Un dicho popular dice que ?el hombre propone, Dios dispone y la mujer lo descompone?. En esta ocasión la llegada de Katrina y Rita más allá de la lamentable pérdida de vidas humanas, se ha encargado de descomponer no sólo las finanzas públicas del Gobierno de Estados Unidos, sino que ha trastornado además los precios de los energéticos y ha exacerbado los desequilibrios económicos globales.
Es muy temprano para conocer la magnitud de los daños económicos que causaron esos fenómenos naturales, pero no hay duda de que superan los costos de reconstrucción de las zonas afectadas. En el caso de Estados Unidos algunas cifras preliminares hablan de 200 mil millones de dólares de gasto público adicional para ayudar a la reconstrucción. Esto se suma a los recursos que pagarán las compañías de seguros y los particulares con ese mismo fin.
Los estragos de esos fenómenos, sin embargo, van más allá de la zona costera del golfo de México. En esa región se ubican importantes instalaciones de extracción de petróleo y gas natural, así como de transporte y refinación de estos energéticos. La evaluación de los daños a esas instalaciones no está concluida, pero en lo inmediato se ha trastornado el suministro de gas natural, gasolina y demás productos refinados.
El problema principal de este choque energético es que puede ser la puntilla que precipite la corrección abrupta de los desequilibrios que plagan a la economía estadounidense. El crecimiento económico de Estados Unidos se ha fincado en el gasto de los consumidores y en el financiamiento del mismo por parte del capital extranjero. El ahorro interno en Estados Unidos antes de los daños causados por los huracanes se ubicaba en 1.5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB(. En los próximos meses es muy probable que se vuelva negativo.
Por una parte, las familias que ya estaban registrando números rojos, tendrán que pagar mayores costos de energía, lo que presionará aún más su precaria situación financiera, que para todo fin práctico se finca en la insostenible y peligrosa apreciación de sus viviendas, que cada vez más tiene visos de una burbuja especulativa.
El Gobierno, por su parte, registra desde hace algunos años un déficit, el cual crecerá con las partidas destinadas a la reconstrucción de las zonas afectadas por los huracanes. Como mencioné antes, las estimaciones preliminares hablan de por lo menos 200 mil millones de dólares, lo que puede agregar más de un punto porcentual al déficit público para el año próximo.
Finalmente, las empresas estadounidenses, que constituyen el único agente económico que ahorra en esa economía, verán una reducción de sus márgenes de utilidad debido al mayor costo de los energéticos y el alza reciente de los costos unitarios de mano de obra.
En síntesis, la perspectiva económica es bastante más incierta de lo que indica el actual crecimiento económico global y las previsiones de los analistas. El crecimiento global depende en exceso del dinamismo de la economía estadounidense, en particular, el gasto de sus consumidores, que rebasa su capacidad para generar ingresos. Por ello este gasto ha sido financiado de manera creciente por el capital externo, lo que en última instancia es insostenible, porque la simple lógica indica que los consumidores estadounidenses, como los de cualquier otro país, no pueden gastar por siempre más de lo que ganan, ni tampoco podemos esperar que los préstamos del exterior crezcan indefinidamente.
La paciencia de los acreedores tiene diversos límites, los cuales son muy cortos para economías como la mexicana, pero están demostrando ser muy grandes para el caso de Estados Unidos. Pero aún en este caso tiene un fin. Eventualmente se debe restablecer el equilibrio mediante una disminución del crecimiento del gasto en Estados Unidos comparado con el resto del mundo. Nadie está seguro dónde yace ese límite, cuándo se alcanzará y qué tan doloroso será el ajuste final, pero todos saben que ese momento llegará.
En consecuencia, lo que veremos en las próximas semanas y meses es, primero, un impacto negativo sobre la actividad económica que posiblemente se extienda hasta fines de este año, para ser seguido de un período donde el gasto de reconstrucción estimulará a la economía de Estados Unidos. La gran incógnita es si el gasto de los consumidores que seguramente se reducirá en el futuro próximo, lo hará a un ritmo gradual que permita a la economía global seguir creciendo, o se estancará sumiendo al mundo en otra recesión.
En ese entorno la economía mexicana necesita encontrar nuevas fuentes de apoyo ya sea en los mercados de exportación o en la demanda interna, pues de lo contrario cualquier beneficio que pudiera derivar por sus exportaciones de petróleo sería más que contrarrestado por su vínculo tan estrecho con la economía y, en particular, el consumidor estadounidense.
La diversificación de nuestras exportaciones es una tarea que toma bastante más tiempo que un año, por lo que podemos descartar esta fuente adicional de crecimiento, dejando únicamente al mercado interno como la única alternativa que pudiera evitar un descalabro mayor en caso de que caiga la economía de Estados Unidos. En esto, sin embargo, lo único positivo sería el gasto asociado a las campañas electorales, que puede estimular temporalmente la demanda. Considero, sin embargo, que no será suficiente para que la economía acelere su paso el año próximo.
Por consiguiente, en un contexto como el descrito, el mejor escenario que se vislumbra para México es de un crecimiento en 2006 muy similar si no es que algo menor al de este año. Los riesgos, que son muchos y se exacerbaron con Katrina y Rita, apuntan a la baja. Todo indica, por tanto, que los huracanes acabaron con las esperanzas de un repunte importante de la actividad económica en el último año de esta administración.