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La apertura de garitos

Gilberto Serna

Ha sido una tradición que nos opongamos a que se abran en este país casas dedicadas al juego de apuesta. Ahora que puede ser, ¿por qué diantres no?, un criterio anacrónico, derivado de ciertas vivencias que nos dejaron marcados de por siempre a partir del momento en que caímos en cuenta que dichos garitos no tienen otro objetivo que el de desplumar incautos. Ustedes me dirán que desde siempre la humanidad se ha dedicado a adorar a Birján, a quien identifican como un dios pagano protector del juego; que los que asisten a esos lugares son mayores de edad, saben lo que hacen; que a esos antros, entendida la palabreja en el sentido que le dan lo jóvenes, como un centro de sana diversión y no con el significado real de un vocablo que antaño refería un local de mal aspecto o pésima reputación, no acuden clases populares sino personas de capas sociales que cuentan con dinero más que suficiente para por ello no convertirse en indigentes en caso de gastar más de la cuenta.

En apoyo a esa argumentación se dice que el pueblo desde siempre ha disfrutado el perder su dinero en apuestas, a las que tiene una inclinación natural, que empiezan desde niños coqueteando con la suerte en la búsqueda de obtener una ganancia sin demasiado esfuerzo, con el trompo, el yoyo, el balero, la rayuela, los volados con monedas, las quinielas en los partidos de conjunto, los palenques, los hipódromos, los galgódromos, la bolita escondida bajo tres cáscaras de nuez, los cartones con figuras que antiguamente llamaban lotería y en la actualidad le dicen bingo. Los billetes que compramos en un estanquillo con autorización oficial, en que se rifa dinero contante y sonante, con premios de diversos montos, cuyas ganancias, aseguran, se destinan a la asistencia pública, -de lo que en la actualidad no estaría muy seguro, después de leer el Financial Times de Londres-, debiendo suponerse que como dice su propaganda se hacen hogares felices en los que sólo interviene la suerte o la casualidad. De todo lo anterior se concluye que los juegos de azar no le son ajenos a la comunidad, por lo que no deberíamos oponernos con enojo a que se abran este tipo de establecimientos, por más que aprovechen para hacer de las suyas los fulleros.

Viene a cuento lo dicho porque acaba de salir a la luz pública que la Secretaría de Gobernación expidió permisos a favor de la filial de un grupo que maneja una cadena televisiva para abrir 65 tascas. No debe asustarnos el hecho –en verdad no asusta, ¡aterroriza!- que se abran esas timbas en que se colocan pantallas de televisión trasmitiendo eventos deportivos, se supone que en vivo, a la que la gente puede acudir a apostar. Les llaman books y a otros bingos, de estos últimos ya nos ocupamos líneas arriba. Se comenta que no hubo licitación sino que malamente se benefició a quien se quiso. Lo que, después de todo, es pecata minuta. Lo grave es que en el acuerdo haya participado el encargado del despacho, que pronto iría a renunciar para aspirar a la candidatura a ocupar el cargo de Presidente de la República quien así se convierte en un impulsor de matutes, -le llamamos de tal manera aunque la definición se refiere a lugares prohibidos y en este caso, su apertura estaría oficialmente autorizada, quizá más adecuado decir leonera-.

Es factible que, cuando decidió, no era el actual Santiago. Sigo creyendo que la enmarañada barba, le daba un aspecto de actor en una película de cuatreros, donde sólo faltaba el legendario John Wayne y por ello tenía que actuar, esperando un descuido del dueño del rancho para apoderarse del ganado. En horas de la madrugada, cuando todo mundo duerme, él estaba bien despierto. En el horizonte se oía el aullido de coyotes de dos patas. Frotándose con la palma de la mano la erizada pelambre diría para sus adentros: ahora es cuándo, chile verde le haz de dar sabor al caldo, por publicidad no voy a preocuparme Después se afeitó y ya no es el mismo. Ahora es el honesto y acicalado aspirante a candidato del Partido Acción Nacional que alega fue el Consejo Consultivo de Juegos y Sorteos el que, luego de un profundo estudio, concedió los mentados permisos. De lo cual puede concluirse que si él dio su venia para otorgar las concesiones, malo. Si en esas oficinas, bajo su mando, cada quien hacía lo que le pegaba en gana, teniendo al titular como monigote pintado en la pared, peor. O a lo mejor apostó a que tenemos memoria de chorlito y de aquí al día de las elecciones ya pasó el berrinche. En fin, los tahúres, los proxenetas, los tramposos, las coberteras y los ventajistas están de plácemes.

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