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La “chamba”

Federico Reyes Heroles

“Sólo hay algo peor que un

político profesional, un político no profesional”.

Héctor Aguilar Camín

Muchos mitos rodean a los presidentes. Con frecuencia son vistos como semidioses cuya voluntad es respetada y obedecida por todos. Desde lejos pareciera que con su simple presencia los problemas tienden a resolverse, como si a su paso todo mundo se plegara. Sin duda la concentración de poder y el inevitable aparato que los acompaña provocan esa visión deforme, apartada de la realidad. Ejercer la Presidencia de un país es un quehacer complejo, como muchos otros, que demanda disciplina, constancia, seriedad. Lo mismo que un cirujano, que un juez, un piloto o un escritor, los presidentes tienen una carga de oficio cotidiano, de eso que en México llamamos “chamba”, que deben asumir. Así como los cirujanos o los pilotos deben estar bien dormidos y despejados para no poner en peligro la vida de otros, así como los jueces deben analizar muy bien los expedientes antes de pronunciarse o los escritores debemos estudiar mil asuntos e interrelacionarlos, así el quehacer presidencial tiene sus deberes.

Armonizar.- La concordia total y definitiva es imposible. Sin embargo buscar la armonía es un deber cotidiano de los jefes de Estado. Los presidentes se enfrentan a intereses encontrados, a tensiones acumuladas, a conflictos de raíces muy profundas, así son todas las naciones, de manera que si asumen una actitud guerrera no harán más que incentivar lo que de por sí está allí. Los odios no deben tener cabida en sus decisiones. Los presidentes no pueden odiar ni siquiera a los del PRI. Amarrarse el hígado es parte de la “chamba”.

Contención.- Los presidentes llevan en sí mismos la representación de millones de ciudadanos. Encarnan, les guste o no, el rostro de una nación. Por eso no pueden andar con guasas y bromas. La seriedad es obligada. Sin duda esto supone un cierto grado de auto-contención. Deben reprimir sus emociones o por lo menos guardárselas para la intimidad. Debe ser incómodo por las largas jornadas de exposición pública, pero de hecho todos los oficios suponen la misma exigencia. Quien no pueda contener sus emociones no debe ambicionar ser presidente. Supongamos que un presidente no lleva buena relación con los diputados de la oposición, lo peor que puede hacer es llamarlos “necios” en público. Eso es no hacer bien la “chamba”.

Estudiar.- Los presidentes cuentan con muchos apoyos: cientos de directores generales, decenas de subsecretarios, un amplio Gabinete, más los auxilios directos de la oficina presidencial. Son esos apoyos los que van digiriendo los asuntos que son presentados a los presidentes de manera muy sintética. Sólo así se pueden tomar decisiones fundamentadas que impactan a millones de ciudadanos. Sin embargo, al final de la larga cadena administrativa, hay decisiones que sólo competen al presidente. Imaginemos por ejemplo que un procurador va a proceder en contra de un muy visible candidato a la Presidencia de la República. Esa decisión sin duda deberá ser consultada con el jefe de Estado. Él y su equipo deberán estudiar a fondo una medida tan delicada y no dividir al país por un desafuero que después de un año ya no les convence. Cavilar antes de actuar, es parte de la “chamba”.

Medir las palabras.- Los presidentes hablan mucho y los sexenios son largos. Hablan mucho porque para todo se les pide que hablen: la cámara de la industria X se siente desdeñada si el presidente no inaugura su convención anual. Hay así actos que buscan una especie de bendición presidencial. Hablan mucho por que los medios los acosan a diario en busca de alguna declaración. Hablan mucho porque en infinidad de actos protocolarios la culminación son los discursos presidenciales. Por eso deben cuidar sus apariciones. La forma más profesional de hacerlo es reducir las improvisaciones al mínimo. Es mejor leer mensajes bien escritos y calculados. Aún así habrá dislates, pero serán menos que si todos los días se improvisa. Los costos para un país de que un presidente hable de los “negros” en Estados Unidos son incalculables. Quien quiera seguir siendo muy espontáneo mejor que no busque la “chamba” de presidente.

Vigilar a la parentela.- Es imposible responsabilizar a un presidente de todos los actos de parientes directos o políticos. Siempre habrá “abusadillos” que aprovechen el poder de un presidente para hacer negocios. Lo que sí debe hacer un presidente es estar muy pendiente y, a la menor señal, indagar si alguien se anda portando mal. Ni modo la “chamba” lo obliga a mantener en orden a la parentela. Que un empresario compre un avión en un millón de dólares es un hecho sin importancia para un presidente, salvo que se trate de un pariente cuya solvencia es súbita. No se ve bien. Las dudas dañan a la institución.

Aliarse.- En cualquier democracia el poder se comparte. De allí que los primeros ministros y los presidentes deban buscar alianzas para poder moverse. De eso se trata en las democracias. Un gobernante debe olvidar las furias de las campañas. Si continúa con la misma dinámica a la larga se quedará solo. La soledad implica haber perdido el poder. Ni modo, su “chamba” le exige sentarse con los opositores. Lo que no puede hacer es denostarlos en público y pretender que se gobierna para todos. Un presidente debe alejarse tanto como sea posible de las pasiones partidarias. Hablar sistemáticamente, durante cinco años, de los gobiernos anteriores como sinónimos de corrupción y oscuridad no es la mejor estrategia para lograr una alianza. Tampoco lo es lanzarse tres días seguidos contra el “populismo” a sabiendas de que es una de las críticas que se hacen a un opositor relevante y pretender que el hecho no tiene intención política.

Sin duda el trabajo de los presidentes es muy complicado. No hay recetarios ni fórmulas universales. Pero hay mínimos de sentido común que no pueden ser violentados sin consecuencias. En esto poco importa el color del partido, si un presidente no está dispuesto a hacer su “chamba” y hacerla lo mejor posible, difícilmente será exitoso. La política es un oficio, supone un aprendizaje, requiere de un entrenamiento, de una disciplina. Pero sobre todo, como en cualquier oficio, quien lo ejerce debe apreciarlo, quererlo e incluso gozarlo. Imaginemos a un piloto sin emoción por el vuelo, o a un cirujano que desprecia la vida, o a un juez o que odia los códigos o a un escritor que no ha leído a Cervantes, con seguridad no ejercerán bien su oficio. Como que no es muy alentador escuchar a un presidente decir que de corazón es empresario, sobre todo cuando el futuro de más de cien millones de personas depende de lo bien o mal que haga su “chamba”. Lástima que sea nuestro caso.

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