, los estados pobres de Louisiana, Missouri y Alabama han hecho enormes concesiones para atraer grandes empresas: bajar impuestos, eliminar sindicatos, propiciar bajos salarios, disminuir regulaciones ambientales. Las consecuencias han sido:
1.- Gobiernos locales con pocos recursos para emprender obras sociales o invertir en infraestructura (los diques, por ejemplo). La baja recaudación se ha traducido en presupuestos insuficientes para paliar las distorsiones sociales y ambientales que provocan las fuerzas del mercado libre.
2.- Construcción de edificios y viviendas baratas sin los márgenes de seguridad y solidez requeridos en otras regiones.
3.- Los grandes desarrollos inmobiliarios han destruido el ecosistema: barreras naturales, bosques y pantanos que ayudaban a proteger las zonas urbanas de las inclemencias climatológicas.
4.- Cuerpos de Policía y de Bomberos mal pagados, incapaces de responder a la tragedia (un tercio de los policías desertó). Los medios han hablado con nostalgia del desempeño heroico de los bomberos de Nueva York el 11 de septiembre. Pero se ignora el hecho que los de Nueva Orleans carecían de los salarios o la capacitación para convertirse en héroes.
5.- El plan de evacuación establecido por las autoridades fue también un típico esquema de mercado libre: consistía en que cada familia tomase su auto y saliera de la región a un hotel en alguna ciudad del interior. Posteriormente algunas autoridades han señalado que las víctimas fueron responsables de lo que sucedió porque no atendieron el llamado para evacuar la ciudad. El problema es que un tercio de la población afroamericana en la ciudad carece de automóvil, por no hablar de los recursos para instalarse en un hotel. El plan estaba basado en decisiones racionales que tomarían individuos con recursos propios para ponerse a salvo. No se ofrecieron medios de transporte colectivos para evacuar a la población.
6.- En las últimas horas, cuando resultó evidente que muchos no podían salir de la ciudad, las autoridades habilitaron el estadio de manera inadecuada e insuficiente para albergar a los miles de refugiados que llegaron de forma inesperada. En teoría los que llegasen traerían agua y alimentos para los primeros días.
En resumen, las leyes de la oferta y la demanda mostraron ser pésimas aliadas de la población de Nueva Orleans. No sólo propiciaron un marco explosivo que operó en favor de la tragedia. También es el telón de fondo para la emergencia de una cultura competitiva e individualista, a contrapelo de la compasión.
Si bien es cierto que los norteamericanos tienen una larga tradición en materia de filantropía, también es cierto que el amor por el prójimo disminuye significativamente cuando están en juego los propios intereses o la sobrevivencia. Las explicaciones de la tragedia de Nueva Orleans se encuentran en Adam Smith y no sólo en Katrina; y para entender las reacciones entre los sobrevivientes hay que consultar a Darwin, no a San Francisco.
(jzepeda52@aol.com)